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Un mundo infeliz

Periodista:
Vicente Battista
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A comienzos de los años noventa, Irvine Welsh era un joven escritor escocés que sobrevivía en Londres. Supo ser barrendero municipal, empleado en una inmobiliaria y creativo en una agencia de publicidad. Secretamente, sabía que eran oficios transitorios: había decidido que lo suyo iba a ser la literatura. En 1993 hizo cierta su fantasía: publicó Trainspotting , una novela en la que ponía en escena a un tal Mark Renton, una suerte de yonqui preocupado por conseguir heroína de máxima calidad. Se dijo que Renton era un fiel retrato del propio Welsh, algo que él mismo se ocupó de consolidar: "La droga -confesó alguna vez- es la mejor manera de erradicar de uno la sensación de que este mundo es falso y terrible". Ése es el mundo que expuso en Trainspotting y esencialmente en todos sus textos posteriores.

 

 

En 1996, Danny Boyle llevó Trainspotting al cine. Welsh, además de participar en el guión, interpretó a Mikey Forrester, uno de los personajes de su novela. Muy pronto película y novela se convirtieron en objetos de culto. Un crítico literario, algo apasionado, señaló que era "el mejor libro jamás escrito por hombre o mujer. Merece vender más copias que la Biblia". No vendió más copias, pero lo leyeron innumerables lectores que confesaron que era el primer libro que leían en su vida. No fue el último de Irvine Welsh. Luego del éxito de Trainspotting publicó un buen número de novelas y libros de relatos, todos ellos inscriptos en lo que se denomina "realismo sucio". Entre otros títulos, habría que nombrar Marabou Stork Nightmares , Éxtasis , Escoria , Cola , Porno y Crimen . Ahora llega Col recalentada , una recopilación de sus cuentos, publicados en revistas y antologías de los años 90.

 

La palabra "escatológico" tiene dos significados incomparables: "Perteneciente o relativo a las postrimerías de ultratumba", es la primera acepción que ofrece el diccionario. "Perteneciente o relativo a los excrementos y suciedades", propone la segunda. El estudio de las almas o el de los excrementos, según se elija. Welsh elige la segunda acepción, aunque no desdeña la primera. "Una avería en la línea", el cuento que abre el libro, rinde buena cuenta de ello: a Malky, más que el terrible accidente que ha sufrido su esposa, le preocupa no poder ver el partido Hibs-Hearts (una suerte de Boca-River escocés) que está por disputarse en ese momento. Esa situación límite, siempre al borde del ridículo o de la incomprensión, la encontraremos en todos los cuentos, incluso en "El incidente Rosewell", especie de nouvelle de ciencia ficción que transcurre en un barrio de Glasgow.


La propuesta de Irvine Welsh no deja espacio para la duda: con o sin droga, entiende a "la vida como un inevitable fracaso". Esa frustración se registra en todas y en cada una de sus criaturas, aun en aquellas que parecen diametralmente opuestas: el sociópata Francis Begbie, que encontramos en Trainspotting , reaparece en "El novio de Elspeth" y el profesor Albert Black, que habíamos visto en Cola , es el personaje central de "Miami soy yo". En "El novio de Elspeth", Begbie golpeará a Greg, el novio de su hermana, sin motivo y sin piedad, poco le importa que ese muchacho lo haya rescatado de la muerte; en "Miami soy yo", Black se topará con Terry Lawson, un ex alumno con el que discutía sin descanso. Ese encuentro casual se convertirá en un infierno para el viejo profesor que creía tener resuelta su vida.

 

Tanto en los relatos propuestos en primera persona como en los resueltos en tercera, Welsh trabaja con el lenguaje de los bajos fondos, en su carácter más duro y violento. Escribe en inglés pero pone en movimiento una serie de palabras y de giros escoceses, formulados directamente desde la fonética, pasando por alto las formas gramaticales. Su lectura en muchas ocasiones se torna dificultosa, aun para los ingleses. Traducirlo al castellano implica la búsqueda de voces bizarras de España que de alguna manera reemplacen las de Escocia. Junto al habitual "gilipollas", encontraremos palabras como "capullo", "polla", "cabrón", "embolingarse", que tienen su explicación en Madrid, pero poco o nada significan para el lector argentino. Pese a ese contratiempo, los cuentos no pierden fuerza. Acaso ésa sea la prueba definitiva de que estamos frente a un libro excepcional, de notable calidad.

 

© Vicente Battista, ADN La Nación