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Crónica de una obsesión

Periodista:
Felipe Fernandez
Publicada en:
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Al anónimo narrador de La verdad sobre Marie lo perturba la posibilidad de que Marie, su ex pareja, y él hayan hecho el amor en el mismo instante "pero no juntos". Cuatro meses después de su separación recibe una llamada desesperada de ella en medio de una tormentosa noche de la primavera parisina, en la que le pide que vaya a su departamento de inmediato. Cuando él llega a su edificio, una ambulancia se está llevando a alguien en una camilla. Es el amante de Marie, que ha sufrido un infarto y luego muere en el hospital.

 

 

La primera parte de la novela del belga Jean-Philippe Toussaint analiza detalladamente este episodio. A continuación, se cuentan los hechos que lo precedieron. El muerto, Jean Baptiste de Ganay, era un hombre casado, una "eminente personalidad de las carreras hípicas francesas" que se dedicaba a la cría de caballos. Había conocido a Marie en Tokio, en la inauguración de una exposición de ella, durante la semana en que se produjo la ruptura con el narrador. Jean Baptiste se encontraba en Japón con su purasangre Zahir para hacerlo competir en una importante prueba hípica.

 

Esta segunda parte se aleja del centro gravitacional de la trama. No se explican las razones de la separación de la pareja. En cambio, se habla de que el caballo de Ganay no habría participado de la carrera en Tokio por haberse detectado sustancias ilícitas en su orina y se describe la huida de Zahir en el aeropuerto de Narita. De todos modos, en el relato del ex novio de Marie permanece su obsesión por ella, reflejada en su interés por averiguar a través de Internet quién era Jean Baptiste (a quien insiste en llamar Jean-Christophe en una suerte de "pequeña vejación póstuma"). También revela que la muchacha le ha confiado intimidades sobre sus relaciones privadas, de las cuales él se ha apoderado para desarrollarlas en su imaginación.

 

 

Gradualmente va surgiendo un retrato de la mujer amada, cuya subjetividad se acentúa por el uso de la primera persona y la intensidad del lenguaje. Se la presenta como a una persona desordenada e impuntual. Entre sus rasgos figuran un "talante caprichoso", una frivolidad y un "desenfado luminoso" que constituyen los atributos más distintivos de su encanto. El narrador asegura tener "un conocimiento infuso, un saber innato, una comprensión total" sobre ella que le permite anticipar cómo se comportará en cualquier circunstancia. Por eso afirma contar con "la verdad sobre Marie" a la que alude el título del libro. Estas reflexiones parecen evidenciar un enceguecida ansia de control más propia de un romanticismo enfermizo -alimentado por el despecho y los celos- que incluyen una pregunta inquietante: "¿Por qué llegaba cada vez un momento, cuando estábamos juntos, en que, de súbito, siempre, en un segundo me odiaba apasionadamente?".


La isla de Elba es el escenario de la tercera parte de la novela. Allí Marie pasa el verano en una casa que perteneció a su difunto padre, y más adelante su ex pareja se reúne con ella. Este segmento devuelve el equilibrio estructural a la obra y de nuevo permite a Toussaint demostrar su talento para transformar los elementos de la naturaleza en personajes secundarios del argumento. Así como la lluvia torrencial de París reforzaba el dramatismo de "los lúgubres momentos de aquella tórrida noche", el paisaje marino de Elba sirve para acompañar el aquietamiento de las tendencias obsesivas del protagonista, cuya mente todavía permanece fijada en lo que ocurrió esa noche, una realidad que le resulta "ajena" e "inalcanzable" a pesar de sus intentos por abordarla bajo diferentes ángulos o de sepultarla con palabras que posean "un diabólico poder de evocación". Todo queda reducido a "una veracidad próxima a la invención o gemela de la mentira".

 

La presencia de un club hípico y de caballos en la isla sugiere un adecuado contrapeso simétrico con respecto al episodio de Zahir. Las expectativas del reencuentro avanzan entre la incertidumbre y el deseo, mientras Marie practica un ambiguo juego de acercamiento y distanciamiento físico que hace dudar de un propósito de reconciliación. El autor maneja los toques eróticos con sutileza y para el final ofrece como telón de fondo un incendio que adquiere un elegante valor simbólico en contraste con el diluvio del comienzo. El desenlace deleitará a algunos lectores y será juzgado demasiado convencional por otros, pero quizá pruebe que en la literatura, como en el amor, todo vale.

 

© Felipe Fernández, ADN La Nación