Alta en el cielo
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- Juan Pablo Bertazza
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En uno de sus notables poemas,
Leopoldo Marechal aseguraba que “del laberinto sólo se sale por arriba”. Algo similar le repiten a Pavel, el protagonista de esta novela, pero para instruirlo acerca de Dédalo, Icaro y las alas de cera. La salida hacia arriba era, de hecho, una de las obsesiones que caracterizaron la contienda entre la Unión Soviética y los Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría. El 3 de noviembre de 1957 tuvo lugar uno de esos hitos, a partir de lo que fue el lanzamiento del Sputnik 2, a bordo del cual viajaba el primer pasajero vivo, la perra Laika, que se transformaría en la primera víctima del espacio. Según se confirmó recién en 2002, la perra murió a causa del sobrecalentamiento de la nave.
En su primera novela, que le está deparando tanto prestigio como éxito comercial, el alemán Rolf Bauerdick relata cómo se vive ese acontecimiento en Baia Luna, un pueblito en el medio de los Cárpatos (Rumania) que ostenta el hecho de no registrar ningún suicidio entre sus habitantes y en cuyas calles hay surcos del tamaño de un cráter de Luna. Los principales interesados en la misión espacial son dos personajes fuertes de este libro: Ilja, el abuelo de Pavel, que admira todo lo proveniente de Estados Unidos, y el gitano Dimitru. Lo que les obsesiona del viaje del Sputnik es, en realidad, la sospecha de que se trate de un complejo plan pergeñado por los rusos para encontrar en la Luna a la Virgen María y, así, utilizarla para desacreditar la existencia de Dios, lectura mediante de Nietzsche y su célebre idea acerca de la muerte de dios. Esa punzante sospecha alimentará devaneos teológicos sobre el dogma cristiano (“según el plan de salvación divina, la asunción corporal a los cielos sólo le fue concedida a una única persona de carne y hueso, ésa fue María, la Madre de Jesús”) e incluso el recuerdo de Giovanni Battista Riccioli, un astrónomo jesuita que aseguraba haber visto, vía telescopio, a la Virgen María en la Luna. De alguna manera, es como si por alguna extraña influencia, el histórico viaje del Sputnik cambiara para siempre la apacible convivencia de los habitantes de Baia Luna (conformado por diversos grupos étnicos como rumanos, húngaros, alemanes y, por supuesto, gitanos) que empieza a verse convulsionada por una serie de extraños hechos que, aparentemente, no guardan relación entre sí.
Angela Barbulescu, la maestra del pueblo, desaparece de repente de su hogar. Casi de manera simultánea, encuentran muerto al cura del lugar junto a su ama de llaves. Y, como si todo esto fuera poco, también desaparece la desproporcionada, pero emblemática, escultura de la Virgen del Perpetuo Socorro de Baia Luna, que para los habitantes constituía una especie de refugio contra los intentos islamistas de convertir a Europa.
Como si se tratara de una especie de detective precoz, Pavel Botev (nieto del cantinero del pueblo y alumno de Angela) será el encargado de llevar un poco de luz a tanto misterio, misión para la cual solo cuenta con un dato: un affaire amoroso entre su maestra y el flamante secretario del Partido Comunista, de quien debe colgar un cuadro en el aula de su escuela pese a que Angela le pide en voz baja “eliminarlo”.
El día que la virgen llegó a la luna es de esas obras enciclopédicas en el sentido de que recorre un extenso lapso y da cuenta de grandes momentos de la historia, que van desde los ecos de La Segunda Guerra Mundial hasta la muerte del Dictador Ceaucescu en 1989, pasando por la misión espacial Apolo 11 o el suicidio de Marilyn Monroe. Pero también es una especie de compendio literario ya que parece combinar diversos géneros y estilos en una pieza única como la novela policial, la novela de aprendizaje sentimental (sobre todo a partir de la hermosa historia de amor entre Pavel y la gitana Buba) y, por otro lado, la novela costumbrista que muestra la idiosincrasia de un pueblo rumano durante la larga consolidación del comunismo. Pero, además, es de esos primeros libros que parecen requerir de cada conocimiento adquirido por su autor antes de sentarse a escribir. Hay un notable usufructo por parte de Bauerdick de sus eclécticos estudios en literatura, teología y fotografía, y por supuesto de su trabajo como fotoperiodista, que le deparó innumerables reportajes en más de sesenta países y galardones como el Premio de Periodismo de la Unión Europea 2003.
Un notable juego de equilibrios entre lo épico y lo cotidiano, una lograda combinación entre la nítida atmósfera de las películas de Emir Kusturica y el despliegue narrativo de la Premio Nobel rumana Herta Müller. El día que la virgen llegó a la luna nace de la resultante de un equilibrado juego de mirar el cielo y mirar el suelo por parte de su autor. Bauerdick hilvanó una novela obsesiva, pero muy habitable, que parece no dejar afuera ninguna resonancia que de cuenta de nuestro satélite natural; como es el caso, por ejemplo, de la epilepsia, enfermedad conocida como “mal lunar”.