Trece maneras de ser escritor
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- Mauro Libertella,
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Reunir los textos dispersos de un escritor es algo bastante común en las últimas décadas. Un prólogo de por acá, algunos artículos publicados en diarios por allá, una conferencia, alguna que otra colaboración para un libro colectivo, una nota introductoria que justifique el criterio unificador y la cohesión del conjunto y tenés un libro.
Flores en las grietas, del norteamericano Richard Ford, que acaba de aparecer, pertenece a esa estirpe, pero detenta la curiosidad de ser una edición pensada y compuesta únicamente para el mercado de lengua castellana. La idea fue de Jorge Herralde, factotum del sello Anagrama, que publica siempre en español la obra de Ford, y le pareció que sería productivo para los lectores disponer de un volumen que revista la obra ficcional de Ford, que le dé un anclaje teórico o personal. De ahí el subtítulo, que divide el libro en dos grandes zonas: autobiografía y literatura.
El texto más antiguo está fechado en 1992, y el más reciente es del 2007. En lo que refiere a prólogos, que arman el esqueleto más téorico del conjunto, si la palabra no es excesiva, aparecen la introducción que Ford aportó a la edición de los cuarenta años de Revolutionary Road de Richard Yates, un largo prólogo para el número de Granta sobre nuevas ficciones breves norteamericanas de 2007 y una aproximación a Años luz de James Salter. No podríamos sentenciar, sin embargo, que estos escritos, de intención supuestamente más crítica, son el reservorio conceptual o analítico de Flores en las grietas, porque los escritores norteamericanos, y Ford no es la excepción, tienden a mezclar con naturalidad la experiencia con la reflexión, de modo que los límites entre géneros a veces no son tan nítidos. ¿En dónde se transparenta con mayor precisión el ars poética o los vectores programáticos de Ford: en un texto crítico sobre literatura o en una memoire en miniatura sobre los vínculos familiares? Imposible saberlo, porque no hay aquí divisiones tajantes.
Sin embargo, la tensión entre experiencia y academia, para decirlo de un modo duro, no se resuelve tan fácilmente, y es finalmente el tema subterráneo de Flores en las grietas. Los argentinos siempre decimos que, si querés ser escritor de ficción, no estudies letras. Esa falacia, en Estados Unidos, parece no primar. Muchos de sus grandes escritores reivindican el plus de haberse hecho escritores “en las calles”, –Kerouac, Heminghway, etc.–, pero las universidades ofrecen importantes programas de escritura creativa, y muchos de los más grandes narradores pasaron por esas aulas, como alumnos o como docentes. Richard Ford también. En una conferencia, recuerda: “He permanecido fuera de la universidad un período que se me antoja bastante prolongado, doce años, y de ésta en particular, casi dieciséis. Pero cuando estuve aquí, escribiendo una novela por primera vez y como estirado junior fellow de la Society of Fellows, profesor de escritura creativa y colaborador en la cátedra de introducción a la literatura del señor Weisbuch, pensaba sinceramente que esto era una maravilla. Era antes de que los deconstruccionistas se hicieran con el dominio de la Modern Language Association y comenzaran a poner a los estudiantes de literatura contra la literatura”.
La propuesta se completa con un hermoso retrato de su amigo Raymond Carver, una disquisición sobre el juego del golf, una oda a la vagancia y un texto breve sobre las distintas oportunidades en la que se agarró a trompadas, que parece el capítulo de una de sus novelas. Todos textos, en definitiva, de educación sentimental. El libro se podría llamar trece maneras de convertirse en escritor.
© Mauro Libertella, revista Ñ