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De Proust a Visconti

Periodista:
Luis Gusmán
Publicada en:
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Hugo Beccacece decide contar historias de vidas; también “la propia”, en el fragmento más conmovedor, más brillante: “Pérfidas uñas de mujer”. Esas uñas, son las de su propia madre. De sus “vidas”, vividas vicariamente, Beccacece, dirá: “Pero acaso, ¿contarlas no era una manera de iluminar la oscuridad?” Ese niño sueña ser pintor, concertista de piano, científico, pide ser cardenal o santo pero nunca traidor como Judas y en el vértigo de la imaginería nocturna, fantasea con ser príncipe o princesa.

Las crónicas de Pérfidas uñas de mujer recorren distintas geografías. En Sicilia va tras los pasos de Visconti y del libro La tierra tiembla , desde ill Gattopardo hasta los pescadores de una pequeña aldea junto al mar.

Beccacece encuentra su registro para contar sus crónicas. Fetichiza la miniatura o el monumento, pero no para congelarlos en la memoria sino para devolverlos a lo vivo de la condición humana.

“El lingüista asesino: William Chester Minor” merecería figurar en la Historia universal de la infamia . Entre la crónica y el relato cuenta la historia de un cirujano que en sus alucinaciones es perseguido por irlandeses. En Londres, una madrugada, tiene un ataque de locura y asesina a tiros a un obrero. Es recluido en un manicomio. En la institución disponía de varios dormitorios y usaba algunos como bibliotecas. Un día, piden voluntarios para las escrituras de definiciones del Oxford English Dictionary. Minor se vuelve lingüista y nada mejor que un paranoico para escribir definiciones certeras. James Murray, el director del proyecto, intrigado por la identidad de Minor, quien había escrito diez mil fichas en la obra, decide conocerlo. Se encontraron por primera vez en el manicomio de Broadmoore. Ninguno de los dos se sorprendió.

En otra de las crónicas va tras de Celeste, el Ama de llaves de Proust. Nadie mejor que ella para revelar el secreto entre el estilo y la respiración de Marcel.

En “Nenúfares de Sodoma”, Beccacece narra su viaje a Illiers, que Proust bautizó Combray. Visita la casa un día de mayo (día de los espinillos blancos) en que lectores proustianos de todo el mundo acuden en procesión. En esa ceremonia, es un lector más, perdido por su curiosidad detrás de los pasos de Proust. También ve un documental sobre los preparativos que hizo Visconti de la película que nunca llegó a filmar.

“Nenúfares de Sodoma” comienza con esta frase: “Siempre se destruye lo que se ama pero primero se lo traiciona”. La verdad es que el autor no disimula el entusiasmo ni el amor que lo lleva a querer saber sobre la vida de “su escritor” sin renunciar a esa estética. Lector advertido, Beccacece indica que “Pasa algo con los admiradores de Proust, entusiasmados con su obra se abalanzan sobre su vida traicionando la estética proustiana”.

Becaccece sitúa el género del chisme en el límite entre la crónica y la biografía. Pero su estilo le impide llegar hasta el chisme, se detiene antes. El chisme con su circulación ambigua entre lo clandestino y lo público cuando circula como información pierde su carácter vergonzante.

Al final, ese destello de autobiografía que es “Pérfidas uñas de mujer” termina por ser un relato cuchicheado en penumbras. Las uñas brillantes de su madre iluminando la oscuridad. Las uñas dan golpecitos que el niño no puede descifrar. Aquel niño no sabía que el tamborileo de esas uñas sería, más tarde, el eco del repiqueteo de una máquina de escribir: “Aunque son alegres, tienen un matiz pérfido. Quizás porque decidieron mi destino”.

Sí, un destino de escritor.