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EL DOLOR Y LA MEMORIA EN UNA NOVELA DE MÚLTIPLES VOCES

Periodista:
Carlos Roberto Morán
Publicada en:
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País de la publicación:
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Un gran escritorio, de dimensiones colosales y que podría haber pertenecido a Federico García Lorca, unirá la vida de seres distintos, que atraviesan por experiencias diversas aunque todas signadas por la memoria y la pérdida.

El relato de estas vidas de individuos considerablemente solitarios comienza en la Nueva York de los ’70 y se extenderá a lo largo de décadas para concluir en el Israel de nuestros días. Pero no será la gran historia la que contará la norteamericana Nicole Krauss en “La gran casa”, sino historias privadas de personajes de complejos perfiles.

Krauss tiene un gran dominio del relato. Lo demostró sobradamente en sus dos primeras novelas, “Llega un hombre y dice” y “La historia del amor”. Ahora, en la tercera, ratifica esas condiciones, exhibiéndose como una narradora muy segura de sí, ambiciosa también, cargada de talento, tanto que hasta llega a impresionar dada la madurez que evidencia, a pesar de no haber cumplido aún 40 años.

Este relato múltiple comienza cuando la novelista Nadia le habla a un presunto magistrado (al que llama señoría) para confesarle su vida, sus sueños y, especialmente, sus pérdidas, que cifra o condensa en Daniel Varsky, un joven poeta chileno que pasó por su vida como una especie de sueño.

Pero ese “momento” con Varsky no se repetirá, porque el joven retornará a su país natal del que nunca regresará puesto que será asesinado por los esbirros de Pinochet. Varsky será una figura fantasmal y al mismo tiempo fundamental en la vida de Nadia, tanto por la impresión que le causó esa única vez que estuvo con él (y en la que se dieron un único beso) como por el hecho de heredar el escritorio kafkiano donde escribirá gran parte de su obra.

Una novela que no se entrega

Una persona amiga me sugirió “concentrarme” para dilucidar el sentido –o los sentidos- de “La gran casa”. E hizo bien con la recomendación, porque la novela es efectivamente compleja y no pocas veces hermética. Krauss da muchas pistas, pero los misterios últimos persistirán.

Prosigo con la trama: muchos años más tarde de su encuentro con el poeta, es la presunta hija de éste quien se comunica con Nadia para reclamarle lo que su padre pudo haberle dejado en custodia. En efecto, la escritora no era la dueña del escritorio porque Varsky le había pedido que se lo guardara hasta su regreso. Lo curioso es que Nadia durante años había conservado varios muebles del poeta, de los cuales el único que había sobrevivido era el escritorio. No se niega a entregar el mueble aunque ello le signifique un verdadero desgarramiento.

En la segunda parte de la novela otra voz aparece, en este caso la de un viudo reciente que vive en Jerusalén (foto) e intenta establecer contacto, en el sentido de dialogar, conocerse/reconocerse, con uno de sus hijos, Dovik, quien ha llegado desde Londres para asistir al velatorio de su madre. Y también para volver a afincarse en Israel, donde intentará escribir su propia novela.

Ya en un tiempo más cercano al nuestro aparecerá una nueva novelista, joven, confundida, que se relaciona con los extraños y ligeramente incestuosos hermanos Weisz, Leah y Yoav, hijos de un anticuario que busca rescatar antiguos muebles propiedad de judíos, robados por los nazis. Entre los que se encuentra el gran escritorio ya referido.

El juego de cajas chinas, nuevamente

Las historias que narra Krauss en "La gran casa" ("Great House", foto) dan lugar a otras, como en un nuevo juego de cajas chinas. Así y a través del mismo escritorio llegaremos a conocer la que unió a Lotte, una refugiada alemana en Londres, y Arthur. Ambos vivirán su largo romance marcado por los silencios y los misterios de la mujer.

El anticuario Weisz será quien una las distintas piezas de este rompecabezas literario, que tendrá también significación alegórica: la Gran Casa alude a la diáspora judía y al deseo del mítico reencuentro que se producirá “el año próximo en Jerusalén”, como se dijeron los judíos generación tras generación, a lo largo de los siglos.

Pero la novela es también una larga reflexión sobre la escritura, sobre la hechura misma del texto literario. De cierto modo la literatura sería la otra “gran casa” en la que Krauss encuentra refugio, como sus personajes/narradores, luego de superar –eso sí- no pocos sinsabores, los múltiples escollos que siempre se presentan a la hora de crear.

Respecto de este tema, al hablar con Andrea Aguilar de El País, recientemente en Nueva York, la autora le ha dicho: “La gente habla de la escritura como un medio de expresarte, para mí se trata de una oportunidad de autocreación; te ofrece la posibilidad de engrandecerte y tener más vidas”.

Historias de vidas, reflexiones sobre la condición judía (y sobre la condición humana), misterios que se explican o que se reservan, emociones a flor de piel, la escritura como elección y destino, todo eso forma parte, conforma, a “La gran casa”, una novela de múltiples voces, de múltiples rostros, como la propia vida lo es.

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Perfil

Nicole Krauss nació en 1974 en Nueva York, Estados Unidos. Estudió en la Universidad de Stanford e hizo su posgrado en Oxford. Sus primeros pasos literarios los dio en el terreno de la poesía, obteniendo diversos reconocimientos, al punto de que el poeta ruso Joseph Brodsky se transformó en su mentor. Sin embargo, dejó totalmente la poesía una vez que comenzó su exitosa carrera como novelista, iniciada en 2002 con “Llega un hombre y dice” y continuada en 2005 con “La historia del amor”, novela con la que tuvo un gran éxito de ventas. La novela iba a ser llevada al cine por Alfonso Cuarón, pero el proyecto no se concretó. Krauss fue elegida por la revista “Granta” como uno de mejores escritores jóvenes de su país. En 2010 apareció “La gran casa”. Está casada con el novelista Jonathan Safran Foer y tiene dos hijos. Ha obtenido el premio internacional “Willam Saroyan” y el Premio al Mejor Libro Extranjero que se otorga en Francia. Está traducida a más de treinta idiomas.