"El primer vicario de Cristo es la conciencia"
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- Martín Lojo
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Foto: Aníbal Greco La Nación
"No soy una escritora aislada. Soy una narradora dentro de una relación con los lectores en la que respondo al pedido de un relato." Ese sentido de pertenencia es el que llevó a Michela Murgia (Cabras, 1972) a dar testimonio de las costumbres de su pueblo natal, en Cerdeña, donde todavía vive. Aunque ya su primer libro, Il mondo deve sapere (2006), obtuvo cierta repercusión al inspirar el film Tutta la vita davanti, de Paolo Virzì, fue su primera novela, La acabadora (2009), la que alcanzó el éxito de público y crítica. En ella relata la relación entre Maria Listru y su madre adoptiva Bonaria Urrai, quien la toma como "hija del alma" cuando su madre biológica no puede solventar la crianza. Bonaria Urrai es una "acabadora", encargada de poner fin a la vida de quienes sufren en una comunidad campesina donde la moral de la necesidad se impone sobre otros juicios éticos. "En nuestra modernidad existe un concepto de maternidad solar y edulcorado, la madre siempre paciente y disponible. La maternidad tiene aristas de sombra que nadie cuenta." Esta visión compleja de la identidad femenina es también el origen de Y la Iglesia inventó a la mujer, un ensayo surgido de un simposio en el que Murgia participó como católica practicante con estudios en ciencias religiosas. ¿Qué imagen de mujer le devuelve la Iglesia católica a sus fieles? ¿Con qué símbolos pueden sentir su fe representada? Murgia analiza con solidez y sensibilidad estos problemas en un texto que desafía a la institución a acercarse a la realidad de sus devotas.
Su ensayo afirma que la única imagen de mujer que prosperó en el catolicismo es la mater dolorosa. ¿A qué se debe esa mirada?
-La historia lo demuestra. Por mucho tiempo la Iglesia católica no santificó ninguna mujer que no fuera monja. La primera canonización de una mujer no consagrada fue Gianna Beretta Molla, una madre que padecía un fibroma en el útero durante el embarazo de su cuarto hijo y decidió no operarse y sacrificar su vida por él. La Iglesia no condena el aborto terapéutico. Si Gianna Beretta se hubiera curado y hubiera perdido el hijo, se la habría podido considerar de todos modos una buena cristiana y madre. Pero haberse sacrificado la transformó en santa.
En otro capítulo describe cómo las representaciones renacentistas de la Virgen se adecuaban a la imagen de la mujer de esa época. ¿Por qué cree que con el tiempo terminó siendo una figura fija?
-Es un gran misterio. Cuando se miran las madonas del siglo XV y XVI todas tienen una estética similar: son rollizas, bonitas, rubias, vestidas como burguesas. Se las pintaba según la imagen de las mujeres que encargaban los retratos. Hoy es imposible imaginar una pintura de una madona vestida como Carla Bruni. Hay un momento en el que María se volvió una imagen única y alejada del presente. Esta transformación va de la mano con el crecimiento del culto mariano. Cuanto más jerarquía espiritual posee, más se borran sus rasgos humanos.
Su investigación analiza los conceptos generados por el culto mariano: la Ascensión de la Virgen, la Inmaculada Concepción, asociada no sólo con la ausencia de pecado original sino también con la virginidad. Pero dice que esas ideas tienen aceptación popular, aunque no se fundamenten en las escrituras.
-Si hubiera un registro escrito de esos mitos, ¿por qué un papa hubiese necesitado usar su autoridad divina para confirmar el dogma? Las únicas dos veces que el papa ejercitó su infalibilidad dogmática fue por María. Se suele forzar el texto de un pasaje de Isaías que dice: "La virgen parirá un hijo". Pero ésa es la traducción latina. En el texto dice "alma", que en hebreo no quiere decir virgen sino jovencita. En el inicio del cristianismo fue crucial sostener la virginidad de María, no para insinuar que era de una divinidad superior a las otras mujeres, sino para reforzar la idea de que Jesús era hijo de Dios. La virginidad se fue transformando en un adjetivo de pureza. Y por lo tanto, no virginidad es impureza. Por eso las santas fueron monjas, no era posible santificar mujeres impuras.
¿Por qué cree que esta retórica tiene aceptación entre los fieles?
-No creo que los fieles lo crean. Al contrario de lo que sucede en el judaísmo, la religión católica es ortodoxa y no ortopráctica. Vale lo que se cree, no lo que se hace. El 90% de los italianos dice que es católico, pero un porcentaje alto está a favor del aborto y hay una tasa de natalidad muy baja, lo que implica que un porcentaje similar usa anticonceptivos. ¿Cómo se comprenden estos hábitos con los mandatos de la Iglesia? Con la ortodoxia. La fe cuenta más que los actos.
¿Cómo concilia su propia religiosidad con estas diferencias con la institución?
-El primer vicario de Cristo no es el papa sino la conciencia. No lo digo yo, está escrito en el catecismo. Esto no significa que mi conciencia sea la norma, la de todos es diferente. Pero hay una conciencia a la que se da forma en el Evangelio, allí está todo. Cuando a Jesús lo reprobaban porque, contra la ley de Moisés, continuaba su obra el sábado, él contestaba que el hombre está antes que la ley y que Dios está en el hombre. Uno debe interrogarse profundamente sobre lo que debe hacer; en esa conciencia interna no hay posibilidad de errar.
¿Qué imagen alternativa de mujer podría representar mejor a las fieles?
-Más que una imagen de mujer, la Iglesia debería volver a contar su imagen de Dios, y de sí misma. Las mujeres ya son una diversidad dentro de la Iglesia, pero no encontramos correspondencia en la simbología. Tenemos el derecho de poder admirar una María vieja, y no sólo joven. Una María próxima a la belleza común de las mujeres.
Y la Iglesia inventó a la mujer
Michela Murgia
Salamandra
En este ensayo atravesado por experiencias personales y testimonios, Murgia analiza la imagen de la Virgen María y las discusiones teológicas que definieron el rol de la mujer en la Iglesia católica. Una mirada crítica desde el interior del culto que busca una representación de la fe adecuada a la mujer moderna..