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“La muerte de una sola ballena cambió nuestra relación con la naturaleza”

Periodista:
Fabián Bosoer
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Foto: Emiliana Miguelez / Clarín

Este biólogo marino de 54 años se inscribe en la saga de los grandes naturalistas del siglo XIX y comienzos del XX porque, como Darwin, Hudson, Ameghino o el Perito Moreno, encontró en la Patagonia y los mares del Sur algunos grandes secretos de la naturaleza y la humanidad. Apenas se graduó como biólogo en la UBA se incorporó al Programa “Cetáceos Australes” del CONICET y National Geographic, orientado al estudio de los delfines del canal de Beagle. Al poco tiempo, fue designado jefe del Departamento de Ciencias Naturales del Museo del Fin del Mundo, en Ushuaia. Alejandro Winograd combina su actividad científica en proyectos vinculados con la preservación y el manejo de recursos naturales en la Patagonia con su interés por la divulgación y la edición literaria. Es autor de varios libros; el más reciente de ellos es “Ballenas y balleneros de la Patagonia” (Edhasa).

Entre cazadores, pescadores y cultores del ecoturismo, ¿cómo explica un biólogo marino la importancia que tienen las ballenas para los seres humanos?

Las ballenas son algo así como el epítome de “lo otro”: son lo más “lo otro” que hay, siendo a la vez muy parecidas a nosotros. Sabemos que son mamíferos, estamos bastante convencidos de que son inteligentes, cruzamos una mirada y vemos que la devuelven, y a la vez son gigantescas, viven en el frío, en la oscuridad, en la profundidad de los mares. Les es familiar todo aquello que a nosotros nos es misterioso.

¿Esto viene desde la prehistoria?

Así es. Desde los tiempos de los cazadores y recolectores, hubo algo fascinante: encontrarse una ballena muerta o matar una ballena para un cazador de la prehistoria era seguramente algo completamente extraordinario e inolvidable. La cantidad de carne, de cuero, el tamaño de los huesos, los tendones, la cantidad de material valioso, útil, que les ofrecía una ballena a los hombres y mujeres prehistóricos era como una especie de tesoro inagotable. De hecho hay registros que dicen que cuando se encontraba una ballena o se cazaba una ballena entre grupos que a veces estaban enfrentados, se producía una tregua entre ellos, porque podían reunirse todos alrededor de la ballena y aprovechar la abundancia de recursos que esta presa les ofrecía.

Así es como aparecen, también, en todas las mitologías, en los relatos bíblicos y en la literatura fantástica, relacionadas con la amenaza y el peligro. ¿Son un desafío al dominio de los hombres sobre la naturaleza?

Siempre son, como decía antes, un extremo de la alteridad. Lo más lejano. Es notable: a las orcas en inglés se les dice “killer whales”. Parece un exceso literario, ¿no? “Ballena asesina”. Ahora, cuando uno va al origen y el significado de la palabra “orca”, es mucho más ominoso. El orco es el infierno, los orcos son las criaturas del infierno, los monstruos de la Tierra Media de Tolkien. Es decir, las ballenas en general y las orcas en particular están revestidas de toda la oscuridad y de todo el horror de lo distinto. Ese es el lugar que tenían. Insoslayable en ese punto es la imagen de Moby Dick, esa especie de monstruo blanco sobre el cual se han escrito centenares de páginas sobre sus simbolismos, pero claramente es la naturaleza salvaje, lo que se opone a Dios, a la civilización. En la literatura tienen ese lugar, sí, sin duda.

¿Cuándo empieza a revertirse esa visión negativa?

Durante miles de años las ballenas fueron una presa, como otras. Uno podía tener sentimientos morales, o estar en contra de la caza, pero en definitiva nuestra prehistoria y parte de nuestra historia es prehistoria e historia de cazadores de ballenas, entre otras muchas especies. En algún momento a partir de los años 1920 o 1930, la industria ballenera se convirtió en una industria que prácticamente estaba en condiciones y camino de extinguir a todas las ballenas en muy poco tiempo. Y, de hecho, se las puso al borde de la extinción. Y esa es la parte de la historia que todos conocemos, cuando en algunos lugares, mucha gente empezó a sentir que tenía que hacer algo por las ballenas, que las ballenas merecían ser protegidas, que formaban parte de nuestro mundo y que así debía seguir siendo. Y pasamos de las ballenas como un misterio o como un enemigo o como una presa respecto de la cual sentíamos piedad, a verlas como un animal casi sagrado. Todo el mundo siente que la ballena es un símbolo de lo que merece ser protegido. El mejor embajador que tiene la naturaleza frente a nosotros son las ballenas.

¿Qué fue lo que produjo ese cambio?

Fue una foto que recorrió el mundo y tuvo un enorme impacto, recordemos: la muerte de un cachalote desde un barco ballenero ruso en 1975, fue registrada desde una embarcación de Greenpeace, un Zodiac, desde la que se tomaron las imágenes. Pero además ellos hicieron un relato muy preciso y muy poético acerca de cómo murió la ballena y su mirada, como diciéndoles “ustedes querían ayudarme y no pudieron” o “¿qué me están haciendo todos ustedes?”. La muerte de esa ballena cambió nuestra relación con la naturaleza.

¿Un gran espejo de una humanidad que se agrede a sí misma?

Un gran espejo de la humanidad, eso mismo. ¿Por qué ocurrió ese día? Uno se lo pregunta con muchos fenómenos. ¿Por qué de repente esa foto y ese relato despertaron la reacción que despertaron? Eso no lo sé, pero sé que esa foto y ese relato fueron el inicio de un fenómeno mundial que todavía se sostiene, una transformación cultural que significó un cambio en la percepción que tenemos no sólo de las ballenas sino de la naturaleza: toda esta preocupación por el medio ambiente que ahora forma parte del interés público y las agenda políticas; de los parlamentos, de las empresas, los tratados internacionales y medios de comunicación. A partir de entonces, cuando nos hablan de las ballenas, pensamos en la naturaleza virgen, la preservación, pensamos en los botes de Greenpeace poniéndose ante las balleneras para impedir que disparen el arpón, pensamos en el placer de mirar a un animal en un viaje a Puerto Madryn, en un bote mirando cada movimiento que hace la ballena.

¿Qué nos enseñan las ballenas desde el punto de vista de la biología?

Más que enseñarnos, nos proponen un desafío. Un desafío complejo para el cual todavía no estamos encontrando una solución. Durante mucho tiempo la relación de los hombres con las ballenas fue la relación que existe entre muchos cazadores y sus presas. Después fue una relación en donde se había roto el equilibrio entre cazadores y presas y era un camino sin retorno, que iba en dirección a la extinción de las ballenas. Y entonces ocurrió lo que contábamos antes, y casi milagrosamente las empezamos a cuidar. Y “descubrimos” que las ballenas son animales sensibles e inteligentes. Y digo simultáneamente sensibles e inteligentes, porque alguien te diría tal vez “si son tan inteligentes, por qué no nos damos cuenta”. Y yo digo que quizás no nos damos cuenta, o no nos damos tanta cuenta, porque su sensibilidad hace que su inteligencia se exprese de un modo completamente distinto al nuestro. Pero las ballenas se relacionan entre sí, se comunican entre sí, enseñan a sus crías, quieren a sus parejas, desarrollan conductas complejísimas que no hay forma de llevar adelante sin comunicación, que no puede ser mecánica; una comunicación que responda a estímulos instantáneos y que resuelva situaciones nuevas. De los descubrimientos que he hecho navegando, mirando las ballenas y siguiéndolas, conversando con gente del mar y demás, destaco el hecho de que las ballenas sigan a los barcos.

¿Por qué lo hacen?

Porque es la mejor manera de encontrar a otras ballenas y otros delfines. Porque el mar es como un desierto inmenso, donde casi todo es igual y muy pocas cosas se distinguen. Y la estela de un barco es una de ellas, sin duda. Entonces creo que los delfines y las ballenas siguen a los barcos porque saben que ahí va a haber otras ballenas y otros delfines, y es una forma de encontrarse. Y creo que por motivos parecidos vienen, cada mes de agosto, a la península de Valdés donde existe una de las poblaciones importantes de ballenas francas del mundo, o al sur del golfo de Corcovado, en la Patagonia chilena o en cualquiera de los otros lugares del mundo -no son muchos- donde uno las encuentra y las puede ver en todo su esplendor.

¿La explotación turística descontrolada no puede representar también una amenaza para las ballenas y su ecosistema?

A veces pienso que sería mejor para todas las comunidades de plantas y animales que corren algún peligro que pudieran mantenerse en secreto y, sobre todo, en paz. Pero supongo que eso no es posible y que así como están las cosas, el desarrollo turístico es una herramienta útil para la conservación. Hoy, cuando la conciencia ambiental se ha hecho más compleja y más rica, donde todos los intereses se han hecho más particularizados, también están los grupos que dicen “muy bien, protegemos a las ballenas, pero ¿qué pasa con los balleneros, con los grupos aborígenes o pueblos que siempre vivieron de la caza de ballenas?” O los japoneses, a los que se demoniza por la caza de ballenas, y ellos reivindican: “nosotros cazamos un par de cientos de ballenas al año en una población en particular de una especie de la que a lo mejor hay 500 mil o un millón vivas, no hay forma de que nos digan que nosotros estamos en camino de hacer que se extingan”.

Mientras, grupos ambientalistas abogan por la prohibición total de la caza ...

Las ballenas nos plantean estos dilemas, y también uno más político: ¿cómo nos vamos a poner de acuerdo acerca de qué decisiones tomar, no ya sobre los animales o los recursos que están en el territorio de cada país, si no sobre los que por definición no están en el territorio de ninguno, o están en el territorio de todos? De hecho, el Litoral Patagónico, el Mar Argentino y el área antártica más próxima a la Argentina, la Península Antártica, son unas de las zonas más ricas en cantidad y en variedad de ballenas y de delfines. Ellos nos hacen preguntarnos cómo vamos a manejar esos espacios propios y comunes de la humanidad.

Copyright Clarín, 2013.