“El arte o es una necesidad o jugamos otro partido”
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- Patricio Zunini
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Vincent Van Gogh ha muerto: se pegó un tiro. De los seiscientos cuadros que hizo, sólo logró vender dos. Hay quienes creen que su pintura contagia la locura. Su hermano, Théo, que lo acompañó y mantuvo durante años se encuentra desamparado ante un legado tan imponente. A pesar de sus esfuerzos nadie está dispuesto a arriesgarse a presentar una retrospectiva del pintor. Poco a poco Théo se deja arrastrar en la espiral de Vincent («Cada día es el peor día de mi vida», se dice). Johanna, su mujer, observa impotente al desbarranco de su marido, que finalmente muere seis meses después que su hermano. Johanna entonces, viuda y con un hijo pequeño, busca sobreponerse y emprende la tarea de conocer a quien fuera su marido. Y a través de él llega a la obra de Vincent.
Camilo Sánchez (poeta, periodista, coautor junto a Gustavo Ng y Néstor Restivo de El Otro Bicentenario. Doscientos hechos que no hicieron patria) consigue en La viuda de los Van Gogh, su primera novela, una mirada novedosa sobre la obra de Van Gogh a partir de la persona más oculta, pero no por ello menos fundamental de su herencia artística.
—Fue a partir de un documental de la BBC donde se instalaba el nombre de esta mujer —Sánchez cuenta cómo surgió la novela—. Me iba por trabajo a Nueva York y me llevé Cartas a Théo y los días que pasé en la ciudad me los pasé leyendo y mirando los cuadros. En esa edición se comentaba que Théo había muerto seis meses después que Vincent: yo no lo sabía, siempre creí que Théo había dado a conocer la obra de su hermano, pero no podía ser así porque fue dos años después en Ámsterdam: entonces, quién hizo todo eso. Así apareció esta mujer tremenda. Cada historia requiere un formato; yo tenía ganas de escribir una novela, pero todavía no había aparecido el tema. Y con esto apareció. Encontré a Johanna, una mujer sola entre Théo y Vincent. Encontré la locura que significa ponerte a trabajar cuatro o cinco años en una novela. La historia de Johanna me pasó por encima.
—¿Cuánto tiempo duró la investigación?
—Fue casi en paralelo con la escritura. Después hubo mucho trabajo de reescritura. El libro estaba terminado hacía dos años, estuvo bastante tiempo dando vueltas, se achicó muchísimo. Yo quería que la gente se parara frente a la librería y se encontrara con algo. Eso me llevó a escribir un libro tres veces más grande. Luego tuve que achicarlo y achicarlo, pero estuvo buenísimo.
—Recién decías que cada historia tiene su propio formato, pero también tiene su propio tono. ¿Cómo llegaste al tono de la novela y, en particular, al de Johanna?
—Hay una carta de ella que es real: la carta en la que se hace cargo del legado de Van Gogh es lo único que tenía sobre su manera de escribir. Y luego sabía que había estudiado a Percy Shelley en el Museo Británico. Esos eran los datos que tenía. Entonces leí mucho a Shelley y empezó a aparecer el tono. Y me pasó algo lindo con Luis Harrs: él leyó la novela mientras la estaba escribiendo y en un momento me preguntó, por ciertos giros idiomáticos, con qué traducción del diario de Johanna estaba trabajando: ¡era todo ficción, eran textos míos! Esa fue la sensación de que no estábamos tan mal. Al principio había escrito el diario de Johanna, pero Ángela Pradelli me dijo que me estaba perdiendo la crónica, que es un formato más mío, y me propuso leer cuatro libros de diarios para darme cuenta que realmente no se pueden leer como novela. El diario tiene otra intensidad. Entonces rescaté algunos pasajes del diario y cambié el tono.
—La gran figura es Vincent Van Gogh. Sin embargo es el personaje más evanescente de la narración.
—Es que Vincent está presente todo el tiempo, pero Johanna había tenido un contacto muy mediatizado por Théo. Ella no se metía. El otro día me preguntaba por qué Vincent le había dejado a Theo toda su obra. Yo creo que es una forma de delirio. Dejarle toda la obra a su hermano no fue lo mejor que le podía pasar a Vincent.
—Y tampoco al hermano.
—¡Claro! ¿Qué hacía con todo ese quilombo? Y Johanna tomó distancia, entrevió otra cosa y lo llevó adelante. Tuvo la ventaja de estar fuera del círculo de fuego que es todo lo familiar. Vincent y Théo se mataron entre ellos con tanta intimidad.
Para Camilo Sánchez, Salvador Benesdra (Eterna Cadencia Editora ha publicado la reedición de El traductor y el inédito El camino total) comparte con Vincent Van Gogh la esencia de aquel que encuentra en el arte el anclaje de su vida. Sánchez compartió redacción con Benesdra en los comienzos de Página/12.
—Trabajé siete años con Salva. Fuimos del grupo fundador de Página/12. Es impactante lo que está pasando con él. Te voy a confesar una cosa, me pasó lo mismo que me pasaba cuando cenaba con él, que en un momento me quería ir: no terminé El traductor, me faltaban 40 páginas y no pude más. No sé qué me va a pasar con El camino total, el libro de autoayuda. Pero era un tipo genial. Yo le hinchaba mucho las bolas para que escribiera, porque sentía que escribir era su anclaje. Con Salvador se mantiene el enigma de por qué ahora y no en vida. Los libros los tenía hechos. Me da mucha pena que no pueda ver su obra. Me tiene intrigado por qué Salva llegó tarde. Por qué Van Gogh llegó tarde.
—Tanto a Van Gogh como a Benesdra, ¿sus obras le hacían bien o mal?
—¡Les hacía bien! A los dos les hacía muy bien. Salvador se anclaba en la escritura. Y Van Gogh ni hablar: de hecho, cuando tres meses antes del balazo se queda en la casa del hermano, tiene pautada pasar una semana pero se va a los tres días porque no puede estar sin pintar. No: la pintura lo centraba. No se puede, si no, pintar esa belleza. En ese momento el tipo está más lúcido que nadie. Como cuando Salva escribe el libro de autoayuda. No vamos a decir que el arte es curativo, pero o es una necesidad o jugamos otro partido.