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Una novela hospitalaria que invita a habitarla

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Escribir una novela sobre la memoria, el amor y la muerte es un objetivo tan ambicioso como inútil. Pero Nicole Krauss –y tal vez porque partió de cuatro buenas historias, que despliega con una narrativa impecable– lo logra con naturalidad en La gran casa (Salamandra, 2012), su tercera y última novela. No se trata, de todas maneras, de un tratado moral sobre los grandes temas de la humanidad, sino de una aguda observación de los personajes y sus fantasmas.

Lúcida, neoyorquina, formada en Stanford y Oxford y casada con el novelista Jonathan Safran Foer, Krauss logró con su última novela ser finalista en el National Book Award y, con 38 años, se consolida –después de la publicación de sus anteriores novelas, Llega un hombre y dice y La historia del amor– como una de las voces más interesantes de su generación.
Dice uno de los personajes de La gran casa que "los detalles son una gran fuente de consuelo" y, por cierto, la novela de Krauss le hace justicia a aquella definición. La estructura polifónica de varias historias –ya transitada pero no por eso menos eficiente– se cierra con una puntada final: un escritorio antiguo y repleto de cajones que podría haber pertenecido a Federico García Lorca y que recuperó, años después, un joven poeta chileno desaparecido. La gran casa se convierte, con el correr de las páginas, en un lugar donde el lector puede quedarse a vivir, una estructura compleja, llena de rincones que funcionan como matices.
En distintas épocas y lugares –Nueva York, Jerusalén, Londres o Budapest– los protagonistas confiesan sus dudas, fracasos y debilidades, pero siempre ante la presencia intimidatoria de aquel gran escritorio. Así, la estructura de la novela se convierte en un espejo de este mueble con diecinueve cajones.
Las múltiples y precisas referencias a la literatura chilena y a los años oscuros bajo la dictadura de Augusto Pinochet interpelan y sorprenden al lector latinoamericano. "Me obsesioné totalmente con el período del golpe militar chileno. Leí todo lo que pude encontrar sobre el tema. Me estaban dando pesadillas", confesó Krauss durante una entrevista.
Pero también son variadas las reflexiones más generales sobre la literatura y el oficio –así lo llama– del escritor. Nadia, una joven escritora que alimenta el cliché del artista como un ser ensimismado y huraño, cree que "el poder de la literatura reside en la obstinación que se ponga en el acto de crearlo". También es Nadia la que se queja de las preguntas rutinarias que le hacen los periodistas durante las entrevistas y repara en la dificultad que supone responder una que la misma Krauss ha tenido que enfrentar varias veces: "¿Por qué ha dejado de escribir poesía?"