Las últimas horas de la oligarquía
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- Carlos A. Maslaton
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El advenimiento del siglo XX encontró a la Argentina con un horizonte en el que bullían los reclamos de reformas sociales y políticas, derivados del proceso de modernización que se había puesto en marcha durante la década de 1880. Entre los agentes de transformación, tuvieron gravitación central el caudal de nuevos habitantes que aportó la inmigración europea y la creciente presencia del activismo anarquista y socialista.
En ese contexto histórico, la declinación del hegemonismo del Partido Autonomista Nacional (PAN) y el surgimiento de opositores a la maquinaria política del general Julio A. Roca le planteó a la elite gobernante conservadora el desafío de afrontar la disyuntiva de cómo incorporar a grandes cantidades de nuevos participantes en el esquema político sin perder el dominio del poder público.
La sanción en 1912 de la ley Nº 8871 –conocida como Ley Sáenz Peña– con la implementación del voto universal, secreto y obligatorio, significó el tiro de gracia a un modelo oligárquico-conservador caracterizado por el fraude electoral y los ententes entre el Gobierno nacional y las elites provinciales. El nexo causal entre el reformismo saenzpeñista y el fin de la hegemonía de la dirigencia conservadora es uno de los muchos aspectos que aborda el historiador Martín O. Castro en su exhaustivo libro El ocaso de la república oligárquica: Poder, política y reforma electoral 1898-1912 (Edhasa), y sobre los que charló con Ñ.
-¿Cuáles han sido los factores políticos que posibilitaron la instauración y consolidación del régimen oligárquico que imperó a partir de 1880 en la Argentina? ¿Cuáles fueron los rasgos distintivos de ese modelo?
-En las últimas décadas, ha habido un proceso de renovación en la historiografía del período que contribuyó a complejizar interpretaciones previas que privilegiaban una mirada de unidad. A relatos que presentaban un sistema de poder caracterizado por una oligarquía homogénea, se contraponen otros que han avanzado en el estudio de las complejas relaciones entre clases propietarias y poder político, la construcción de un poder hegemónico y el grado de centralización del Estado nacional. Es indudable que la república oligárquica encontró sus rasgos distintivos en la hegemonía política del Partido Autonomista Nacional (PAN), una poderosa máquina política que agrupaba a elites provinciales y partidos políticos locales, ejercía el control electoral y estimulaba la concreción de vínculos estrechos entre el partido y el Estado. La ampliación de las funciones estatales, la burocracia federal en las provincias y la participación de los representantes provinciales en el Congreso contribuyeron a aportar cohesión a una elite política que iba a ser descrita por la prensa opositora como una “oligarquía”. Lejos de ser un partido con instituciones claramente definidas, el PAN regulaba los conflictos entre elites provinciales y dada la ausencia de un sistema de partidos competitivos durante la mayor parte del período, la política facciosa característica de aquellos años funcionaba como un sustituto parcial de la competencia partidaria.
-Su libro ahonda en las líneas de investigación historiográficas que, en las dos últimas décadas, han contribuido a complejizar nuestro conocimiento sobre el período del régimen conservador. ¿Qué nuevos datos se conocen a partir de su investigación en torno a los hechos y actores que realmente gravitaron en el proceso que decantó en el eclipse definitivo del conservadurismo?
-El libro explora el proceso de fragmentación de la elite política y la declinación del régimen político en el novecientos, en el contexto de una política del Acuerdo iniciada a comienzos de la década de 1890, que ya empezaba a mostrar signos de agotamiento al comenzar el nuevo siglo. Rastreo las diferencias y tensiones crecientes entre pellegrinistas y roquistas y estudio el alcance de los conflictos facciosos en torno al gobierno central, teniendo en cuenta las modalidades políticas regionales, y la manera en que aquellos conflictos se articulaban con formas de participación política que superaban al ámbito de las elites sociales y políticas. Es importante explorar de qué manera las facciones se constituyeron en la expresión persistente de conflictos a nivel provincial y nacional que iban más allá de la competencia por la sucesión presidencial. Esta característica, digamos estructural, de la república oligárquica, es decir facciones construidas sobre redes de tipo clientelar, creo que ayuda a explicar la dinámica interna de los grupos dirigentes. Así, por ejemplo, a comienzos del siglo XX, existió una creciente certeza entre la clase política de que era cada vez más difícil reeditar las políticas de negociación y conciliación a las que había recurrido tradicionalmente el roquismo, y Pellegrini y sus “amigos políticos” que se habían descubierto, de manera algo repentina, como partidarios de la reforma política, se definían a sí mismos como “antiacuerdistas” o “antirroquistas”.
-¿Cuáles fueron los aspectos relevantes de la crisis de 1901 y por qué debe ser considerada como un momento de quiebre que posibilitó la apertura a la reforma electoral?
-A consecuencia de la crisis abierta con la discusión parlamentaria sobre un proyecto que buscaba unificar los bonos de la deuda externa (expresada en las calles de Buenos Aires en la reacción de estudiantes universitarios que rechazaban el acuerdo con los acreedores internacionales), el PAN quedó al borde del cisma partidario a partir de la ruptura entre Roca y Pellegrini. Este último había sido crítico de la ausencia de participación política de las clases altas y señalado el agotamiento del Acuerdo pero, a partir de la ruptura de julio de 1901, dio un giro inesperado hacia la reforma política. La magnitud de las protestas fue acompañada por un discurso crítico hacia un acuerdo considerado humillante para la soberanía nacional y por un rechazo hacia los presupuestos oligárquicos del sistema. No sorprende que Dardo Rocha hablara de la “liquidación de un régimen”. El incipiente cisma en el partido gobernante (que se concretó recién en la Convención de notables de 1903) introdujo un importante grado de incertidumbre política y dio lugar a una reemergencia del debate de una reforma electoral. La crisis abrió las puertas a un cuestionamiento sobre la legitimidad de la hegemonía política roquista. La presencia de un gobierno repentinamente a la defensiva, los cambios en los alineamientos facciosos y el proceso de fragmentación del PAN contribuyeron a explicar la creación de condiciones favorables a las transformaciones políticas y también dieron cuenta del surgimiento de intentos de articulación política que buscaban en la ciudad de Buenos Aires ser una alternativa al PAN y canalizar la movilización de los sectores urbanos porteños.
-Inicialmente, los gobiernos de Manuel Quintana y José Figueroa Alcorta se mostraron proclives a abordar el desmantelamiento de las prácticas electorales fraudulentas de las máquinas políticas del roquismo, pero finalmente reprodujeron el modelo imperante a partir de 1880. ¿Qué impidió que ese reformismo discursivo cristalizara en una política concreta de democratización genuina? ¿Por qué, en cambio, sí tuvo lugar esa transformación durante el gobierno de Roque Sáenz Peña?
-De la Convención de notables de 1903 salió la candidatura de Quintana, un político con un pasado antirroquista, que encontraba resistencias entre los políticos del PAN. Quintana afirmó su intención de diferenciarse de la máquina política roquista y expresó su voluntad de introducir una reforma política pero su gobierno se encontraba tensionado entre proyectos de construcción política de sus aliados en el Litoral, el descontento de los roquistas y las exigencias de la representación bonaerense en el Congreso que pusieron límites al reformismo electoral. La ley electoral de 1905 reflejó esa incapacidad del gobierno por introducir modificaciones de importancia en los mecanismos de los gobiernos electores. Durante la presidencia de Figueroa Alcorta hubo una redefinición de la relación entre las elites provinciales y el gobierno central, y el PAN dejó de regular los conflictos entre los grupos provinciales. Una parte considerable de la elite política expresó sus reservas a los cambios en las reglas de juego que significaron una reforma electoral y la representación de las minorías.
-¿Y en qué fracasó Figueroa Alcorta?
-En cumplir con su promesa de reforma electoral, que se relacionó (más allá de la escasa voluntad del político cordobés) con problemas de liderazgo y la incapacidad por alcanzar apoyos parlamentarios necesarios para introducir modificaciones en la legislación electoral. Sáenz Peña se encontró con un panorama diferente: aquellos políticos y facciones conservadoras contrarios a la reforma electoral no pudieron superar sus divisiones internas y no lograron ofrecer una resistencia unificada al programa político saenzpeñista. Creo que fue en la fragmentación y desorganización de quienes se opusieron a la reforma más que en la fortaleza del gobierno en donde se ubica la explicación de la sanción de la ley electoral de 1912. Este mismo grado de faccionalismo de la elite política conspiró contra las facciones conservadoras que, ante el proceso de democratización política, fracasaron –en palabras de Sáenz Peña– en “acertar con la disciplina partidaria”.