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A diez años de la muerte del último gran escritor latinoamericano

Periodista:
Maximiliano Tomas
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Bolaño murió en Barcelona en julio de 2003, a sus cincuenta años, y si bien había llegado a gozar de cierto reconocimiento y tranquilidad económica al enfermar definitivamente del hígado, pocos imaginaban (aunque seguro él lo intuía) lo que sucedería después de abandonar este mundo: sus libros y su figura alcanzaron una dimensión mítica, que lo posicionaron como el escritor latinoamericano más importante (si no el más leído) de la última década. Es esperable que, a poco de cumplirse el primer aniversario redondo de su muerte, los homenajes se multipliquen aquí y allá, y sobre todo en los tres países en los que vivió y sufrió y escribió: Chile, México y España.

 

 

El Centre de Cultura Contemporania de Barcelona (CCCB) acaba de anunciar, para el 5 de marzo, la inauguración de la muestra "Archivo Bolaño; 1977-2003", que incluye material inédito de los herederos del escritor: cuadernos, correspondencia, fotografías familiares, además de partes de su biblioteca personal. Y dentro de algún tiempo aparecerá en la Argentina el libro El hijo de Míster Playa (ya publicado en México), de la periodista argentina Mónica Maristain: una suerte de biografía oral que cuenta con la participación de sus amigos y editores, pero también con la voz de la última pareja de Bolaño, Carmen Pérez de Vega, hasta ahora prácticamente desconocida por la pelea que la enfrenta con su última esposa, Carolina López, madre de sus hijos y albacea de su obra literaria.


¿Pero qué es lo que logró que Bolaño ocupara este sitio preferencial entre una literatura, la latinoamericana, que precisamente durante la última década dio muestras de una heterogeneidad y una vitalidad como pocas?

 

Bolaño dejó tres libros de cuentos ( Llamadas telefónicas , Putas asesinas y El gaucho insufrible), un importante volumen de poesía póstumo ( La Universidad desconocida ) y unas cuantas novelas, entre las que destacan Estrella distante , Los detectives salvajes y 2666 . Luego de su muerte fueron apareciendo, también, diversos libros con sus intervenciones críticas y esbozos de novelas, pero su obra capital ya estaba publicada hacia 2003. Si bien hay cierto consenso en que la breve Estrella distante es su trabajo más ajustado, lo cierto es que el libro que le dio reconocimiento global fue Los detectives salvajes (no se extrañe nadie si en algún tiempo esta historia es adaptada al cine), un poco por haber obtenido con ella el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos, otro poco por las peripecias narradas (las noches y experiencias y amores de un grupo de poetas adolescentes en el nocturno D.F. mexicano: un libro de atracción irresistible para los jóvenes) y bastante por haber funcionado como la entrada de Bolaño al mercado editorial estadounidense, que es el único que puede elevar la figura de un autor al nivel de celebridad internacional (una de sus lectoras más fervientes es la compositora y cantante punk Patti Smith).

 

¿Pero qué es lo que logró que Bolaño ocupara este sitio preferencial entre una literatura, la latinoamericana, que precisamente durante la última década dio muestras de una heterogeneidad y una vitalidad como pocas? No existe una sola respuesta, pero hay aproximaciones. Una buena parte de ese espacio conquistado se lo debe a su obra, y la otra a su biografía. El crítico español Ignacio Echevarría, amigo y curador de algunos de sus libros póstumos, lo explica así: "Bolaño logró catalizar elementos que están en el ambiente con un carácter de escritor nómada o extraterritorial que lo convirtió en representante de una cultura móvil y sincrética (...) El proponía de manera inconsciente una vertiente diferente a la del boom latinoamericano, desligada de cualquier país y de folclorismos y más bien vinculada al exilio, que representa una cultura puente entre América del Norte y del Sur y, a su vez, entre este continente y Europa (...) Además, fusionó en su obra muchos elementos de la cultura de masas, que son perceptibles en su libros a través, por ejemplo, de los elementos de la novela negra, la cultura del rock, la estructura del beat y la ciencia ficción (...) Unidas a un genio personal y a la muerte del autor, estas características han consolidado el mito de Bolaño como escritor salvaje y vanguardista".


Admirador confeso de la literatura argentina en general, y de la de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar en particular ("Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y Cortázar es una obviedad", dijo alguna vez), lo cierto es que las características de su narrativa lo acercan mucho más al segundo que al primero. De hecho, Bolaño es una especie de Cortázar finisecular: su prosa asequible, casi transparente y vertiginosa, y sus libros, salvo por la extensión (unas mil cien páginas) y ciertos pasajes de 2666, no presentan mayores dificultades para un lector no iniciado. A pesar de ser señalado, en más de una ocasión, como un "escritor de escritores" (muchos de sus personajes son poetas, o concurren a talleres literarios, o encaran pesquisas detectivescas detrás de artistas legendarios), lo cierto es que su obra suele despertar fanatismos en los lectores más variados (un poco como otros fenómenos de ventas literarios como Tolkien, o Sándor Marai, o en su momento Paul Auster); y, como Cortázar, suele funcionar como un perfecto "iniciador de lecturas", como un autor desde el cual después saltar a otros más arduos o menos difundidos. Bolaño es, también como Cortázar y a diferencia de Borges, uno de esos autores que después de ser leídos inoculan unas ganas irrefrenables de escribir, porque hacerlo parece sencillo. Pero nada más engañoso. A ellos, sus epígonos, que ya se multiplican, habría que repetirles aquella frase de advertencia de las películas: por favor, no intenten repetir eso en sus casas.

 

Su vida, se dijo, también contribuyó a forjar el mito (que tanto necesita la industria editorial para construir una figura de autor y vender ejemplares): chileno exiliado primero en México y luego en España, con ideas de izquierda, con un pasado de poeta maldito y otros tantos de vendedor de artesanías o vigilante nocturno en un camping, siempre al borde del hambre o la desesperación física y metafísica, Bolaño muere de manera temprana, en el momento en que empieza a ser reconocido como escritor (en consonancia con el que fuera uno de los mayores mitos literario de los años 80: Raymond Carver). Antes, mientras pudo, y no sin cierto afán por la polémica y una inteligencia aplicada muchas veces con saludable malicia, había contribuido, como lector, a trazar una línea de cal entre lo que debía considerarse literatura y lo que para él era sencillamente basura (sus amigos estaban siempre en el primer grupo): mientras alababa a Nicanor Parra y Enrique Lihn, denostaba a compatriotas como Isabel Allende, Antonio Skármeta y Marcela Serrano. Atento a la producción literaria contemporánea, hablaba maravillas de Fernando Vallejo, César Aira, Alan Pauls, Rodrigo Fresán, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas, Javier Marías o Pedro Lemebel. En su favor, hay que decir que salvo uno o dos casos inexplicables, Bolaño era un buen lector y, con sus enemigos, un crítico lúcido y despiadado.


Su vida, se dijo, también contribuyó a forjar el mito (que tanto necesita la industria editorial para construir una figura de autor y vender ejemplares). En ciertos círculos de escritores y de críticos, el interés por Bolaño caducó hace tiempo, y el fenómeno de ventas protagonizado por sus libros es hoy mirado con desdén. El argumento: los libros de Bolaño no aparentan ser formalmente tan complejos como, por ejemplo, las obras irregulares y magnéticas de Mario Levrero o César Aira (por mencionar a dos autores latinoamericanos que convocaron la atención de la crítica por los mismos años). Si bien algo de eso podría suscribirse, también es cierto que, como puerta de entrada al mundo de la literatura adulta, sus novelas y cuentos resultan más que ideales. Por lo demás, y a pesar de lo que tantos creen, lo cierto es que su obra no terminó aún de atravesar las barreras de la verdadera masividad (¿pero cuándo la literatura fue masiva? ¿Debería serlo, acaso?): hace algunas semanas, mientras hablaba de uno de sus libros frente a una sala llena de jóvenes alumnos de periodismo, les pregunté si sabían quién había sido Roberto Bolaño. Cuando les dije que era un escritor chileno, me miraron con sorpresa. Casi todos creyeron, en realidad, que estaba hablando de Roberto Gómez Bolaños, también conocido como El Chavo.

 

© Maximiliano Tomas, La Nación