Cuando lo primero es la familia
- Periodista:
- Fernando Bogado
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Si alguien dice familia, es claro que lo primero que le viene a la mente es un nutrido grupo de personas sentadas en una mesa comiendo las pastas del domingo, casi al estilo de los Campanelli o una familia tipo desquiciada como los Argento, la de la aun vigente Casado con hijos.
Decir familia, no sólo para nuestras cabezas formateadas por los procesos inmigratorios del siglo XX en el país sino para cualquier persona de cualquier parte del mundo –y esperamos, aquí, no exagerar–, es pensar en Italia, en la gran familia italiana, en las notas costumbristas que tienen las películas de Fellini (Amarcord, con sus tintes erótico-fami-liares y todo) o, a su modo, las novelas y films neorrealistas en general: retratar la familia es retratar el mundo, al menos el propio, y eso es lo que se puede encontrar en las páginas de Mientras duerme el tiburón, novela de Milena Agus traducida al español y publicada recientemente.
La historia se centra en los avatares de la familia Sevilla Mendoza, “sardos desde el Paleolítico superior” (tal como afirma la narradora y protagonista, y aunque el nombre no lo parezca), alguien que se encargará de sumergir al lector en las peculiares características del grupo. Y ésa es la ventaja que tiene el costumbrismo, después de todo: mostrar como usual lo que a simple vista parece totalmente extraño o casi patológico (digamos, como pasa en toda familia): en principio, el padre es una suerte de Casanova obsesionado con América del Sur que, mientras arregla autos en su taller, ya está programando el próximo viaje hacia alguna región de nuestro continente para ayudar a los más carenciados. Por el otro lado, la madre es una mujer dócil que raramente sale de su casa y pasa sus días buscando la belleza en los cuadros que pinta cotidianamente, obsesión que en algún sentido le pasó a su hijo menor, quien no sale de su pieza, en este caso explorando los desérticos te-rritorios de lo estético en su piano, tocando todo el día las sinfonías de Beethoven hasta el cansancio. Todos en la familia buscan algo, hasta la tía, la hermana de la madre de la narradora, terriblemente hermosa, pero con un serio problema para encontrarse un “novio que le dure” (ay, cruel categoría filosófica de las charlas familiares).
Mientras duerme el tiburón. Milena Agus Edhasa 176 páginas
En Mientras duerme el tiburón, primera novela de Agus (publicada por Nottretempo en 2005), ya encontramos todas las características de la novelística de la autora que, con trabajos como La mujer en la luna (2006) –libro que vendió más de 750 mil ejemplares–, reseñado en Radar hace algunos años, cautiva a un público fiel con trabajos breves que se concentran en ese tan italiano punto de intersección que es el erotismo y la impronta familiar, a esta altura, si seguimos a la autora, un tema sardo: cada miembro de los Sevilla Mendoza se acuesta o besa a alguien, pero siempre pensando en otra persona, desde la ya mencionada tía hasta la propia protagonista, quien parece sentirse ajena al encuentro del verdadero amor y pasa sus días teniendo tormentosas relaciones sadomasoquistas con un empresario casado que considera que lo mejor que puede pasar en la vida es morirse.
Milena Agus (Génova, 1959) logra otro trabajo que presenta al amor en todas sus dificultades: un trabajo sencillo que se lee rápidamente, pero que se termina de manera abrupta en un final que rompe un poco el clima que iba construyendo al texto. Si bien no es uno de sus mejores libros, la ventaja con la que cuenta es que lo ameno de la historia y la posibilidad de identificarse con tal o cual personaje (con el hermano pianista que no quiere ir a la escuela o con la abuela protectora, entre muchos otros matices) permiten que el lector se enganche rápidamente con lo relatado.
Agus ha sabido convertirse en una sólida autora de best-sellers no carentes de virtudes literarias, escribiendo textos poco pretenciosos que retoman la temática del amor y la familia en un tono que, por te-rriblemente sardo, se hace universal. Con un estilo claro, limpio y para nada demandante, Agus logra contar una historia que entretiene y que, si bien sobre el final deja un gusto raro en la boca, no por eso deja de ser cautivante.
Mientras duerme el tiburón es casi como escuchar esas historias de sobremesa los domingos después de los ravioles: que a la tía le pasó esto, que no sabés cómo está el nene, que tal otra cosa y, por más ajeno que a veces nos resulte, como un buen chisme, no podemos dejar de prestar atención.