"Jezabel", de Irène Némirovsky. Retrato de una gran egoísta
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- Carlos Roberto Morán
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A Márai se lo rescató poco después de su suicidio, ocurrido en 1989. A Némirovsky a partir de 2004, año en que se publicó su inconclusa novela “Suite francesa” que, manuscrita, sus hijas preservaron durante años, aunque incapaces de hacerla pública por cuestiones afectivas. Cuando se la conoció, la obra de la fallecida escritora francesa volvió a tener una gran circulación, despertando un genuino interés que por suerte no ha cesado.
“Jezabel” es una novela que Némirovsky publicó en 1936, cuando tenía treinta y tres años, ya poseedora de un registro narrativo, de una “voz” particular, muy interesante. En la novela, la bella y rica Gladys Eysenach es acusada de haber matado a su joven amante, Bernard Martin, a quien por lo menos duplicaba en edad.
La historia arranca cuando Gladys es juzgada, para de inmediato remitir al pasado de la hermosa mujer nacida en Uruguay y luego trasladada a Europa, acostumbrada desde sus primeros años a ser celebrada y agasajada por su belleza, la que ha aprovechado para hacerse un lugar en el mundo. Y nunca descender de ese pedestal.
La madre, una obsesión
Fanny Némirovsky, madre de la novelista, también fue una mujer bella y poderosa, y extremadamente mezquina. Hizo sufrir mucho a su hija, a la que nunca quiso porque se vio obligada a tenerla para complacer a su esposo. De manera que fueron distintas niñeras las encargadas de criar a la pequeña Irène. (En la foto, madre e hija en Biarritz, en 1912 o 1913).
Además, siempre necesitada de admiradores, a Fanny le era imprescindible disimular el paso de los años, por lo que Irène sufrió la condena adicional de ser vestida con ropas de niña aún cuando era una preadolescente. En el prólogo a “Suite francesa”, Myriam Anissimov sostiene que Irène “jamás recibió de ella (en alusión a Fanny) el menor gesto de amor”.
Cuando la familia se radicó definitivamente en París y el padre afianzó nuevamente su fortuna, Irène fue alejándose de su madre e independizándose con sus lecturas y sus estudios. También llevó una vida un tanto frívola, propia de una familia burguesa acomodada. Sin embargo, nunca tuvo un acercamiento afectivo con su madre. Distinto fue con su padre, pero éste apenas estaba en la casa, ocupado en sus múltiples negocios.
Némirovsky sorprendió, verdaderamente, cuando presentó “David Golder” al editor Bernard Grasset, quien no terminaba de convencerse de que una mujer tan joven hubiera escrito un libro de ese nivel, porque a su entender “era la clase de obra que un escritor logra en su madurez”.
Tomándose el desquite
Ya en 1928, en un texto breve titulado significativamente “El enemigo”, Némirovsky “trazaba un cuadro vitriólico de la relación de una madre con sus hijos, cuyas acciones tienen un efecto devastador”, como señalaba la crítica. Con “Jezabel” continuó con su personal desquite contra su madre, como ya había ocurrido un año antes en la historia narrada en “El vino de la soledad”.
Porque está claro que Gladys, esa mujer que quería tener en forma constante “la intensa sensación, el placer, casi sacrílego, de ser amada, la deliciosa paz del orgullo satisfecho”, no era otra que Fanny, suerte de quintaesencia del egoísmo. Razones tenía Irène. Y de cierta manera a través de su obra se cobraba una suerte de reparación anticipatoria: cuando las hijas de la novelista fueron a buscar a su abuela (habían sobrevivido a duras penas durante la Segunda Guerra Mundial) ella no las recibió, gritando que si eran huérfanas debían ir a un orfanato. Aparte de afirmar que nunca había conocido a esa tal Irène Némirovsky…
En “Jezabel”, además, es la propia Irène la que puede verse reflejada en Marie-Thérèse, la hija de Gladys, a la que ésta también la deja en manos de nodrizas obligándola además a perpetuarse en una edad indefinida e infantil, vistiéndola con ropas inapropiadas para su edad, aparte de desatenderla y mostrarse absolutamente ajena a sus sentimientos. Será ella, en definitiva, la que provocará el desastre, al oponerse a que su hija mantenga una determinada relación. Veinte años después esa extrema y mezquina resolución -de una manera sesgada- su actitud de entonces terminará cobrándole un alto precio.
Novela concisa, estructurada en breves pero significativos capítulos, “Jezabel” remite alegóricamente al personaje bíblico que utilizara sus encantos para manipular a quienes la rodeaban. Y el texto es también la mirada incisiva, nada condescendiente, de Némirovsky sobre la ociosa clase burguesa a la que pertenecía, pero a la que nunca pareció perdonar.