Alan Pauls: "Es una novela porno con escenas de dinero explícito"
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- Javier Mattio
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El dinero como pago, ahorro, despilfarro, juego, herencia, préstamo, depósito, fajo de billetes, monto de rescate, bollo escondido en un placar, y, más que nada, como “Historia”: término ambicioso que da nombre a Historia del dinero, flamante novela que cierra la trilogía de Alan Pauls dedicada al “llanto” y al “pelo” en sus entregas anteriores, y en la que el autor argentino vuelve a esbozar una suerte de radiografía de una vida individual y colectiva (“argentina”) ahora atravesada, contaminada y rescatada arqueológicamente por el dinero y sus acepciones vitales: las que van desde la infancia vacacional en Mar del Plata y Villa Gesell en la que el protagonista atisba su primera noción del dinero en ese pulcro y abultado fajo de billetes que su padre manipula con pericia de dandy, hasta el vínculo político con el dinero que destella una década más tarde, en los convulsionados años de la década de 1970, cuando un conocido de la familia muere víctima de una traición empresarial; y después, en una fuga hacia el presente, cuando la narración se sume en el vértigo hiperinflacionario de la década de 1980, el vínculo fetichista entre el protagonista adulto, sus mujeres y los depósitos bancarios y, también, en el uso frívolo y consumista y muy “noventas” de un dinero-dólar que la madre “patina” en la construcción de “La Bestia”, una descomunal casa costera en Uruguay.
“La Bestia”, también, puede ser un apodo acorde para El pasado, la monumental novela consagratoria de más de 500 páginas que a Pauls le mereció el Premio Herralde y al que la trilogía actual viene a continuar de manera contrastante como una serie de nouvelles retrospectivas e insinuadamente autobiográficas, sí, pero ahora fragmentarias, focalizadas en los ‘70 y más “políticas” que “amorosas”, aunque en un sentido amplio: la política en Pauls es semiótica, y tiene que ver más con la lectura y la interpretación y el tiempo ralentizado que instala el pensamiento que con la histeria frenética del mundillo literal de la política: por eso es que "Historia del llanto", "Historia del pelo" e "Historia del dinero" operan como una mirada atrás anómala y anacrónica que se cuela por las rendijas del revisionismo en boga, y que en esta última novela se expande a lo “económico”.
“Se habla mucho de los ‘70 políticos pero muy poco de los encantos que la década nos infligió en términos económicos, que regirían los ‘80 y también los ‘90: inflación, especulación, hegemonía financiera, consumismo desenfrenado y una lógica general que cotiza los cuerpos tanto como las mercancías –dice Pauls–. Quería pensar hasta qué punto esos fenómenos no han dejado marcas tan brutales como la violencia política, y preguntarme por el silencio que sigue disimulándolos”.
¿Por qué el “llanto”, el “pelo” y, ahora, el “dinero”, como subuniversos rectores? Pauls: “Eran elementos menores pero extrañamente significativos que parecían condensar fantasmas a la vez personales y de época, íntimos e históricos. Ahora, con el proyecto terminado, se me ocurre que lágrimas, pelo y plata comparten dos propiedades básicas: son cosas valiosas que corren peligro de perderse (y toda la trilogía podría leerse como una exploración de la experiencia de la pérdida) y cosas que se falsifican a menudo (lágrimas de cocodrilo, pelucas, billetes truchos)”.
–Hay en “Historia del dinero” una puesta en evidencia de la gramática del dinero (con sus “palo”, “luca”, “arbolitos” y “toco de plata”) a partir de la cual aventurás un negativo de la “argentinidad”.
–¿Y si todo lo que llamamos negatividad fuera en rigor lo único que la Argentina tiene para dar, su positividad más enfática y más negra? Hay cierto impulso arqueológico o paleontológico en las tres novelas: la idea de excavar y desenterrar restos para tratar de entender algo de una era a la vez muy remota y muy cercana. Sólo que el científico que encabeza las excavaciones no está del todo en sus cabales: a partir de esas reliquias, completamente banales y caprichosas, no pretende reconstruir algo sino toda una civilización. Ese gesto absoluto, quijotesco, es un gesto psicótico pero también, espero, cómico. Me gustaría que los tres libros pudieran leerse acompañados por una banda sonora de carcajadas fúnebres.
Restos mortales
No es casual la mención del adjetivo “fúnebre”: "Historia del dinero" está tan invadido por los billetes como por los muertos, desde ese “primer muerto” que ve el niño protagonista y con el que arranca el libro hasta el padre convaleciente del final, que conecta de manera un tanto inevitable con la muerte reciente del propio padre del autor. Pauls: “Me interesa la muerte porque donde hay muertos hay herencias. Basta que alguien estire la pata para que uno se pregunte ‘¿qué deja?’, ‘¿a quién o a quiénes?’. La herencia son los verdaderos ‘restos mortales’ de las personas”.
Y sigue: “El padre del protagonista tiene una relación fuerte con el dinero; hace plata de la nada, jugando al póquer o al chemin de fer, y se mueve en el mundo de la especulación financiera como pez en el agua. Pero cuando muere se lleva todos sus secretos a la tumba, y lo único que deja son unos cuadernitos llenos de números, sus libros contables privados, como si hubiera dedicado su vida a dar cuenta de los movimientos de dinero que protagonizó. Ése es su legado. Dicho esto, no me interesa demasiado homenajear. Si hay memoria en estos libros, es una memoria injusta, desequilibrada, rencorosa: una memoria descontenta con lo que heredó, que no ha hecho balances ni ajustado cuentas, que todavía sigue cautiva de (y hasta alimenta) las bajas pasiones que la modelaron. Una memoria que recuerda para reabrir y hacer sangrar, no para cicatrizar nada”.
–Hay un dinero que casi no se menciona en la novela, y es el dinero líquido, informático. ¿Por qué esa ausencia?
–Prefiero el cash: es históricamente pertinente y pone en juego una materialidad (cuerpo, suciedad, volumen, olor) que el ciberdinero reduce a una gimnasia de dedos pulgares. Me gusta mucho lo porno que hay en el cash. Me juré no olvidar nunca la cara entre maravillada y espantada que puso la empleada del housing de una universidad americana cuando puse sobre la mesa dos mil dólares cash para pagar el mes de depósito de la casita que alquilaría durante un semestre en Nueva Jersey. "Historia del dinero" es una novela porno en la que las escenas de sexo explícito han sido reemplazadas por escenas de dinero explícito. No hay casi página de la novela donde el dinero no haga de las suyas. Mi ideal hubiera sido hacer lo que hace Warhol en sus Diarios: poner entre paréntesis el precio de todas y cada una de las cosas que compra a lo largo de un día.
–En la novela mencionás el secuestro de los hermanos Born y el precio asignado a ese rescate como un monto excesivo. ¿Es ese episodio histórico el núcleo de la novela, así como el secuestro de Aramburu lo era en “Historia del pelo”?
–Sí, esos dos acontecimientos, junto al golpe del ‘73 en Chile, son los únicos que aparecen en las novelas con todas las letras. Momentos pop de una posible historia política reciente, sólo que mirados por un par de ojos estrábicos que se distraen en pavadas subalternas: la peluca rubia que usó Arrostito en el secuestro de Aramburu, las discusiones que debió haber en la jovencísima cúpula montonera a la hora de tasar a los Born. Pero no creo que el monto montonero sea “excesivo”. Ése es justamente el prodigio del asunto: que la cotización del secuestrado esté más allá de todo criterio, incluso revolucionario. ¿Por qué pedir por una persona cuarenta millones y no cien, quinientos, mil? Sólo se me ocurre un mercado capaz de competir con esa lógica arbitraria: el mercado del arte contemporáneo.
–Los “clochards” son recurrentes en tu obra. ¿Hay una identificación entre tu trabajo y el dandismo moral que les atribuís a los vagabundos? ¿Por qué tus personajes siempre sufren una caída?
–Caer es lo más. Con la caída empieza todo. Si no, ¿por qué sería tan atractivo ver a alguien caerse en la calle? Es como asistir en vivo a un milagro de descomposición. Los clochards: de Diógenes a Cortázar, pasando por Baudelaire, son una vieja fascinación de la literatura (y también de la política). De los cirujas siempre envidié la condición portátil de su forma de vida, ese tener-todo-lo-que-necesitan-al-alcance-de-la-mano, una forma de autarquía bastante parecida, pensándolo bien, a la que enorgullecía a Sartre cuando decía que llevaba todo lo que necesitaba en los bolsillos del saco.
–En “Historia del dinero” mencionás que el único “trabajo verdadero” del protagonista, con “el que nace y morirá”, es “hacerse responsable del significado de las cosas”. ¿Es esa cruzada ético-semiótica, la que abordás también en tus ensayos, en algún punto tu misión?
–Pongamos “condena” en vez de “misión”. Estoy condenado a interrogar el sentido de todo lo que se me cruza por el camino, incluso a inventarlo cuando es necesario. Tiene que haber sentido, y yo soy responsable de que esa ley se cumpla. Pero estoy también condenado a “ensayar”, en el sentido de probar todas las formas de abordar y producir sentido y mezclarlas y hacerlas circular en eso que se llama una novela.
© Javier Mattio, La voz del interior