Alan Pauls: "No soy víctima de mis 53 años"
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- Soledad Vallejos
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Escritor, ensayista, presentador y crítico de cine. También "no actor", como él mismo define su participación en más de una experiencia cinematográfica... Todos estos avatares, aunque la vida virtual de Alan Pauls (53) sólo incluya la lectura de algún blog [no tiene Facebook, ni Twitter, "apenas una modesta cuenta de mail"], llegan en bicicleta a la entrevista pactada con la nacion en un restaurante frente al bulevar Cerviño, en Palermo. Y allí deja anclado su vehículo, que lo transporta a diario por la ciudad desde hace dos años.
Alivio. Eso siente luego de haber entregado hace apenas un mes la última parte de su trilogía sobre los años 70, Historia del dinero (Anagrama) . Alivio, sí, pero no sosiego. Sigue inquieto, y el foco ahora recae sobre el cineasta chileno Raúl Ruiz, en un ensayo biográfico que espera ver en la calle antes de fin de año. Cine y literatura, un entramado perfecto y constante en la vida del escritor (ganador del premio Herralde de Novela por El pasado, en 2003), del crítico de cine y presentador del ciclo Primer Plano, por I-Sat, que lo tiene al frente de la cámara todos los miércoles, a las 23. Y también del actor -y nada de bolos sin texto-, que encarnó a uno de los protagonistas en La vida nueva , en 2011, un film de Santiago Palavecino y Pablo Trapero. "Ellos tuvieron esa idea disparatada. No fui actor en un sentido responsable", dirá para quitarle importancia a esa faceta.
-¿Usás la bici como medio de transporte?
-Trato de moverme en bici lo más que puedo. Contraje el vicio hace dos años cuando estuve en Berlín. Tuve una bicicleta durante ese mes que viví allí y conocí la ciudad como no hubiera podido hacerlo de ninguna otra manera. Me pareció genial. Y cuando comencé a usarla en Buenos Aires fue una sorpresa encontrar más hospitalidad de la que yo pensaba. Creí que podría ser una masacre, y no fue así. Hasta me di cuenta de que los autos no son los más hostiles con la bicicleta, sino los peatones. Es el medio que más directo compite con las piernas. Incluso los peatones se molestan con el ciclista cuando uno interrumpe su camino por la bicisenda.
-¿También lo hacés para cuidarte, como para cumplir con la actividad física diaria?
-Estuve con mi médico hace poco y me dijo que las distancias cortas no cuentan como ejercicio. Pero creo que de todas esas cosas horribles que uno debería hacer para cuidarse, adoptar la bici como actividad física sería la que menos me molestaría.
-¿Y qué cosas horribles no podrías dejar?
-Mmm... el alcohol, el sedentarismo. Soy un tipo sedentario. No puedo moverme y trabajar al mismo tiempo [ se ríe ]. Paso muchas horas sentado a mi escritorio, seis o siete por día. Puedo moverme y pensar, pero no moverme y escribir.
-La trilogía [ Historia del llanto ; Historia del pelo e Historia del dinero ] aborda la década del 70. ¿Por qué elegir una década que fue reescrita tantas veces?
-Por una razón biográfica. Los 70 son los años de mi formación consciente podríamos decir. De los 11 a mis 21 años, una etapa de iniciaciones múltiples: sexual, erótica, escolar, intelectual, artística. Tengo ahora 53 años, y me interesaba volver sobre esa experiencia de haber sido formado a la luz y al fuego de esa década tremenda.
-¿Y por qué esos tres elementos: llanto, pelo y dinero?
-Son elementos muy privados, muy personales, como apéndices o desprendimientos del cuerpo. Tres elementos que me permitían articular esa intimidad con un mundo público, político e histórico. Y son tres elementos muy significativos para mí.
-¿Por qué? ¿Tenés miedo a perder el pelo?
-En mi familia siempre hubo un ala peluda y un ala pelada. Claramente caí del lado del ala peluda. Pero siempre tuve la impresión de que la gente que tiene pelo no es dueña de ningún privilegio del que jactarse, porque está todo el tiempo aterrorizada con la posibilidad de perderlo. Y las tres novelas, también, son sobre el miedo a perder cosas. El llanto es una experiencia de pérdida, de desprendimiento, y el dinero ni hablar. La última novela es sobre gente que tiene dinero, poco o mucho, y sobre el miedo a perderlo. Un terror de la clase media, un fantasma que acompaña la propiedad de cualquier capital. Buscar en ese elemento frívolo una dimensión de densidad y profundidad que, en general, uno no reconoce.
-Sobre lo frívolo, concedés que no hay que ir muy profundo para entender lo importante.
-Creo que hay cierta ideología de la profundidad que se desactivó. En los últimos 30 años, perdió fuerza la idea de que para entender lo que pasa en el mundo siempre hay que buscar detrás de las cosas, de los textos, de las imágenes, de las personas. A partir de los 80 todo se exhibe de manera escandalosa, y lo peor está todo el tiempo en primer plano. Los 90 fueron la evidencia radical de todo eso. No había nada que desentrañar. Hoy todo está en el mismo plano de igualdad, como el arte pop. Todo se volvió una superficie pop. Hace 40 años, el gran descifrador era el que sabía leer lo oculto en lo manifiesto. El psicoanálisis. Ahora ya no hay manifiesto y no hay oculto.
-¿Te psicoanalizás?
-Sí, creo que hay que analizarse siempre.
-¿Pero, entonces, allí no buceás sobre tu vida?
-Ya no creo que el psicoanálisis sostenga que hay cosas profundas y superficiales. Mucho más que encontrar sentidos ocultos, para mí es la posibilidad de reescribir todo el tiempo un relato personal y fabuloso según deseos y horizontes particulares. Creo que jamás nadie encuentra una clave de nada que te cambie la vida.
-Pero hay cosas que cambian a los 50. ¿Por ejemplo?
-Creo entender más sobre las cosas que pasaron, uno toma cierta distancia. Y, a la vez, estoy completamente sumergido en lo que me pasa ahora y no entiendo nada [ se ríe ]. Mi estado de incertidumbre es igual que a los 30. También reconozco ciertos problemas de flexibilidad. Entiendo que mis articulaciones crujan y que mi cuerpo tenga una forma adquirida que no venía con la anatomía de nacimiento. Pero no soy víctima de mis 53 años. Creo que ser un cincuentón consiste, digamos, en intentar cierta elegancia alrededor de ciertos problemas. Sortear con esa elegancia la posición de la víctima. Hay que reaporpiarse de lo que la vida hizo con uno. No somos sólo un objeto trabajado por el tiempo. Aunque saberlo tampoco implica ninguna paz, ninguna armonía. Todo sigue igual de confuso.
© Soledad Vallejos, La Nación