Fragmento de "Marx ha vuelto": Carlos Marx, sin ismos
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Tan sólo diez años tras la muerte de Marx, Georges Sorel ya hablaba en un ensayo de 1908 de “descomposición del marxismo”. Durante demasiado tiempo Marx ha sido presa de sus ismos, de las ortodoxias de partido y de Estado, de los personajes de mármol o de yeso que han petrificado en culto su crítica profana de la modernidad. Un recorrido por la galería de espejos deformes de una época nos dice tanto o más sobre las expectativas y proyecciones de una época que sobre su misma obra. No se trata de emprender excavaciones arqueológicas a la búsqueda de un Marx original y auténtico, más allá de las imitaciones y falsificaciones, sino de traerlo al “juego” de las interpretaciones que, descubriendo pistas ignoradas o descartadas, dan vida a las ideas.
Los últimos veinte años que han sido los del anuncio de su muerte han sido, paradójicamente, los de su renacimiento. A veces imaginamos equivocadamente los años 60 como los años de oro del marxismo. Ciertamente los estudios sobre marxismo nunca fueron tan variados y tan bien documentados como en la actualidad.
Nos permiten evadirnos del provincialismo exagonal al descubrir las producciones teóricas anglosajonas, latinoamericanas, asiáticas o africanas. Con ellas se viene a establecer un lazo prometedor entre investigadores de inspiración marxista y trabajos provenientes de otros ámbitos teóricos, como la sociología crítica, el psicoanálisis, y los estudios feministas o poscoloniales.
La riqueza y diversidad de estas producciones testimonian que se ha dado un vuelco en la historia tumultuosa de los marxismos y de sus crisis. Como subraya Stathis Kouvelákis, el marxismo es constitutivamente “pensamiento de crisis”. Su difusión, desde fines del siglo XIX, inaugura la lucha de tendencias que, como un eco a los desafíos de su tiempo, nunca cesaron de surcar el campo de la teoría. Significa, de entrada, una difracción y una puesta en plural de la herencia. Ya se empezó a hablar de la “descomposición del marxismo”.
La última crisis del marxismo en los años 1980 fue triunfalmente celebrada por los ideólogos liberales. Una vez más, el programa de investigación sacado de la obra fundadora de Marx se ha visto confrontado a los interrogantes de un período de expansión y a las transformaciones del mismo sistema capitalista.
Las prácticas y formas del movimiento social han sido sometidas a la prueba de las metamorfosis de las relaciones sociales, de la división del trabajo, y de la organización de la producción.
A estos parámetros recurrentes se agrega, al final de la secuencia histórica designada como el “breve siglo XX”, el hundimiento de las sociedades presentadas desde medio siglo antes como la encarnación temporal del fantasma comunista.
Sin embargo, ya desde mediados de 1990, la euforia neoliberal tenía plomo en las alas. El desarrollo en París del primer Congreso Internacional Marx, en otoño de 1995, coincidía de manera significativa con la gran huelga en defensa de la seguridad social y del servicio público. Se inscribía en un renacimiento de la investigación marxista, particularmente creativa en los países anglosajones y anunciada en Francia por la publicación, en 1993, de Espectros de Marx, de Jacques Derrida, o por la intención declarada de Gilles Deleuze de consagrar un libro “al gran Karl”. Paralelamente se publicó, bajo la dirección de Pierre Bourdieu, La misere du monde, que daba un nuevo impulso a la sociología crítica. Sobre las ruinas del siglo XX han florecido y vuelto a florecer los “mil marxismos” de que habla el filósofo André Tosel. Sin llegar a ponerse escarlata, el cielo comenzó a colorearse.
El florecimiento de esos “mil marxismos” aparece como un momento de liberación en que el pensamiento se evade de las estrecheces doctrinarias. Significa la posibilidad de recomenzar, tras las experiencias traumáticas de un siglo trágico, pero sin hacer tabla rasa del pasado. Tan plurales como actuales, esos marxismos comparten un rasgo curioso.
Y es que la variedad de interpretaciones pone sobre el tapete la cuestión de lo que, más allá de sus diferencias y de su fragmentación disciplinaria, puede constituir un programa de investigación que las englobe a todas bajo un mismo título. Dicho de otra manera, ¿puede todavía hablarse de marxismo en singular? ¿O hay que contentarse, según la fórmula del filósofo catalán, Fernández Buey, con un Marx “sin ismos” o con un marxismo deconstruido? ¿Cuál es, pregunta André Tosel, el consenso mínimo para que pueda decirse que algo es interpretación legítima del marxismo?
La pluralidad de los mil marxismos presentes y futuros plantea por tanto la cuestión de cuál es el mínimo teórico para un acuerdo, sobre el legítimo campo de los desacuerdos. Sin ese mínimo, la generosa multiplicación podría perfectamente terminar por hacer añicos el núcleo teórico del marxismo y llevarlo a su disolución en el caldo de la cultura posmoderna.
El largo ayuno teórico del periodo stalinista ha aguzado los legítimos apetitos de descubrimientos e invenciones. El yugo del marxismo de Estado y la experiencia de las excomuniones inquisitoriales han alimentado largamente la aspiración legítima a una libertad de pensamiento, de la que los “grandes herejes” de la época anterior (Ernst Bloch, el último Lukács, Jean Paul Sartre, Louis Althusser, Henri Lefebvre o Ernest Mandel) fueron los precursores.
De ahora en adelante el riesgo es inverso: que los mil marxismos puedan convivir pacíficamente y por consenso en un clima aplacado. Este peligro de eclecticismo va de la mano de la rehabilitación institucional de un Marx que se ha plegado a los beneficios de una marxología académica sin alcance subversivo. Derrida, en Espectros de Marx, ponía en guardia contra la tentación de “interpretar a Marx contra el marxismo, para neutralizar o acallar el imperativo político con la exégesis apacible de una obra clasificada”.
El fundamento de esta amenaza reside en la discordancia entre el ritmo de alimentación intelectual y la lentitud de la movilización social, en la escisión o ruptura entre teoría y práctica que ha caracterizado el marxismo occidental desde hace demasiado tiempo.
En la reivindicación de su unidad el marxismo se somete a este doble criterio de juicio.
Si bien no ha sido seriamente refutado en el plano teórico, sí ha sido incontestablemente probado por las pesadas derrotas políticas del movimiento obrero y de las políticas de emancipación del siglo pasado. Su programa de investigación sigue siendo fuerte.
Pero su futuro depende de que establezca una relación estrecha con la práctica renovada de los movimientos sociales y con la resistencia a la globalización imperial, en vez de refugiarse en el enclave universitario.
Allí, en verdad se expresa de manera brillante la actualidad de Marx: en su crítica al mundo de la privatización, en su crítica a la idolatría de la mercancía en su estadio espectacular, en su huida de la aceleración de la carrera de las ganancias, en su conquista insaciable de espacios sometidos a la ley impersonal de los mercados. La obra teórica y militante de Marx nació en la época de la globalización victoriana. El auge de los transportes fue, entonces, el equivalente de Internet; el crédito y la especulación conocieron un desarrollo impetuoso; se celebró la bárbara boda del mercado con la técnica; apareció la “industria de la masacre”.
Pero también de esta gran transformación nació el movimiento obrero de la Primera Internacional. La Crítica de la economía política permanece siendo indispensable para descifrar los jeroglíficos de la modernidad y el acto inaugural de un programa de investigaciones siempre fecundo.
El renacimiento de los marxismos se funda en la crisis de la globalización capitalista, desgraciadamente ya iniciada, y en el hundimiento de sus discursos apologéticos.
Este florecimiento responde a menudo a las exigencias de una búsqueda libre y rigurosa, aunque a resguardo de las trampas de la exégesis académica. Nos muestra hasta qué punto los espectros de Marx pueblan nuestro presente, y qué erróneo sería contraponer una imaginaria edad de oro en los años 60 a la esterilidad de los marxismos actuales. Hoy el trabajo molecular de la teoría es, sin duda, menos visible que ayer. No se beneficia de la notoriedad de intelectuales comparables a los antiguos maestros del pensamiento.
Seguramente será más densa, más colectiva, más libre y más secular. Si los años 1980 fueron tolerablemente desérticos, el nuevo siglo promete bastante más que algunos oasis.
Fernand Braudel decía que, para terminar con el marxismo, se precisaría una impresionante policía para vigilar el vocabulario.
Quiérase o no, el pensamiento de Marx pertenece ya definitivamente a la prosa de nuestro tiempo, aunque esto disguste a quienes, como el célebre burgués, hacen prosa sin saberlo. Ser fiel al mensaje crítico de Marx es juzgar que nuestro mundo de rivalidades y de guerras de todos contra todos no es reformable con algunos retoques, sino que hay que derribarlo, y que esto urge más que nunca. Para cambiarlo hay que comprenderlo, en vez de contentarnos con comentarlo o denunciarlo. El pensamiento de Marx es el gran trueno del capital, poco audible en su tiempo; no es un punto de llegada, sino un punto de partida y un lugar de paso obligado que pide ser superado.
*Filósofo.
http://www.perfil.com/ediciones/2012/2/edicion_650/contenidos/noticia_0027.html