"Lo digital no acabará con el libro"
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- Malena Sánchez Moccero
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Fanático del fútbol, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) publicó Dios es redondo (Planeta, 2006) e Ida y vuelta. Una correspondencia sobre fútbol (Seix Barral, 2012), que reúne las cartas que se enviaron Villoro y Martín Caparrós durante el Mundial de Sudáfrica. El mexicano, ganador del premio Herralde 2004 por su novela El testigo, es también autor de la obra de teatro Filosofía de vida, que aquí dirigió Javier Daulte. Además, escribe literatura infantil y piensa que tal vez lo haga para tener una segunda infancia, una con todos los libros que no tuvo en la suya.
Es uno de los primeros nombres que aparecen cuando se habla de los grandes cronistas latinoamericanos, y sobre ese género conversará en la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires hoy a las 19.30 en la mesa “Narrar la realidad: la crónica latinoamericana entre la política y la literatura”.
También es conocida su afición por el rock y es coautor de algunas canciones de Café Tacuba. Los protagonistas de su última novela, Arrecife (Anagrama, 2012), son justamente dos ex músicos de heavy metal. Uno de ellos creará La Pirámide, un hotel en alguna costa mexicana donde los turistas buscan peligros extremos. “El miedo es nuestro mejor recurso natural”, dirá el protagonista de este thriller.
—Usted dijo: “Messi es el mejor, pero no es un mito como Maradona”. ¿Qué le falta para convertirse en leyenda?
—A nivel deportivo, Messi es insuperable. Dada su juventud, parece ser que lo conseguirá todo. Pero aún le faltan anécdotas para su mitificación. La más importante es triunfar para Argentina. No jugó en ningún equipo local y no ha podido ganar el Mundial. Eso es decisivo para que ingrese en la zona de la leyenda. A diferencia de Diego, carece de drama y de comedia fuera de la cancha. Su destino se decidirá al 100% sobre el césped. Resulta decisivo que triunfe para su país y que sortee la crisis que tarde o temprano le llegará al Barcelona.
—A raíz del recuerdo de que usted decidió ser escritor después de la lectura de un solo libro, dijo en una entrevista: “Se necesita una dosis de irresponsabilidad para escribir”. ¿Por qué?
—Al escribir, sacas cosas que te daría vergüenza presentar en una reunión. Se necesita cierto descaro para ser escritor. Los personajes son la máscara que te pones para decir verdades que te dan vergüenza.
—Con el avance de la tecnología, donde el usuario saltea intermediarios, ¿debería transformarse la crónica?
—La crónica tiene un papel garantizado. Es la mejor manera de mezclar lo público y lo privado, la información y la emoción. Esto no quiere decir que va a ser muy leída. Hoy en día, el prestigio ideológico de la crónica es muy superior a las posibilidades de ejercerla. Es más fácil organizar un seminario o un premio de crónica que conseguir que te publiquen una crónica.
—¿Qué piensa sobre los eventos como la Feria del Libro de Buenos Aires?
—Son fenómenos de la industria editorial, tienen que ver más con la necesidad de vender libros que con la cultura. Aun así, permiten un insólito contacto entre autores y lectores. Cuando publicas un libro, es como si enviaras una botella al mar. Llegar a una feria y dialogar con un lector significa que la botella fue a dar a la playa apropiada.
—Frente al avance del e-book, ¿qué futuro atisba para el libro en papel?
—El libro estuvo bien inventado. Desde el siglo XII existe en el formato que conocemos hoy en día y desde el Renacimiento se reproduce en serie. No creo que los soportes digitales acaben con el libro. Habrá una nueva división de ofertas. Los libros de consulta, las novedades, los best sellers serán descargados en una tableta. Pero ciertos libros se seguirán buscando en papel. Mientras la gente sienta necesidad de regalar o prestar un libro, es decir, de pasarlo de mano en mano, habrá textos en papel.
—En “Arrecife”, el protagonista habla de “daños elegidos”. ¿Cree que es un rasgo de esta época esta necesidad de sentir dolor para sentirse vivos?
—Vivimos rodeados de entornos digitales, representándonos a nosotros mismos en pantallas, asumiendo passwords y ofreciendo nuestro PIN a cajeros automáticos. En ese entorno espectral, de pronto surge el deseo de recuperar la realidad en forma salvaje. El peligro siempre ha sido tentador (véase la manzana en la Bliblia o, muchos años después, la prohibición de ir a la popa en Los premios, de Julio Cortázar). Sin embargo, en la extraña vida de autómatas cibernéticos que llevamos ahora, la necesidad de recuperar la adrenalina parece más apremiante. El mundo está lleno de violencia, pero hay gente que quiere “otra” violencia. En Arrecife, un personaje habla de la “paranoia recreativa”, que consiste en el miedo que, al modo de una película de terror, se percibe como algo real pero tiene el encanto adicional de saber que es superable. Quise jugar con esas emociones y, sobre todo, mostrar que cuando se juega a controlar el peligro casi siempre algo falla... y hace falta una novela para explicarlo.
—En la novela, los personajes se presentan quebrados en un entorno algo deprimente. Sin embargo, el final parece optimista. ¿Por qué?
—En los últimos seis años, México ha padecido 80 mil asesinatos y al menos 30 mil desapariciones. ¿Cómo narrar en este entorno? Me interesaba abordar el tema de dos amigos que ya han hecho su mayor esfuerzo en la vida. Uno de ellos ha sido destruido por la droga y el otro está enfermo de muerte. Esto, sin duda alguna, es muy deprimente, pero permite que los personajes hagan un último y valiente careo con lo que han sido. El que en apariencia es el más débil de los dos sobrevive y puede conservar la memoria del otro. Es una forma de resistir y de apostar por otro futuro. Esa intuición de optimismo me parece imprescindible en un país que en los últimos años sólo ha hablado de la muerte.
© Malena Sánchez Moccero, ADN