La última página, según Pablo Bernasconi
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- Claudio Andrade
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"Empiezo siempre por el final, es un poco loco, pero lo hago con novelas y ensayos", se confiesa Pablo Bernasconi para dejar lugar a una sonrisa culpable y tenue.
Los finales de las obras literarias son una nota esquiva en el gran acorde de la historia. La metáfora de un continente que acabamos de cruzar a pie y del que sabemos todo y nada. Por esto los finales, leídos como si fueran un relato en sí mismos o un pasaje de algo mayor pero que requiere cierta urgencia (de ahí la idea de concurrir a ellos tan tempranamente), dicen tanto como callan.
Entonces "Finales" (Edhasa). Es el nuevo libro de Pablo Bernasconi que ayer comenzó a venderse en las librerías del país y la región.Se trata de un volumen que contiene en su interior el rico universo imaginado por este talentoso ilustrador argentino y barilochense –"La Nación", "The New York Times", "The Times", "The Wall Street Journal", "Daily Telegraph"–, sin duda, uno de los más respetados de su generación. No faltan entonces los finales del "Ulises" de James Joyce, "El Martín Fierro" de José Hernández, "Factotum", de Charles Bukowski, "A sangre fría" de Truman Capote, "El túnel" de Ernesto Sábato y "La Biblia", entre muchos otros. En total son 59 los títulos representados o reinterpretados por Bernasconi, pero originalmente trabajó en 100. De aquellos que no clasificaron para el libro quedaron ilustraciones casi terminadas, bosquejos o figuras que no germinaron por completo.
El ilustrador asegura que su ansiedad no le trae decepciones. "El final representa al libro pero para comprender esa síntesis hay que leerlo todo", dice. Estos finales han sido acompañados por bellas y pertinentes ilustraciones. A "Moby Dick" de Herman Melville, le corresponde una cola de ballena construida con los fragmentos heridos de los buques que la gran ballena blanca probablemente hundió. A "El perfume" de Patrick Süskind, una gran nariz escapando de la oscuridad. A "El proceso" de Frank Kafka, un hombre enfrentado a dos escaleras infinitas.
"Finales" es el último capítulo de una trilogía que al autor le llevó ochos años de trabajo. Ésta se completa con "Retratos" y "Bifocal". Y aunque hablamos de finales, la nueva obra tiende a prolongarse en el tiempo. Es, por un lado, una impensada guía de lectura de los grandes clásicos. Y por otro, una puerta secreta, un pasadizo escondido, mediante el cual uno puede morder fragmentariamente el cuerpo de algunas de las más brillantes obras literarias jamás escritas.
El libro de Bernasconi trae además un exquisito prólogo donde explica sus razones. "Entiendo que una gran cualidad que tienen los libros es que, a diferencia del mundo real, tienen un final. Un punto en el que ya no puedo ir más allá. Eso me tranquiliza. La literatura propone una ilusión tan verosímil, tan deliciosa, que por un momento la preferimos de verdad", escribe.
"De todos modos éste no es un canal abierto, podés no comprar el libro. Pero no elegí libros que quemaran la lectura. Me pareció divertido hacerlo, pero hay párrafos que engloban los libros como si fuera el libro entero y, sin embargo, no te arruinan el final. "Esperando a Godot" de Samuel Beckett, por ejemplo, si lees el libro, el final es éste y éste es todo el libro, le cuenta a "Río Negro".
Curiosamente "Finales" se presenta algo más que como un libro, es también un objeto. Un cuaderno de ilusiones. Un juego en el que el lector puede reincidir. Porque hay finales que no deberían dejar de ser leídos una y otra vez, con mayor razón ahora que Bernasconi les ha puesto su tinta indeleble, su sello personal. Volver a leer, por ejemplo, el final de "El amor en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez: "El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
–¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
–Toda la vida, dijo.
"Legalmente puedes poner 1.500 palabras, lo cual es un montón pero el último párrafo del Ulises mide 20.000 palabras, son hojas y hojas y hojas, ahí claramente no puse el último párrafo, tuve que hacer algo", cuenta el autor.
Por supuesto hay finales y finales. En muchos clásicos, éstos no refieren a la solución de nada en particular. Conformar un espacio elástico. Si ha habido un punto culminante éste ha ocurrido probablemente bastante antes. Con esto en mente, Bernasconi se sumergió en la tarea de contar lo contado a través de otro método: plasmar sobre una "tela blanca" lo que las palabras le dictaban a su creatividad.
"Al seleccionar me gustó el hecho de marcar las diferencias estilísticas de cada autor, cómo cierran las historias. Algunos son violentos, otros guarros, otros con un nivel de filosofía altísimo, uno nota que hay un estudio de profundidad para llegar a esa conclusión, un discurso hiperprofundo, encuentro maravillosas a esas diferencias", dice el autor.
En este artículo no contaremos el final del libro del propio Bernasconi, aunque sí apelaremos a un párrafo de su prólogo que describe su pasión y las virtudes de este hermoso libro suyo. Escribe: "Me robo el pasado de las historias y lo escondo para después. Así, les presento el futuro y despierto el apetito. Como un trovador tramposo, como un fisgón adicto".
Bienvenidos al futuro.