Economía doméstica
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- Ramiro Quintana
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El llanto, el pelo y el dinero. Ésos son los motivos a partir de los cuales Alan Pauls ha organizado su trilogía acerca de los años 70, años clave en términos de formación para el protagonista de las novelas que integran la serie y, también, para su autor, cuyo interés por el modo en que la escritura literaria transfigura la experiencia personal alcanza aquí su cenit. En Historia del llanto (2007), Pauls contrariaba los basamentos del género testimonial mediante el uso de la tercera persona y la reticencia cronológica, al tiempo que escenificaba la experiencia del protagonista como lector ("leer antes incluso de saber leer"). En Historia del pelo (2010), sondeaba las conexiones más recónditas entre frivolidad y violencia política, apoyándose en la obsesión capilar del protagonista. Ésta, la última entrega, versa pues sobre el dinero, o en rigor, sobre el comportamiento financiero de los personajes de la novela, todos ellos peonzas a merced de los desbarajustes privados y de la economía tornadiza, cuando no desquiciada, de la época (hiperinflación y cambios de moneda, por caso). En Historia del dinero , los "dobles higiénicos" (cheques, pagarés, tarjetas de crédito) son desplazados por la sucia voluptuosidad del cash , por los billetes que pasan de una mano a otra; el libro, apunta el narrador, es "quizás el único objeto capaz de juntar más suciedad que el dinero". El protagonista, su padre y su madre destinan el dinero a prácticas distintas, y aun opuestas entre sí, pero todas ellas, regidas por el exceso, tienden a poner a prueba el gasto, a ver hasta dónde se puede gastar y cuáles son las consecuencias últimas del gasto. No hay, para los personajes de Pauls, posibilidad alguna de conservar el dinero: lo pierden. Como si se les hubiera hecho carne que el respaldo que brinda el dinero es una incógnita, lo usan, no pueden dejar de usarlo, para saber cuánto vale en el momento en que lo gastan, para comprobar, entre el éxtasis y el terror, una y otra vez, si ese trozo de papel impreso todavía tiene algún valor. El dinero es, sobre todo, aquello que les depara goce. El protagonista, sin ir más lejos, goza pagando. "De todas las misiones posibles, a él le toca saldar, ser el que cancela", en palabras del narrador. Así pues, en su adolescencia, por ejemplo, no bien cobra por su primer trabajo, se empeña en pagarle una deuda a un compañero de colegio que no recuerda haberle prestado dinero. O bien, algunos años después, cuando se va a vivir solo, nada lo complace más que pagar una cuenta y quedar "limpio para buscar en la lista el próximo pago". Por eso, porque siempre está pagando algo, tempranamente se asume incapaz, no para ganar dinero, sino para evitar que éste se haga humo. La "cosa" del padre del protagonista es el juego. Brillante para los números, va de las mesas de póquer al casino de Mar del Plata, "donde se pasa un promedio de siete horas jugando sin parar", y de allí a las cuevas de especulación financiera, un tipo de vida que lo conduce a irregularidades y enredos, incluida la búsqueda de un deudor en Río de Janeiro mientras está de vacaciones con su hijo. "Ante el juego, todo es secundario", anotó Juan José Saer, jugador inveterado, en uno de los cuadernos publicados en Papeles de trabajo II . En ese sentido, el protagonista descubre, siendo un niño, que "la verdadera vida de su padre" es el juego, una vida a la que ni él ni su madre accederán jamás, condenados a vérselas con "una suerte de doble de cuerpo" del original. La madre del protagonista, por su lado, es "alguien para quien el dinero, por definición, es lo que nunca es suficiente". Heredera vitalicia, sucumbe ante la voracidad de la Bestia, una casa faraónica en la costa uruguaya que, imposible de dominar, les come durante años el dinero a ella y a su marido. La única forma de guardar el dinero, parece sugerir la madre del protagonista, es manteniéndolo "fuera de la historia".
Por otra parte, a propósito de la póliza de seguro de vida que el protagonista firma a petición de su madre -a fin de que si ella, que está punto de emprender un viaje, pierde la vida, él resulte beneficiario de cien mil dólares-, aunque sobre todo por los secuestros realizados por las organizaciones guerrilleras durante la primera mitad de los años 70, la novela formula una pregunta escalofriante: ¿cómo se tasa una vida humana? Ya en Historia del llanto , se decía, en referencia al protagonista, que él veía exigido, por su lectura del economista Ernest Mandel, a interrogar el intercambio de dinero por producto "hasta en sus resortes más ínfimos, de modo de desnaturalizarlo". Por ejemplo, en el caso del secuestro de los hermanos Born a manos de los Montoneros, "el nec plus ultra del tarifario carne-dinero", ¿por qué piden por su rescate cinco millones de pesos? ¿Por qué esa cifra y no cualquier otra? ¿Cuál es el criterio detrás de esa cifra? Eso es lo que desespera al protagonista: la falta de criterio, de lógica. Ocurre que, cuando el intercambio incluye una vida humana, es ésta la que funge de medida. De modo que, se pregunta el protagonista, a fin de cuentas, "¿cómo saber si lo que se pide es mucho o poco?"
En Historia del dinero , donde convergen la economía doméstica y la política económica de un modo inédito para la literatura argentina, Alan Pauls, con su estilo afiligranado y tentacular, lleva a cabo una aguda microscopía del dinero, es decir, de aquello que irremediablemente se pierde.
© Ramiro Quintana, ADN La Nación