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Un debut explosivo

Periodista:
Sin Autor
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Sí, puede ser, si ese autor se llama Jeffrey Eugenides y si salió al campo de batalla de la literatura con una novela de la intensidad de Las vírgenes suicidas.

Estamos en el año 1993. Las novedades en materia de libros de ficción no evidenciaban grandes revelaciones; Stephen King sacaba su novela de terror anual, Laura Esquivel movía el amperímetro del mercado con Como agua para chocolate, Irvine Welsh publicaba Trainspotting sin saber todavía que la adaptación de ese relato iba a ser un hito cultural para la generación inglesa de fines del thatcherismo. Pero los lectores atentos supieron detectar de entre las tantas novedades de Farrar, Straus and Giroux, una de las editoriales más prestigiosas de Estados Unidos, un volumen pequeño y de título sugestivo como Las vírgenes suicidas. La voz se corrió rápidamente. Y en la década de la generación X, las drogas sintéticas y los relatos políticamente incorrectos, el libro de Eugenides encontró un lugar privilegiado. Para cerrar la década, en 1999, el libro saltó a la pantalla grande en una adaptación de Sofía Coppola, también una joven debutante. Una ópera prima encontró eco en otra ópera prima, y la película ganó el premio MTV: signo de los tiempos.

¿Qué tenía aquel libro? Ante todo, una escritura prodigiosa, todavía contenida, que estallaría finalmente en Middlesex, donde la extensión del volumen permite el despliegue de una escritura de mayor cuerpo. La perspectiva del narrador era interesante, también, porque quien narra es una primera persona del plural femenino, al mismo tiempo abierta (porque puede ser cualquiera) y puntual (porque lo que se cuenta es bien personal). Pero lo que por sobre todo tenía aquel debut era la historia tremenda de cinco hermanas hermosas y volátiles que se suicidan. La acción transcurre en Michigan, en algún momento de los años 70, en el interior de una famila católica. Cinco mujeres, cuyas edades encadenan una pirámide perfecta: 13, 14, 15, 16 y 17 años. El arco completo de la adolescencia.

Las vírgenes suicidas, entonces, fue un libro de inocencia interrumpida, que se animó a contar una historia dramática pero posible. Esa magia un poquito truculenta que tiene el realismo norteamericano.