Riverside Agency

Realizar una búsqueda avanzada +

Ingresar

¿Olvidó su contraseña? Haga click aquí

Las delicias del fin

Periodista:
Roberto Di Stefano
Publicada en:
Fecha de la publicación:
País de la publicación:
  • Descripción de la imagen 1

Cualquiera que haya entrado alguna vez a una librería habrá visto a esa variedad de personas que toman un libro en sus manos, lo dan vuelta, repasan la solapa, lo abren por el medio, leen la página 123, lo dejan, lo agarran de nuevo, evalúan su peso. Parecen dominados por una superstición o alguna creencia animista (¿escucharán voces?) que les garantiza que cada una de esas acciones puede ayudarlos a penetrar en el corazón secreto de esas páginas. Pablo Bernasconi es un caso extremo.

No sabe si llamarla fobia. Prefiere la palabra "impulso" (como un latigazo, invencible), aunque deja abierta la posibilidad de que la psiquiatría pueda catalogar su manera extraña de comenzar un libro. Siempre es igual. Bernasconi empieza por la última página. Agarra un libro y lee, por ejemplo: "Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio". O lee: "Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano". Y también: "Con más vueltas que caballo de noria. Más fiero que costalada de chancho. Más duro que garrón de vizcacha. Mañero como petizo de lavandera. Solemne como pedo de inglés".

Las palabras con las que concluyen El extranjero de Albert Camus,1984 de George Orwell y el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal son parte de Finales (Edhasa), el libro en el que el reconocido ilustrador y escritor argentino moldea su manía de atacar por el fin y convierte su vicio privado en arte para muchos. Bernasconi confiesa: "Elijo los libros a partir del último párrafo. Si me gusta, lo compro, decido si voy al principio". Pero aclara: "Esto de empezar por el final es algo que hago únicamente con novelas. De ningún modo en el caso de cuentos. Cuando lo hice, me arruinó el cuento".

 

Vale aclarar también que la ansiedad que impulsa a seguir leyendo no queda de ninguna manera anulada por el conocimiento anticipado del final. Bernasconi fue muy cuidadoso a la hora de seleccionar esta inusual colección de últimas páginas que son, en verdad, una invitación tan original como intensa a sumergirse en los libros. Además, toda una teoría al respecto sustenta su decisión de inducir lecturas mediante las delicias del fin. En el prólogo de Finales, Bernasconi persuade al lector de que muchas veces los libros terminan mucho antes del último párrafo. "¿Cuánto pesa un final?", se pregunta.

La respuesta son las 59 ilustraciones (ningún amor por los números redondos) que incluye Finales, cada una ejecutada mediante collages que son a su vez metódicos ejercicios de videncia. Bernasconi ve cosas dentro las cosas. El torso del Quijote es una lata de repelente Off herrumbrada, y está montado sobre un Rocinante flaquísimo cuya cabeza es un serrucho y su cuerpo una cañita tacuara. Un zapato viejo con cuatro tapitas como ruedas arman el vehículo que ilustra En la carretera, de Jack Kerouac. A veces por afinidad de los materiales (cuerina, una herradura y una espiga paraDon Segundo Sombra), otras veces por la vía de brutales contrastes (un motor desnudo injertado en las patas de una rara bestia extraviada en el proceso evolutivo para El origen de las especies), Bernasconi construye sus encantamientos visuales con una eficacia entrenada en hacer hablar a los objetos. De cómo el deseo carcome habla una hojita de un verde doloroso y turgente clavada en el pecho de una hoja agusanada (Lolita). Por ejemplo.

Todo concluye

Finales, que comienza con el final de la Odisea y termina con elApocalipsis, cierra un ciclo magistral. La trilogía se inició conRetratos, donde se encuentran el Rocky Balboa de carne cruda y un Fontanarrosa cuya barba son las virutas que deja un sacapuntas. Y siguió con Bifocal, experimento que rinde tributos equivalentes al lado luminoso de la vida y a las zonas oscuras.

En la enumeración que Bernasconi hace de algunos de los libros que están en Finales hay algo de la enciclopedia china de Borges (ausente con aviso, autor sin novelas), que incluía desde animales pertenecientes al emperador hasta los que de lejos parecen moscas, además de lechones y sirenas. "Siete me cambiaron (literalmente) la vida -escribe el ilustrador-. Tres abandoné, cuatro tardé más de un año en terminar y cinco fueron leídos hace al menos quince años, por lo que sus imágenes se reconstruyen desde recuerdos mohosos. Dos pasaron del odio al amor profundo; otros dos nunca pasaron del odio; (...) Tres leí en inglés, cuatro al menos dos veces, tres leí por obligación, cinco durante diferentes vacaciones, dos en un avión, nueve en la cama y uno me gustó tanto que me dio el coraje para encarar éste, mi libro".

Dice que con esto de los finales se imagina una variante, un experimento que consistiera en "tomar los finales de los libros que todavía no leí, de los que sólo conozco el final". Quizás más adelante.

-¿Tenés identificado el momento en que empezaste a leer por el final?

-Cuando empecé a leer novelas. Tenía 13 o 14 años. Comencé a leer algunos libros de Oscar Wilde. Recuerdo haber leído El retrato de Dorian Grey, por ejemplo, en cuyo final está todo, y por eso no lo incluí en Finales. De todos modos disfruté muchísimo esa novela, pero empecé a tomar conciencia de que esta práctica podía desalentar la sorpresa del final. ¿Viste que los niños leen de atrás para adelante o agarran el libro por cualquier lado? A mí me gusta eso también, abalanzarme y entrar por donde sea. No tengo ningún método, salvo el de los finales. Y con ciertos libros, sobre todo cuando me empiezan a cansar, hago una especie de fast forward, avanzo como si fuera una película. Es una manera de poner un poco de agua fría y darme ánimos de seguir. Hago mucho ese tipo de cosas. Creo que los libros no son tan lineales como parecen, más allá de que tengan tapa y contratapa y empiecen en la página 1. Los libros tienen otra forma, son más orgánicos. Justo venía leyendo algo que dice John Berger sobre cómo la gente sostiene los libros: como si fueran cosas que están dormidas. Es verdad. Uno no sostiene un libro como si fuera una valija o una herramienta. Lo sostenés con otro cariño, otro cuidado. Como si fuera un organismo. Los libros tienen un crecimiento, tienen una evolución, tienen cosas para contarte. Más que objetos, son cosas que te acompañan.

-¿Por qué son 59 los finales ilustrados?

-No soy un amante de los números redondos. Eso explica por qué no terminó en 60, por ejemplo. Pero por otra parte el libro tiene la extensión de los dos anteriores que integran la trilogía: Retratos yBifocal. En principio, la selección fue cronológica. Hay desde un libro de 1.500 años hasta libros recientes. A mí me gusta tener una paleta muy abierta, muy heterogénea, que en este caso pudiera incluir muchas lenguas, muchos momentos de historia de la literatura. Traté de incluir estilos muy diferentes. Por eso este libro es un ensayo sobre los finales y tiene que ver con la pregunta ¿cuánto pesa un final? La respuesta tiene muchas variables. Está dictada por la cantidad de libros que existen y escritores que los escriben. YFinales es como una paleta en la que cada autor genera su propia respuesta. Hay autores que son muchos más certeros, o más violentos, o que apelan a la sutileza, la incógnita, o a dejar entre líneas una historia que no termina de cerrarse. Otros la dejan con un moño y un final feliz. El final es el lugar en el que el autor tiene que cerrar la cosa. Ahí se pone todo el talento y la observación. Es el jardín más cuidado por los autores. Toda esa secuencia de alternativas literarias es lo que a mí me interesó testear.

-En el prólogo mencionás un libro que te dio el coraje para encarar "Finales". ¿Cuál es?

-Es G, un libro de John Berger. El protagonista es como un Casanova moderno, un revolucionario que, desde lo sexual y la seducción, empieza a corroer los aparatos autoritarios de la sociedad. Es mucho más político que erótico. En el final, se narra una experiencia: la visión del mar, los brillos o las diminutas partículas del sol que se esparcen por el agua, lo que es una forma de hablar casi del comunismo a partir de esa imagen. Y la imagen que yo generé sólo funciona si uno entrecierra los ojos, que es lo que Berger indica en el final de su libro. Si uno ve la imagen con los ojos abiertos, no ve nada. A mí me gusta mucho que los lectores puedan interpelar físicamente al libro. Quiero que el lector tenga que darlo vuelta o que, como en este caso, deba cerrar los ojos para encontrar la imagen.

El poder del arte

-¿Te relacionás mejor con personajes o temas que admirás? Pienso por ejemplo en tu conocido retrato de Videla...

-Me interesan los personajes gigantes, por lo bueno o por lo malo. Videla es un personaje inapelable, uno no lo puede esquivar. No sería yo un autor digno si lo esquivara porque me repugna. Ese tipo de personajes enormes, por la razón que sea, tienen mucho para contar. Y justamente el arte, ya sea la literatura, el cine o la ilustración, son lenguajes capaces de representar cosas que a la historia misma le cuesta representar. Una foto de Videla te puede estremecer pero no termina de contarte lo que era el tipo. Eso es lo que puede hacer el arte. Yo por eso soy muy cuidadoso con la caricatura. Es un género que no me simpatiza mucho. Porque la forma que tiene la caricatura de abordar a los personajes, y sobre todo a los personajes incómodos, es desde lo físico. Y yo estoy convencido de que eso no alcanza para encontrarse con estos personajes.

-¿Trabajás en un taller? ¿Tenés un stock de cosas, o te las vas cruzando?

-No es que me cruce con los objetos. Sí guardo cosas. Soy como una especie de linyera premeditado. Estoy atento, pero no uso algo porque lo encontré. Sé que las tengo, y si es posible las utilizo. El azar interviene en que encuentro algunos objetos y luego recuerdo que los tenía y entonces los utilizo. Tengo un galpón lleno de porquerías, pero no guardo todo. Para eso tendría que vivir en otro lugar y sin familia. Además fotografío muchísimo. Siempre ando armado con una cámara y documento mucho. En el caso en que tenga que recurrir a algún objeto, generalmente recuerdo dónde está. Puede ser un matafuegos que vi en la casa de un amigo. Tengo una memoria muy precisa acerca de dónde y cuándo exactamente vi cada cosa. Y tengo una manera de mirar los objetos que es muy parecida a la manera en que miran los niños, que van de lo micro a lo macro. Los chicos ven las cosas por detalles y luego empiezan a armar el panorama completo. Y tengo un entrenamiento: mirar las cosas buscando guiños y metáforas que quizá no están a la vista. Mi trabajo es muy detectivesco en ese sentido, consiste en hacer razonamientos y buscar coherencias. Voy armando asociaciones que son muy precisas. Y voy muy despacito. Por eso mis cuadernos son páginas y páginas de consecuencias lógicas. Lo tengo, supongo, de mis viejos, que eran científicos.

-Tu trabajo tiene un fuerte componente escultórico. ¿Te interesa mostrar esas construcciones como obras, como piezas de arte en una sala?

-Lo pensé y de hecho lo hice alguna vez, pero no es un mundo en el que nade cómodo. El tema de la sala y el arte para pocos no me va. El arte no es masivo. Me refiero al arte de salas o el arte que compra un señor para poner el cuadro o la escultura en su living. Me gusta, incluso tengo obras, pero para mí el arte tiene que ser algo como lo que logra el cómic, la prensa, las revistas, algo que se dispara masivamente. Expuse un montón de veces, pero necesito el olor de la tinta. Soy un animal de la masividad. Y es mucho más grato saber que lo que uno genera puede tener miles de testigos. Y que no es una sola persona la que lo disfruta o lo odia, porque también pasa eso. El arte tiene que ser algo que se lanza al mar. No lo podés tirar adentro de una pecera.

-¿Qué pasó con el pedazo de carne con el que hiciste a Rocky?

-Me la comí. La hice milanesa.

-¿Te acordás qué corte era?

-Creo que era nalga, pero la hice cortar más gruesa. Fui a una carnicería y la pedí como la quería. La hice cortar del medio para atrás y para adelante, arruinando todo el resto. En realidad soy bastante obsesivo con la forma en que busco la carne y las verduras en el supermercado. Para el libro Retratos, estaba buscando un morrón para hacer a Maradona. Estaba en la góndola de las verduras y agarraba un morrón y lo miraba. Agarraba otro, me lo acercaba y lo dejaba. La gente ya empezaba a pensar cosas raras. Y había un señor que me miraba con curiosidad. Debo haber estado como 10 minutos hasta que elegí un morrón, uno solo, y lo guardé en una bolsa. Entonces el tipo se me acerca y me dice: "¡Tu mujer es más hincha pelotas que la mía!". Mi trabajo tiene algo de eso, de la búsqueda del objeto preciado, a veces los diamantes están dentro de una verdulería.