Paolo Giordano: “Necesito estar atrincherado”
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De repente un buen día Paolo Giordano sintió que necesitaba poner su propio pellejo en peligro. Ya había escrito en italiano, su lengua, una primera novela – La soledad de los números primos – que se vendió dos millones de veces en más de cuarenta idiomas. Ya había ganado premios –el Strega, en 2008, y el Campiello Opera Prima–. Ya se había enamorado de su editora y había logrado terminar el doctorado en física teórica. Tenía 28 años, había visto Vivir al límite –el filme de Kathryn Bigelow sobre el conflicto en Afganistán que ganó el Oscar en 2010– y se quería ir a la guerra.
Dice Giordano mientras bebe al mediodía un aperitivo fosforescente en Platti, uno de los bares más burgueses de Turín, la ciudad donde nació en 1982: “Pocos meses después de la salida de La soledad de los números primos me di cuenta de que mi vida se había vuelto irreversible. Las transformaciones irreversibles en física ocurren de un modo muy rápido. Para superar esta línea de sombra, este pasaje a lo Conrad en el cual se deja de ser adolescente para transformarse en adulto, tuve que hablar de guerra”.
De eso se trata El cuerpo humano , la novela que escribió luego de haber convencido a la revista Vanity Fair de que él era el cronista perfecto para hacer un reportaje sobre la vida de los soldados italianos que cumplen misión en Afganistán. El libro transcurre en una de las zonas más peligrosas donde un pelotón le pone el cuerpo (humano) a situaciones límites, traiciones, lealtades, amores y desamores en enfrentamientos que se libran en el campo de batalla y en el interior de cada uno de ellos.
¿Por qué dejó pasar cuatro años para volver a publicar una novela en vez de aprovechar el envión del éxito que tuvo “La soledad de los números primos”?
En realidad no soy bueno para aprovechar las situaciones. No porque sea puro sino porque en realidad no tengo la capacidad para hacerlo. Sigo un recorrido personal que nunca estuvo sincronizado con lo que debía pasar en el afuera. Hubiera debido tomar decisiones más sabias como publicar mi segundo libro antes o no escribir una novela en base a la guerra, pero no lo hubiera conseguido. No es una pose. Es el tiempo que me llevó.
Dijo “aprovechar” no sólo desde un punto de vista comercial sino también creativo. ¿O acaso, a pesar de tener formación en ciencias exactas, siempre confió en su escritura?
Recién ahora, después de este libro, tengo confianza en mí. Antes, sólo había escrito una novela que se convirtió en algo enorme pero podía ser todo accidental. Yo percibía la duda de ciertas personas a mi alrededor de que lo que estuviera pasando fuera una casualidad. Yo mismo lo pensaba. Es cierto que ese impacto con el mundo verdadero que La soledad… me hizo ver potencialmente muy creativo pero liberado ahí, me resultaba todo lo contrario. Me parecía que era algo que me chupaba la energía. Vino un tiempo en mí de sedimentación, un compás de espera para ver qué cosas surgían. Para mí la exaltación no es un estado de ánimo muy fértil. Necesito estar encerrado, atrincherado, para escribir.
¿Qué es lo que gusta de su literatura?
Creo que cierta vocación a entrometerme en la intimidad. No sé si es la clave pero sí la pulsión interna que me lleva a narrar. Me motiva meterme con las relaciones familiares, las relaciones afectivas, la infancia, la vida dentro de los muros domésticos. Me interesa mucho este abordaje. Al final, bien o mal, todos tenemos una familia. Creo que hay pocos temas tan universales como las relaciones familiares. Aun cuando uno cuente algo muy extremo, muy disfuncional, hay margen para que todos podamos reconocernos. Vivimos llenos de automatismos en lo que hacemos, en nuestras relaciones. A mí me divierte desmontar, desarmar ese mecanismo y ver si atrás hay algo más. Algo más verdadero, algo más personal, algo más humano. En este segundo libro, el mundo militar, el mundo de los soldados era el emblema del automatismo. Me motivó tomar este gran mecanismo militar y andar a escavar ahí, en esta máquina donde se escondía también la humanidad.
Tome nota de estos nombres: Antonio René, el hombre al frente del pelotón que se debate entre aceptar una paternidad no buscada o mirar para otro lado; Alessandro Egitto, el médico que encuentra menos dolor en el frente de batalla que en su propio álbum familiar. Roberto Ietri, el veinteañero sediento de que la vida misma se le imponga. Voces del cuerpo humano con el que Giordano vuelve a seducir.
El cuerpo ya tenía presencia en “La soledad...”, donde los protagonistas no se tocan pero están íntimamente conectados.
Tengo algunas dificultades para vincularme con mi cuerpo. En momentos en los que estoy más bajoneado o me siento perdido, el primer síntoma es que empiezo a perder contacto con mi cuerpo. Me empiezo a sentir inmaterial y por eso, me parece que en mi escritura el cuerpo siempre aparece como compensación. El cuerpo tiene tanta presencia porque en mis libros consigo darle un comportamiento que no puedo darle en mi vida. Después hay un elemento en este libro, un elemento exterior, de estos soldados en esta misión: deben defender su cuerpo y desde el punto de vista físico pasan mucho tiempo juntos, lo cual es una experiencia fuerte.
“El cuerpo humano” surgió luego de que usted viajara a Afganistán y conociera a un grupo de soldados italianos allí. ¿Es más sencillo hacer ficción a partir de lo verdadero?
No lo sé. Es más fácil partir de la vida, de algo que estoy viviendo o que he vivido. Para mí, el punto de partida siempre es algo muy personal. Una experiencia, una persona que tiene que ver conmigo. De ahí todo se vuelve más bello y sorprendente a medida que uno toma distancia de aquella situación y logra transformarla en mil pasajes.
Usted mismo contó la gestación de “El cuerpo humano”, que en la búsqueda de un nuevo tema para su libro se separó de su pareja (su editora) y luego se reconcilió con ella y pudo terminarlo. ¿Cuánto le importa la mirada del otro?
Para mí su mirada importa ciento por ciento. He pensado qué pasaría con mi escritura si no estuviéramos más juntos o si cualquier cosa nos separara... No sé si podría seguir escribiendo. Necesito su subjetividad.
¿Es una ventaja venir de un ámbito no literario?
Fue una fortuna no venir de un mundo humanístico. Me hubiera intimidado tanta academia. No es que yo no conociera la literatura o no fuera un apasionado lector pero era algo que yo cultivaba para mí, una especie de pasión y logro mantenerlo así, sin que se convierta en un objeto de estudio. Y tal vez en esto tengo todavía un poco la idea de que se debe intentar ser amigable a la hora de contar historias. Un libro no debe ser algo que te aplaste. Siempre quiero que sea una historia accesible. Luego, debajo de esa accesibilidad, podés ir a buscar otros significados más profundos, menos visibles.
Es físico y escribe novelas. Cuando en algún formulario debe completar el casillero de profesión, ¿qué pone?
Lo dejo casi siempre en blanco. Poner “escritor” me resulta raro y me parece que nadie me tomaría en serio. No me siento un escritor sino un narrador de historias y eso hace que todo lo que haga en la vida le encuentre una cierta utilidad. Siempre estuve obsesionado con la idea de perderme la vida y cuando uno comienza a mirar con el ojo de quien escribe, te das cuenta de que ningún momento se pierde. Siempre existe la posibilidad de transformarlo en escritura y en relato. Más que una profesión para mí escribir es un modo de ser.