"Mi ventaja sobre Proust es que yo soy contemporáneo"
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- Débora Vázquez
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Se puede escribir el mismo libro toda la vida o se puede ser como Jean-Philippe Toussaint (Bruselas, 1957) que, cumplidos los cuarenta años, decidió darle un giro radical a su literatura. Dejar atrás el estilo económico, ligero, humorístico al punto de rayar lo absurdo de sus primeros títulos ( El cuarto de baño, La cámara fotográfica, La televisión ), para dar paso a una obra comprometida con aspectos más íntimos y vitales, como se evidencia en el tríptico compuesto por sus novelas Hacer el amor, Huir y La verdad sobre Marie. Además de su labor como escritor, Toussaint, interesado en el arte en un sentido amplio, asumió el desafío de hacer tres películas de cine y de montar en 2012 una exposición en el Louvre con fotos, videos e instalaciones para rendir un homenaje visual a la literatura.
-Ganar un concurso mundial de Scrabble a los 16 años puede resultar profético para un escritor.
-Sí, es una linda historia. Mis padres nos habían llevado a mi hermana y a mí de vacaciones a Cannes. Allí se llevaba a cabo un certamen de Scrabble. Era la primera vez que se hacía y había muy pocos participantes. Mi hermana obtuvo el tercer premio y yo gané el primero en la categoría de jóvenes. Fue totalmente azaroso porque, si bien nos gustaba mucho el Scrabble, no nos habíamos entrenado. Más tarde en la vida me dediqué a estudiar a fondo el ajedrez pero sin ningún gran resultado.
-Hablando de ajedrez, ¿es cierto que le propuso a Beckett jugar una partida por correspondencia para obtener, en caso de ganar, la lectura por parte de él de un manuscrito suyo?
-Sí, así es, y su contestación fue: "Las negras abandonan. Envíeme la pieza".
-¿Y qué texto le mandó?
-Le mandé dos breves obras de teatro muy influidas por su escritura. Y, sin entrar en detalles, me aconsejó acortar todavía más una de ellas.
-¿Lo vio alguna vez en persona?
-Sí, como pertenecíamos a la misma editorial y me había hecho amigo de Jérôme Lindon, el editor, lo crucé dos o tres veces allí. Para mí fue muy emocionante. Fue como si lo hubiera encontrado a Flaubert.
-Además del hombre que "se paseaba por Éditions de Minuit con una regadera en la mano", ¿quién fue para usted Jérôme Lindon?
-Sin duda, uno de los editores más importantes del siglo XX, porque editó a Michel Butor, Marguerite Duras, Claude Simon, Alain Robbe-Grillet. Era un hombre terriblemente curioso que, después de descubrir el nouveau roman, quiso seguir buscando y dio con una nueva generación de escritores, como la de Jean Echenoz. Fue el primero que se interesó en mi trabajo y que lo publicó. Tenía un enorme entusiasmo y sabía cómo transmitírselo a los autores jóvenes.
-¿Es verdad que tomó la decisión de empezar a escribir arriba de un colectivo?
-Sí, exactamente entre la Place de la République y la Place de la Bastille. Y el disparador de mi vocación fue el shock del descubrimiento de Crimen y castigo de Dostoievski.
-¿Jugar una partida de ajedrez a ciegas, como alguna vez lo hizo en su juventud, y redactar una novela mentalmente son facultades comparables?
-Una gran parte de la escritura se hace mentalmente. En mis novelas describo esos procesos mentales. Me interesa mucho el pensamiento. En la invitación a la exposición que hice el año pasado en el Museo del Louvre había un fotomontaje en que aparecía una resonancia magnética de mi cerebro. Es que el pensamiento, la lectura, el ajedrez, la literatura, todo sucede allí.
-¿Fue deliberado el viraje que se produjo en su literatura a partir de su novela Hacer el amor?
-Sí, a partir del año 2000, ya cumplidos los 40, llegué a un punto en que me dije: "Bueno, hay que renovarse, hay que hacer otra cosa". Así surgió Hacer el amor, un libro con un personaje femenino fuerte que inaugura una serie más grave, más densa, más dolorosa, que se completa con Huir y La verdad sobre Marie.
-Hay una suerte de contradicción entre el título La verdad sobre Marie y el carácter fabulador del narrador, que invita al lector a desconfiar de él, a estar a la defensiva.
-Hay una reflexión en el libro acerca de la verdad. Está esa idea de que es imposible encontrar una verdad histórica porque nunca se sabe lo que pasó realmente. Y que la verdad poética o artística puede llegar más fácilmente a la esencia de las cosas. Es una reflexión bastante proustiana, e implica que hay una realidad poética o artística que se inspira en la vida, pero que es más fuerte y de algún modo la trasciende.
- Huir finaliza con el encuentro de la pareja protagónica en el mar y La verdad sobre Marie , con la misma pareja escapando de un incendio. ¿Fue adrede terminar las novelas con estos dos elementos?
-Es verdad, la última palabra de Huir es "agua" y la última de La verdad sobre Marie es "fuego". En estos últimos tres libros pensé en las cosas más esenciales: las estaciones del año, que aparecen como subtítulos; los elementos de la naturaleza, como el agua y el fuego; el sexo, la muerte. Aspectos universales con los que todo el mundo tiene una relación profunda.
-Como Marie, la protagonista de sus últimas tres novelas, usted "no cierra nada, ni siquiera los libros". ¿Por qué prefiere los finales abiertos?
-Es importante que haya un lugar para el lector. No explicarlo todo ni cerrarlo todo. Pienso que cada lector tiene que poder aportar su propia interpretación. Por ejemplo, hay gente a la que Huir le pareció muy gracioso. A mí no me parece especialmente gracioso, pero ¿por qué no?
-La idea de llamar Zahir al caballo de La verdad sobre Marie resulta acertada porque, como la moneda del cuento de Borges, es inolvidable. Pero además de ésta, hay una segunda referencia a Borges. ¿Por qué razón?
-Leí mucho a Borges desde que salió la edición de La Pléiade, y me dieron ganas de homenajearlo. Además, toda la reflexión acerca del paso de la primera a la tercera persona me pareció que podría haber sido el argumento de algún texto suyo.
-¿Qué opina del auge de la "novela del yo"?
-Hubo autores interesantes en esta línea, Hervé Guibert, por ejemplo, y hubo otros menos interesantes. El problema de la práctica de este tipo de literatura es que puede volverse aburrida por falta de amplitud, de espectacularidad. La ficción, en cambio, siempre es más potente. Pero debe alimentarse de lo íntimo. Hay una cita de Barthes que adoro: "Dar lo íntimo, no lo privado". Para mí, todo lo que es novela del yo pertenece a lo privado y me atrae poco y nada.
-¿Dentro de qué familia de escritores inscribiría su literatura?
-A pesar de estar muy influido por Musil, Faulkner o Borges, inscribiría mi obra en una tradición francesa, detrás de Flaubert, del nouveau roman, cerca de Echenoz. Estoy muy orgulloso de haber sido publicado por Éditions de Minuit, como estoy orgulloso de Baudelaire, de seguir escribiendo en francés, y de proponer algo nuevo y contemporáneo en lengua francesa.
-¿Cuál es la pregunta que más se hace como escritor?
-Para mí es fundamental tener en mente que estoy escribiendo en 2013. Ser contemporáneo. Confrontar con el hoy. Ésa es la única cosa en la que Proust, que seguramente es mejor que yo, no puede competir conmigo. Porque no puede contar nuestra contemporaneidad. Ahí está mi ventaja sobre Proust, Joyce o Borges.
© Débora Vazquez, ADN La Nación