Honestidad brutal
- Periodista:
- Fabián Casas
- Publicada en:
- Fecha de la publicación:
- País de la publicación:
Juan Carlos Onetti contó una vez que mientras estaba escribiendo una novela ( Juntacadáveres ), se le vino a la cabeza otra idea tan poderosa que tuvo que dejar de lado lo que estaba narrando para dar cuenta, de un tirón, de otro relato ( El Astillero ). A los lectores nos suele pasar lo mismo. Yo venía leyendo una abultada biografía de un filósofo cuando abrí La muerte del padre , del escritor noruego Karl Ove Knausgard, y no pude parar hasta terminarla.
La muerte del padre , que en noruego se llama Min Kamp (Mi Lucha) haciendo un juego irónico y polémico con el libro de Hitler, fue una larga saga autobiográfica –cinco libros, de los cuales en la Argentina está editado, por ahora, sólo el primero– que resultó un éxito de ventas y un escándalo, ya que Knausgard puso nombres reales de gente aún viva, a la que no le gustó el lugar que les tocó en el casting.
Knausgard ha leído a Thomas Bernhard, pero lo ha metabolizado perfectamente, casi no se le nota. Lo cual ya es todo un logro. Juan José Saer también lo hizo. Al igual que lo que sucede con las novelas del austríaco, La muerte del padre fascina o repele de manera intensa. Knausgard salió de un largo bloqueo literario tomando ciertas premisas que podrían funcionar como consignas productivas en un taller literario: escribí casi sin pensar, a todo lo que da, escribí aunque lo que escribas te parezca patético y aburrido, escribí perdiendo la forma humana, olvidándote que existen los libros y los agentes literarios, escribí sin tomarte en serio ni un minuto, pero dando todo lo que tenés en el corazón, liberate de los apegos, matá a tu madre, matá a tu padre y así serás libre. La liberación de Knausgard es un largo relato dividido en dos partes, que empieza con una reflexión casi de clínica médica sobre los estragos que produce en el cuerpo humano la llegada de la muerte, para pasar rápidamente a su vida como hijo –junto a un hermano mayor, un padre rígido, seco y poco afectivo y una madre cariñosa y contemplativa. Y de ahí al tiempo real en que se está escribiendo el libro, con sus tres hijos colgados de los brazos y tratando de escribir –lo único que le interesa– mientras se ve desbordado por la paternidad. Mucha gente piensa que la llegada de los hijos impide escribir. Knausgard es la prueba de lo contrario: cinco tomos inmensos mientras lleva a sus hijos al jardín, a la guardería, los cambia, los baña, discute con su mujer, se amiga con su mujer, está mal dormido, nervioso, pesimista. Todo esto se relata con una morosidad exasperante, de la misma manera que relata una larga marcha hacia una fiesta de fin de año que hacen él y su amigo Jan Vidar, escondiendo las cervezas en la nieve del camino, para que los padres no los vean. Todo lo cercano se aleja. Los padres son un misterio insondable, hayas o no vivido con ellos. Uno puede tener cierta opinión sobre cómo fueron sus vidas antes de tenernos, pero en general, apenas son aproximaciones que no se pueden constatar. Para conocer a nuestros padres hay que volver al futuro de incógnito, como en la película de Robert Zemeckis. Incluso la versión de nuestros padres que conocemos tiene un lado oscuro difícil de apresar. El padre de Knausgard suele ser frío, duro y agresivo, pero igual sigue siendo el amo aún después de muerto. Y su hijo, en la memorable y tenebrosa segunda parte, no puede dejar de llorar (no puede dejar de escribir que llora a cada rato) mientras lava y ordena con su hermano mayor, el desquicio que les dejó el progenitor antes de morir yendo a penales con todo el alcohol que encontraba en el camino.
Hace casi tres años me tocó estar frente al cadáver de un ser querido, escritor, también, como Knausgard. Me preguntaron si lo quería ver antes que lo sacaran del hospital y dije que sí. Me impresionó que su cuerpo tuviera cierta insolencia, algo no del todo muerto, pero no pude expresar ese sentimiento de manera convincente cuando se lo quise explicar a otras personas. Los grandes libros, los hermosos poemas, llegan a nuestra vida para enseñarnos a hablar. Cuando Karl Ove Knausgard ve el cuerpo de su padre muerto en la morge, dice: “No estaba sereno, porque aunque yacía pacíficamente, no estaba vacío, todavía había en él algo para lo que no encontré otra palabra que voluntad”.
© Fabián Casas, Ñ