El final de los finales, en clave Bernasconi
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Me robo el pasado de las historias y lo escondo para después. Así les presento el futuro, y despierto el apetito. Como un trovador tramposo, como un fisgón adicto”, escribe el autor en el prólogo de la publicación editada por Edhasa, en la que Bernasconi comparte lo que por mucho tiempo creyó una anomalía: leer los últimos párrafos de los libros antes de comenzarlos.
“No podría decir cuándo empezó -confiesa Bernasconi a Télam desde su casa de Bariloche-. Sé que es inherente a las obras largas, nunca lo hice con cuentos o poesías, y que de a poco fue transformando mi relación con los libros y sus autores”.
Esta “manía” que lo acompañó en su intimidad se convierte así en arte para todos, porque a través de su impronta, Bernasconi no sólo agasaja con la relectura de finales de textos memorables o tienta a aquellos que nunca leyeron esas obras, sino que ofrece una conceptualización representada en imagen y, por qué no, una reinterpretación desde la ilustración.
Este diseñador gráfico que en 1998 se abrió paso a la ilustración, al que le encanta leer porque “salgo cambiado, completo, cansado y satisfecho del paso por un libro”, despeja dudas: “No intento fomentar este deporte literario, que mide el equilibrio entre la ansiedad y la sorpresa, sino que me ofrezco como vehículo para observar ciertos arquetipos que sostienen el estilo de los autores involucrados”.
Lo cierto es que Finales, un “experimento catártico” como él mismo define (“no sólo me sirvió para usarlo como excusa de método de trabajo, sino que también logré entender durante ese tiempo las causas de mi `anomalía´”), es un libro que convida al placer, es un libro objeto.
Bernasconi reúne 59 finales -”no soy fanático de los números redondos”, justifica-, es decir, el último párrafo de la obra, acompañada con la ilustración que el autor esbozó apoyándose en diferentes disciplinas; una reinterpretación de “una relación de pesos entre la expectativa y la evidencia”.
“Inicialmente, tuve que decidir un punto que cambiaría las características del proyecto: contener o no a todo el libro. Sostener mi percepción anticipada de un final descolgado, o, incluir el resto tomando como disparador conceptual la forma en cómo terminaba. Decidí incorporar al libro entero”, explica sobre el proceso de armado.
Desde Odisea de Homero (siglo VIII a.C) hasta Seda (1996) del italiano Alessandro Baricco, el libro se extiende por una amplia cronología de obras célebres de la literatura, el ensayo y el teatro con títulos como Fausto, El jugador, Martin Fierro, Ana Karenina, Ulises, El proceso, Un mundo feliz, El túnel, 1984, El viejo y el mar, Trópico de cáncer y Las ciudades invisibles, entre otros.
“Me gusta incorporar tantos registros como me sea posible, como forma de comprobar la efectividad del experimento, de la aventura”, comenta sobre este libro que junto a “Retratos” y “Bifocal” integran una tríada cuyo horizonte responde a un mismo punto: “investigar en profundidad, a través de una excusa, la relación de las ideas con su ejecución”.
Tanto es así, que el autor incluye entre sus finales elegidos -eran 99 originalmente- al de La Biblia. “Que la gracia del señor Jesús esté con todos” es la frase que da cierre al texto sagrado y que Bernasconi estampa con una ilustración impactante: una sierra en la que se apoya el clásico angelito de librería.
“Supone una excepción, un quiebre cronológico con el resto de los ejemplos que cité y la elegí porque necesitaba encontrar una conclusión suficiente y rotunda como para, en un libro de finales, poner un punto final. No se me ocurre un ejemplo más categórico, cultural y filosóficamente hablando, que una historia que concluya con el Apocalipsis”.
Bernasconi confiesa que G de John Berger fue el libro que lo envalentonó para meterse en este terreno conceptual de la palabra devenida en imagen.
“Cuando leí el último párrafo, antes de empezarlo, me dejo una sensación de apetito inextinguible, a la vez que proyectaba una imagen de profunda exactitud sobre sus posibles pasados. Pensé que quizá esta manía de leer los finales podía ser trasladada a otros, y provocar lo mismo”.
“Soy un autor al que no le gusta dejar cabos sueltos”, aclara, será por eso que a cada una de las exquisitas ilustraciones que ocupan una página las escoltan (en aquellas donde el texto es protagonista) otras más pequeñas que nacen de hojitas del Maitén, árbol que Bernasconi tiene en el jardín de su casa del sur argentino.
“En ninguno de estos libros -argumenta- propuse experiencias arbitrarias como para apoyarme en elementos decorativos. Si incluyo un matiz aparentemente ornamental, como fueron las hojitas, fue porque necesitaba amalgamar este fraccionado despropósito en un organismo mayor”.
“La idea de relacionar cada uno de estos finales con una pequeña parte de algo mucho más grande, orgánico y vital como es un árbol, me pareció excusa suficiente para intentar proponer la teoría del libro como ser vivo, y de las hojitas como sus células”, concluye