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El deporte y los hombres

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“¡Exprimir! ¡Exprimir! Durante toda la mañana exprimí ese esperma hasta que yo mismo me sentí fundido en él. Exprimí ese esperma hasta que se apoderó de mí una extraña especie de locura y descubrí apretando la mano de mis colaboradores entre esa sustancia, confundiéndolas con los delicados glóbulos. Tal era el sentimiento desbordante de afecto, amistad y apasionamiento que provocaba esa tarea que al fin les apretaba sin cesar las manos como diciéndoles: ‘¡Oh, mis amados compañeros de vida... apretémonos todas las manos; más aún apretémonos los unos contra los otros, apretémonos universalmente en la leche y el esperma de la bondad!’.”

 

Para cualquier lector no iniciado, éste podría ser el párrafo de un relato erótico. Pero no: es un fragmento del capítulo XCIV de Moby Dick llamado “Un apretón de manos”, para algunos críticos casi una oda a la masturbación colectiva y para otros, el grado máximo de simbolismo sexual de esta novela de marineros, de esta ficción de hombres sin mujeres, tal como la clasificó Hemingway.

 

No parece casual que este pasaje sea aludido y el propio Melville ocupe un lugar importante en la novela El arte de la defensa, de Chad Harbach. Resulta imprescindible la referencia al maestro si lo que se pretende es dar cuenta de los distintos afectos e intensidades que pueden alcanzar las relaciones masculinas.

 

El arte de la defensa cuenta varias historias, pero sobre todo cuenta, en el marco de una universidad del centro oeste americana, dos relaciones que pueden leerse en espejo: la de la amistad apasionada entre Mike Schwartz y Henry Skimshander, que surge como un enamoramiento cuando Mike ve a Henry jugar al béisbol por primera vez y, a partir de entonces, mueve cielo y tierra y realiza todos los sacrificios imaginables para que su amigo ingrese y triunfe en el mundo del deporte (¿cuánto estarías dispuesto a hacer por un amigo?); y la relación amorosa entre Owen y Affenlight, un declarado estudiante gay también beisbolista y el presidente del college, un sesentón hasta entonces hétero especialista en Melville y admirador de Whitman, respectivamente.

 

Si por momentos la novela parece perfectamente adaptable a una serie americana de universitarios (no parece casual que ya se hayan vendido los derechos a HBO), es interesante el juego casi queer de algunos de sus pasajes: así, la profundidad de la amistad entre Mike y Henry adquiere connotaciones homeróticas (desde la identificación amorosa inicial en el cual uno parece ser la media naranja platónica del otro, y pasando por el tópico clásico y remanido de que ambos se acuestan con la misma mujer y que el novio engañado perdona a su amigo antes que a su novia), los diálogos entre los deportistas hétero evidentemente metrosexuales versan en torno de lo erótico o no de las espaldas peludas y de la necesidad o no de la depilación, y se suceden como se precie en toda novela de deportes los toqueteos de nalgas y genitales en las duchas y la celebración de las victorias en el vestuario, pleno de cuerpos desnudos y musculosos, abrazados y chorreando champán.

 

Pero sin duda uno de los méritos —quizás el mayor— que hay que reconocerle a la novela es denunciar la persistencia de la homofobia y sus trágicas consecuencias en un mundo en el cual aparentemente todos y todas somos iguales y en el que, por ende, supuestamente no entraña ningún peligro y ningún riesgo social una relación amorosa entre hombres.

 

El arte de la defensa

Chad Harbach

Ed. Salamandra

541 págs.