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De escritor de culto a figura emblemática del pop literario

Periodista:
Juan Pablo Cinelli
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No son pocas las preguntas que surgen cuando se habla de Roberto Bolaño, de cuya prematura muerte se cumplen mañana los primeros diez años, tal vez porque su nombre pareció brotar de repente y de la nada junto con el fin de siglo, aunque su obra llevaba varias décadas de construcción. Una pregunta posible para empezar a rodar sobre el asunto es: ¿cómo llegó Bolaño a convertirse en un escritor pop? O la que sigue: ¿por qué considerar como pop a un autor que hasta la publicación de su multipremiada novela Los detectives salvajes en 1998, cinco años antes de su fallecimiento, era prácticamente un desconocido? Una respuesta sencilla para estas preguntas la dio hace diez días una noticia de actualidad. Durante la presentación de la serie de televisión norteamericana The Bridge, uno de sus guionistas, Elwood Reid, confesó que 2666, novela de Bolaño publicada de manera póstuma, fue la principal influencia para la creación de los 13 capítulos que la componen. "Cuando estaba escribiendo la historia, las imágenes de Bolaño iban y venían de mi mente", dijo Reid acerca de The Bridge. Ahora bien, ¿qué tiene que ver una serie de televisión con la idea de ver a Bolaño como artista pop? Pues todo. Si una novela que se convierte en inspiración para una serie de televisión norteamericana producida por la Fox y estrenada de manera global en horario central no es una indicación clara de que su autor –con su consentimiento o sin él– ya pertenece al cambalache de la cultura pop, entonces ¿qué lo sería?


Teniendo en cuenta ese salto de Bolaño, de autor de culto a estrella pop, es interesante indagar a partir de qué canales los lectores atentos llegaban hasta sus libros incluso antes de que su obra consiguiera legitimarse a través de los premios. (Lejos de representar una legitimación exclusivamente literaria, los premios también constituyen un atajo hacia una mejor ubicación en las vidrieras de las librerías, espacios de privilegio en los suplementos culturales y, eventualmente, un lugar más destacado en la consideración popular.) El crítico, escritor y responsable de la editorial La Bestia Equilátera Luis Chitarroni revela un espacio muy frecuente para el hallazgo de tesoros escondidos a la vista de cualquiera: las mesas de ofertas. "Compré La literatura nazi en América en mesa de saldos, por curiosidad. Me pareció un ordenado pastiche. Gracioso porque la red de referencias es en su totalidad argentina: empieza Borges, lo releva Wilcock y por momentos se trata de un Bustos Domecq morigerado y montaraz. Me llamó la atención que la fórmula siguiera asombrando a alguien, pero hay que tener en cuenta que se publicó en España, un país en el que la intertextualidad todavía deja pasmados a los críticos." Por su parte Verónica Garibotto, investigadora y docente de Teoría Cultural y Literatura Latinoamericana en la Universidad de Kansas, recuerda haber llegado a Bolaño por otro de los canales usuales. "Conocí su literatura en 1998 mientras hacía la licenciatura en Letras en la UBA. Fue gracias a Celina Manzoni, que era la titular de cátedra de Literatura Latinoamericana, que incluyó Estrella distante en un programa sobre la relación entre la ficción y la historia. Ella logró transmitir la adicción por Bolaño a toda una nueva generación de lectores argentinos."

 

Aunque el dato acerca de la serie The Bridge no se relaciona de manera directa con el trabajo de Bolaño como escritor, sin dudas habla del modo en que ha evolucionado la consideración que el público tiene de su obra. Hecho que la experiencia de Garibotto parece confirmar. "Es interesante que, excepto en ciertos círculos reducidos de Argentina y tal vez de México, la literatura de Bolaño pasó casi desapercibida mientras vivía. Recuerdo que durante un viaje a Chile en 1999 me fue imposible encontrar libros de Bolaño y un librero hasta me dijo que estaba equivocada, que no era un escritor chileno (y tal vez tenía razón)." En relación al lugar que Bolaño ocupaba por entonces en el panorama literario latinoamericano, Garibotto agrega que cuando empezó su doctorado en EE UU en enero del 2003, "casi ninguno de mis compañeros, que eran todos de distintas partes de América Latina y con una formación bien amplia, estaba interesado en Bolaño". Pero destaca que "eso cambió rapidísimo después de su muerte". Para ella, hoy el nombre del chileno tanto puede aparecer en Los amantes pasajeros, última película de Pedro Almodóvar, en la que un personaje mexicano viaja en avión leyendo 2666", o ser una marca importante para "la gente común de Lawrence, la ciudad donde vivo en EE UU, que pone a Bolaño como primera referencia cuando se le menciona América Latina", sin que ninguno de esos hechos represente una curiosidad. Por el contrario, ambos confirman el alcance del fenómeno Bolaño como estrella de la cultura popular.
¿Pero cómo llega un autor latinoamericano a ser un ícono ineludible de la cultura global del siglo XXI? Tal vez sea a partir de los mecanismos de siempre (los reconocidos premios Rómulo Gallegos y Herralde otorgados a Los detectives salvajes) que Bolaño se coloca en una línea que lo liga al boom de la literatura latinoamericana en los años '60, y a varios de sus autores. No es casual que en el punto número 4 de sus "Consejos para escribir cuentos" Roberto Bolaño afirme que "hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral." Bolaño manifiesta ahí una mirada que es a la vez estética y política, que echa raíz en aquello de la lengua como patria, y que entiende a la literatura latinoamericana como una suerte de patria grande. Pero también se destaca una línea genealógica que lo liga directamente a la literatura rioplatense, en especial a los autores argentinos y de manera muy íntima a Julio Cortázar. Bolaño siempre manifestó una devoción literaria por su obra y tal vez no hubiera sido posible un Bolaño escritor sin el antecedente del Cortázar cuentista y novelista. Y hasta pareciera que Bolaño escribió Los detectives salvajes imbuido del mismo espíritu con el que Cortázar encaró Rayuela 35 años antes. En ambos hay un deseo manifiesto, más allá de lo exitoso que se pueda considerar a un caso y a otro, de retorcer las estructuras clásicas de la novela, quizá no para reinventarla en tanto género, pero sí para llevarla más allá de sus límites. Bolaño representa el mejor alumno de Cortázar y se pueden mencionar algunas coincidencias que van y vienen entre sus biografías y sus obras. Como esa impostergable necesidad de, por un lado, tomar distancia de sus países de origen, pero a la vez desarrollar en sus obras una capacidad telescópica que les permitió, desde afuera y a la distancia, un detalle más preciso de aquello que pasaba inadvertido para muchos de los que no habían ido a ninguna parte. En efecto, Chitarroni considera que Bolaño "retoma los mitos y supersticiones de Cortázar, con un desaliño adicional que le proporciona el ser lector de malas traducciones de los poetas beatniks. El monolingüismo de Bolaño le asegura una constancia neutra, una textura inexpugnable, lo protege de las traiciones importantes y, por lo demás, Bolaño tiene un registro de cronista excelente y un muy buen paso de prosa." A partir de todo esto es posible suponer que dentro de la tradición literaria latinoamericana Bolaño recibe, de algún modo, el estatus de eslabón perdido entre los clásicos y las nuevas tendencias. Verónica Garibotto cree "que puede leerse la literatura de Bolaño al mismo tiempo como un epílogo de la literatura de los '60 y '70, y como un epítome de la literatura de los '90, como un nexo entre el boom y el post-boom. Probablemente, lo más acertado sea leerla como una literatura que desde los '90 clausura simbólicamente las principales líneas estéticas y políticas de los '60 y '70 en América Latina."

 

Tanto desde lo estético como desde lo político, no se puede dejar de observar que en Bolaño conviven varios impulsos literarios: el poeta infrarrealista, movimiento que ayudó a fundar a mediados de los '70 en México, junto con su amigo Mario Santiago; el cuentista que hecha raíz en la tradición del cuento latinoamericano (¿argentino?); el novelista en busca de los límites. El mexicano Juan Villoro ha escrito en "El copiloto del impala", también incluido en el libro de Manzoni, que "quizá el territorio natural de Bolaño sea el cuento" y que por eso "no es casual que haya armado Los detectives salvajes como un maletín lleno de historias". Por su parte, Chitarroni considera que el chileno "es más emprendedor y eficaz en las novelas", mientras que Garibotto, aunque reconoce disfrutar más de las novelas de Bolaño, se manifiesta en desacuerdo con analizar su obra a partir de una distinción superficial entre géneros narrativos, porque pensar de ese modo su obra "resulta demasiado arbitrario". "Conozco pocos autores que hagan una traducción tan prolija de género a género, y creo que esa traducción invita a leer su obra como un continuo, a partir de una intersección conflictiva más que a partir de una división", completa ella.

 

En cuanto al papel que representa Bolaño para las nuevas generaciones, Chitarroni y Garibotto parecen no tener dudas en ubicar su influencia antes en los lectores que en los escritores. "Creo que es un escritor extraordinario para los lectores jóvenes, con todo lo que hay que tener: espíritu aventurero y muchísimas lecturas. Curiosidad, ingenio, táctica", afirma el crítico. En esa misma dirección avanza la investigadora. "Tengo la sensación de que Bolaño es para las nuevas generaciones mucho más una influencia en términos de lectura que de escritura. Me parece que está lleno de lectores de Bolaño, pero me cuesta pensar en escritores actuales que puedan calificar de bolañescos." Una mirada que tal vez avergonzaría al chileno en la misma medida en que lo llenaría de orgullo. Como ejemplo vaya este fragmento, sin duda borgeano, extraído de una autobiografía escrita por Bolaño en ocasión de recibir el Premio Rómulo Gallegos. "Debo decir que he publicado cinco poemarios, un volumen de cuentos y siete novelas. Mis poemas casi no los conoce nadie, lo que probablemente está bien. Mis libros de prosa tienen algunos lectores fieles, lo que probablemente sea innecesario." Esa misma innecesidad es la que, a diez años de su muerte, hace que sea inevitable recomendar sus libros a quienes no los conozcan. O volver a ellos, para los que ya han tenido el gusto.  «


Bolaño por él mismo
En gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del '50 y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creíamos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería, luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia, murieron en Argentina o Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia, en El Salvador.
Fragmento del discurso leído por R. Bolaño durante la ceremonia de entrega del Premio Rómulo Gallegos, 1999.

 

© Juan Pablo Cinelli, Tiempo Argentino