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Carsten Jensen: El marino UNIVERSAL

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A primera vista, Carsten Jensen (1952) no tiene aspecto de vikingo. Ni largos rizos rubios ni altura de gigante ni ojos como glaciar. Es más: pocas cosas lo molestan tanto como que lo identifiquen como vikingo. Pero proviene de Marstal, un pequeño pueblo de marinos que invoca la tradición de los pueblos septentrionales. Hijo de un capitán de barco, luego de obtener una maestría en Letras por la Universidad de Copenhague, Carsten Jensen se abrió al mundo practicando sus dos pasiones: viajar y escribir. Su obra supera los veinte títulos, que abarcan novelas, ensayos, crónicas de viaje, memorias y artículos periodísticos, y ha sido traducida a numerosas lenguas. Pero la que le dio relieve definitivo fue Nosotros los ahogados (Salamandra). En una visita fugaz por Buenos Aires deja su visión marina de las cosas.

 

–Nació en Marstal, viajó por todo el mundo publicando libros de diversas latitudes, pero debió retornar física y literariamente a Marstal para encontrar una entidad. ¿Qué fue lo que lo motivó a ello?

Desde siempre supe que en mi pueblo vivía una enorme cantidad de gente con historias más que interesantes, así que por decirlo dramáticamente siempre no tuve claro que no podía morirme sin dejar de contar esas historias, así que me pareció que el intento valía la pena. Pero existe otra razón de real importancia para mí: en las últimas décadas Dinamarca ha ido perdiendo la memoria respecto al significado de lo que implica ser una nación marina, ya que el mar está en el ADN de nuestra identidad, en nuestra representación como colectivo. En los últimos tiempos ha ido ganando espacio un movimiento conservador que buscó afianzar la idea de nuestra raíz rural como comunidad, y no puede haber algo más opuesto que la figura de un granjero y la de un marino, de la tierra y el mar. Para mí era muy importante traer a la realidad los relatos de una tradición danesa ligada al mar. La visión marina comparte los atributos de la cultura nómada: no sólo no se amedrenta ante lo extraño, sino que enriquece su propia cultura con los aportes que trae del afuera. En Dinamarca vivimos un proceso atroz, donde cada vez nos encerramos más en nuestra cultura, rechazando al inmigrante y todo lo que nos resulte ajeno.

 

–La recuperación de esas historias, ¿las pensó como un modo de restituir esa sensibilidad marina, ese rito iniciático establecido que era el viaje por mar?

Bueno, al menos en mi pueblo no tenía tanto que ver tanto con una cuestión iniciática como práctica: era el único modo de ganarse la vida. O sea, los viajes no estaban motivados por una intencionalidad didáctica o moralizante, sino económica. Si no te hacías a la mar o trabajabas en alguna industria vinculada a ella, te tenías que bus- 26 27 car otro destino porque todo el pueblo vivía en función del mar.

 

–Es muy interesante en la novela el rol que le toca a la mujer, ya que en la tradición de la literatura marina siempre aparece reflejada en la imagen de Penélope: tejiendo a la espera del regreso del hombre. En cambio aquí tiene un rol más activo, contradictorio por momentos, de amor y odio hacia el mar…

Cuando comencé a escribir la novela me di cuenta que tenía un narrador construido sobre la primera persona del plural, un “nosotros”. Y eso me planteó una gran complicación, porque el “nosotros” involucra a una gran cantidad de gente: jóvenes, viejos, mujeres, hombres, etc. Y todos, claro, son diferentes y debía dejar en claro el valor de esa singularidad a pesar de hablar en la voz plural. La voz, aún plural, es masculina porque es la mía, pero también estaba por contrapartida la experiencia de las mujeres que no podía dejar de lado. En el arco de tiempo que ocupa la novela, cien años, las mujeres se vieron forzadas a ir modificando su rol y muchas de sus actividades incluso quedaron confundidas con aquellas que realizaban los hombres. En mi investigación me encontré con muchos navíos que fueron tripulados por mujeres, y uno de mis personajes es una mujer entregada al mar y que no concibe seguir el estereotipo, es decir, casarse, tener hijos, etc. Cuando la guerra apremia, hombres y mujeres hacen lo que tienen que hacer, y allí se borran las diferencias, la división de géneros se desdibuja.

 

–Otro aspecto interesante de la novela tiene que ver con el recorte histórico, ese siglo que va de una guerra a otra. ¿Por qué resolvió tomar ese período en particular?

El sentido de empezar y terminar con una guerra tiene que ver con el hecho de que Dinamarca se ha visto siempre a sí misma como una nación pacifista, lo cual no es verdad. En 1864 sufrimos un gran golpe cuando Alemania nos arrebató la mitad de nuestro territorio y quedamos reducidos a un mini-estado. La lección que dejó esa experiencia es que las guerras no son buenas, y a partir de allí la nación se las ingenió para abstenerse de las coyunturas bélicas del continente. Ahora bien, eso podía funcionar para quienes se quedaban en tierra, pero no es así para los marinos ya que el mar es un campo de batalla.

 

–Nosotros, los ahogados se enmarca en la gran tradición de novelas marinas cuyos exponentes más claros son clásicos como Melville, Conrad, London, Stevenson, etc. ¿Qué tomó ellos y de qué manera buscó diferenciarse de sus obras?

Por supuesto, los autores que cita están entre los que yo más admiro y quise de algún modo rendirles homenaje. Para ello, tomé una cantidad de datos y personajes secundarios de sus obras para insertarlos en mi novela, como una suerte de guiño al lector. Pero así como hay una multiplicidad de referencias, al mismo tiempo era consciente de que estaba escribiendo inserto en esa tradición pero un siglo después. Donde creo que esto se pone de manifiesto es en la utilización de ese narrador plural, ese nosotros, algo impensable en la novela del siglo XIX.

 

–En su última novela, Sidste rejse (2007, “El último viaje”, sin traducir), toma a un personaje real, el pintor Carl Rasmussen, quien viaja a Groenlandia donde cree encontrar el sentido del arte y también un sentido vital. ¿Asocia la intencionalidad del viaje a estas búsquedas?

Lo que quise reflejar es una travesía por el fracaso en su significado más profundo. Rasmussen no llega a encontrar ninguna respuesta, porque no sabe cuál es su lugar en el mundo. Fue una suerte de pintor nacional que tenía como finalidad retratar al pueblo y se centró en el retrato de marineros. El problema es que no encajaba entre ellos, se los representaba como seres violentos, brutales, en tanto los marinos lo respetaban por su pericia técnica pero les parecía un infeliz, alguien ajeno a su mundo. Rasmussen fue el primer pintor en llegar a Groenlandia, y lo hizo casi como un antropólogo. Se encontró con los esquimales, que tienen una enorme riqueza simbólica, espiritual, y por lo tanto, también plástica. Uno de los personajes que lo fascinaron fue un mago, un chamán del que decía podía transmigrar de criatura en criatura. Aunque Rasmussen tiene contacto fluido con este mago, no dialoga con él. Se reconforta con la idea de que existe un esquimal interesado por su trabajo, por su pintura, sin darse cuenta de lo que se pierde. En última instancia, de algún modo es lo que ocurrió con la cultura europea a lo largo de su historia: ve a la otra cultura en su peor versión romántica, como un exotismo, algo que está ahí pero no vale la pena conocer más que en su superficialidad, un bien a conquistar. Y eso, tarde o temprano, se paga.