Los encantos de una bruja
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Amélie Nothomb es una escritora prolífica. Ha publicado más de veinte novelas breves que abordan los temas más dispares y disparatados. Aunque su escritura redunda en los problemas vinculados con el cuerpo y su decrepitud, en su última novela, Matar al padre (Anagrama, 2013), ha optado por tocar un asunto que no escapa a las conflictivas arenas del psicoanálisis y del mito. Matar... no es sólo una novela relacionada con Edipo sino que implica una vuelta de tuerca al meollo edípico.
En las pocas y contundentes páginas, Nothomb ha escrito un tratado sobre el arte literario como forma de la magia. La novela condensa su mirada sobre el mundo de los magos pero también sobre las relaciones entre inteligencia y mentira, engaño y verdad. En dosis mínimas nos hace pensar en los vínculos crueles entre padres e hijos a través de su visión rítmica de la novela corta. Y a la vez, la versión frenética del arte literario es la medida justa para mover las emociones entre un mago adulto y su violento hijo fabulador. Nothomb es una escritora abundante y plural. Basta contar el número de novelas editadas. Sin embargo, sus respuestas son lacónicas y exiguas. Al preguntarle por qué ha elegido, entre los múltiples temas que la visitan, el asesinato del padre, el parricidio, responde, escueta: “No elijo. Me embarazo. No sé por qué quedo embarazada con una u otra cosa”.
A través del parricidio, Amélie Nothomb tematiza las relaciones entre un joven marginal y díscolo que posee una inteligencia prodigiosa con un padre adoptivo y bueno que se relaciona con una mujer provocativa. Desde esta puesta en escena ficcional, Amélie Nothomb pone en cuestión no sólo los lazos dentro de la familia nuclear sino que discute, casi de una manera cínica, las certezas sobre los vínculos parentales.
Las relaciones entre los miembros del triángulo amoroso son filosas y se mueven de acuerdo a una tensión permanente. Interesado por estos movimientos, por la cuidadosa construcción de los personajes, le consulto si hay un método de escritura, una forma sistemática de lograr el resultado. Mi pregunta apunta a explorar el laboratorio de la escritura. Amélie no duda y asegura: “No tengo un método. Siento una tensión en mi interior... y tiene un sonido especial. Trato de expresar ese sonido a través del lenguaje”.
La relación con Cristina, la madre de Joe, y la “traición” al padre parecen seguir las huellas del mito de Edipo. Entonces, le pregunto si está de acuerdo con mi presunción, si cree que hay un trasfondo mitológico en la historia. Amélie aclara: “Sí, por supuesto, en el trasfondo está Edipo, pero al final se descubre que no se trata de la historia de Edipo: se trata del padre, que no es quien parece ser”.
En la novela, el joven Joe desea tener un maestro que le enseñe los trucos pero, sobre todo, que le indique un modo de entender la vida de acuerdo a sus apetencias. Lo que Joe busca, entonces, es un maestro de vida que vea la magia como una forma de existencia.
El enmascaramiento, la mentira y la magia se entrecruzan en Matar... Por eso es importante saber si Nothomb entiende la escritura como una forma sutil de magia, de enmascaramiento. Ella, atravesada por los fulgores de la magia y de la ficción, sostiene: “En todo momento intento ser un mago mientras escribo. El mago no es un impostor. La diferencia es sutil”.
La crueldad, el engaño, el arte de la manipulación aparecen como formas de la inteligencia. Le pido que se refiera a este asunto y ella dispara una afirmación crucial: “Para engañar a alguien, hace falta entrar en su cerebro. Hace falta una especie de inteligencia perversa”.
He leído varios libros de Amélie Nothomb. Y he creído ver en casi todos referencias autobiográficas. Sin embargo, en esta novela esa presencia es menor o está reducida. Ella no lo admite. Dice: “No. En la mayoría de mis libros no aparezco. En términos estadísticos, aparezco en un libro de cada cuatro”.
Quienes hayan leído sus novelas saben que ella tiene una preferencia por las formas breves. Ha cultivado la novela corta o nouvelle. Por eso le pido que me explique si hay alguna razón para esa recurrencia. Astuta, directa e irónica, suelta: “Me expreso con brevedad. Estudié mucho latín y griego antiguo. Estos idiomas nos enseñan que no hay como la brevedad”.
© Fabián Soberón, Perfil