Contar la historia
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- Ezequiel Martínez
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“Tenía 22 años, un bebé, y estaba aterrada”. Una frase. Eso fue lo que les pidió el periodista Roberto Herrscher a los participantes de “Contar la historia”, el seminario de perfiles y crónicas sobre personajes y hechos del pasado que dictó en Buenos Aires hace dos semanas. A su turno, los asistentes mencionaron las razones por las que estaban allí. Luego Herrscher les solicitó que repitieran la frase o idea que más los había sacudido de todas las que habían escuchado. Porque así se debe empezar una historia: con aquello que nos queda grabado en la memoria. La mayoría repitió aquella que había lanzado minutos antes Josefina Giglio, periodista cuyos padres desaparecieron en 1976. La escuchó de boca de la vecina a la que los habían entregado –a ella y a su hermanito de meses– cuando un grupo de tareas irrumpió en su casa y se llevó a su madre. Ella tenía entonces 6 años, y sólo recordaba que esa mujer había reaccionado como ante un estorbo: “¿Qué quieren que haga yo con estos chicos?”. Ya de adulta, Josefina buscó a esa vecina. Para entender, para acomodar su historia. La encontró. “Siempre me pregunté qué había sido de ustedes –le dijo–. ¿Pero cómo querías que reaccionara? Tenía 22 años, un bebé, y estaba aterrada”.
Volver al pasado propio o ajeno es una de las maneras de cubrir sus fisuras y grietas. Es lo que ha hecho Boris Pahor –a quien le dedicamos esta tapa de Ñ–, cuando regresó al campo de concentración donde había sido deportado por los nazis, historia que narra en Necrópolis, una de las novelas imprescindibles sobre el Holocausto. La lista de testimonios como el de Pahor es infinita, porque el terror es cíclico y persiste en regresar. A veces en forma camuflada, como cuenta el documental The unfinished film que se exhibe por estos días en Proa, hecho con fragmentos de filmaciones de propaganda nazi sobre la vida de los judíos en el Gueto de Varsovia. Ese relato que manipulaba la realidad terminó desmoronándose frente a esas otras voces que, como la de Pahor, son un relámpago de luz sobre las oscuridades del pasado. Lo demás son fuegos de artificio que más tarde que temprano, se consumen a sí mismos.
©Ezequiel Martínez, Ñ