Homenaje a Boris Pahor, autor de "Necrópolis"
- Periodista:
- Mora Cordeu
- Publicada en:
- Fecha de la publicación:
- País de la publicación:
Este tributo fue organizado por la embajada de Eslovenia y la editorial Anagrama, encargada de la reedición de esta obra autobiográfica, que como dice el escritor Claudio Magris en el prólogo "logra combinar el absoluto del horror -siempre aquí y ahora, presente y ardiente, eterno ante Dios- con las complejidades de la historia, de la relatividad de las situaciones y los límites de la inteligencia y la comprensión humanas".
Una mesa redonda coordinada por el editor Fernando Fagnani, reunió a los escritores Alejandra Laurencich y Leopoldo Brizuela, quienes se refirieron al homenajeado luego de un breve documental donde hablan el propio Pahor, colegas y críticos, y suma un relato sucinto de la labor que el esloveno realiza con las nuevas generaciones para mantener viva la memoria.
Laurencich, cuyo padre esloveno al igual que Pahor también nació en Trieste (anexada a Italia durante la guerra), leyó un texto con
Por su parte, Brizuela introdujo al centenar de personas que acudieron al homenaje esta obra, grandiosa por su "belleza, originalidad y fuerza".
"Hay un sobreviviente del campo de concentración de Natzweiler (sobre los Vosgos), que lo visita ya convertido en un museo cuando llega un contigente de turistas, pero él se aparta para hacer su propio recorrido", resume el escritor.
"Tiene el recelo típico del sobreviviente, le parece gente banal, que no conoce, que no va a contactarse, pero no la rechaza, piensa qué imaginan al no haber pasado por esa experiencia", describe Brizuela de este libro "de estructura sencilla y compleja a la vez".
En forma paralela, mientras discute mentalmente con el guía turístico lo que este apunta sobre cada lugar, "en su memoria va surgiendo por primera vez la memoria, un caudal arrollador, melancólico pero imparable. Y que va a constituir el texto del libro".
Para Brizuela, "es una historia como hemos leído tantas veces sobre el Holocausto, pero hay revelaciones que se hacen por primera vez. Los horrores que revela el campo de concentración son de un carácter que uno no puede imaginar, aparte el autor es de una sinceridad absoluta y muestra todo, hasta en los más mínimos detalles que una mirada mezquina, menos justa, catalogaría mal".
Brizuela analiza que esa degradación que viven los prisioneros, "es lo que lleva a una comprensión capaz de cambiar nuestro juicio. Es muy emocionante escuchar la voz de un sobreviviente, comprender con todo el dolor del alma que muchas veces hubiéramos deseado que no sobrevivieran para poder idealizarlos, así como a nosotros mismos, para creer que el ser humano es de otra manera".
La belleza sobrecogedora del libro -considera- "se debe al tono elegíaco, poético, para referirse a la pérdida de los compañeros y de la propia vida que hubiera podido vivir. Más profundamente, es la pérdida de las certezas absolutas: hay un estribillo muy sutil que Pahor repite cada tanto 'no lo sé', 'no lo sé' ".
Necrópolis es un libro "de descripción", lo que puede transmitir son las imágenes de esos espacios, las impresiones físicas. "Y tiene una poesía muy extraña -desliza Brizuela-, hay una precisión alucinante en la descripción que sólo tiene la poesía para nombrar cosas habituales de una manera distinta".
"No es que estetice el horror, lo transmite de una manera fiel -define-, lo introduce como dice John Berger en un ensayo: `la prosa es la batalla, pero la poesía es el ángel que baja a auxiliar a los seres humanos`, que para Pahor van a desaparecer en el horno crematorio. Y uno empieza a percibir una infinita ternura, seca, que acude en auxilio de ese horror".
El panelista llama la atención en cómo el libro se adentra a través de la experiencia personal en temas universales.
"Pahor nos plantea qué es la memoria, como una frase de Marguerite Duras, cuando dice que `la historia de su vida no existe`, existen vastos espacios, pero no hay algo así como un relato. Y la estructura del libro tiene que ver con los espacios, a medida que él va pasando por lugares del campo, la memoria va arrollándolo sin ningún orden cronológico".
El presente de la novela, sostiene Brizuela, "es esa visita guiada por el campo de concentración, ese presente inamovible está fuera del tiempo, siempre se repite de la misma manera. Y recuerda lo que gritan los verdugos en el campo: `tiempo`, `tiempo` para que se apuren los prisioneros. Eso no es el tiempo".
En cambio, "la memoria de Pahor avanza en el tiempo. Una persona de 100 años, con un libro escrito hace 50, publicado hace 20 nos está hablando de una manera contemporánea y con mucha más lucidez que la que nosotros somos capaces".
Cuando el libro se publicó en 1966, "ya el esloveno se cuestionaba sobre la función de los monumentos en la memoria. ¿Para qué sirven?".
En un momento clave del libro, "el protagonista comienza a mirar a los turistas como si se animara a mirar a la gente que invade el campo de concentración y por primera vez observa las diferencias, sale de sí mismo".
Y prosigue: "Provoca ese efecto alucinatorio del que hablaba Hannah Arendt, que decía que el campo de concentración es un experimento. Lo que descubre Pahor es que esos turistas no son tan diferentes, les parece ver incluso los mismo uniformes".
Sin embargo, "hay un gran milagro", exclama Brizuela para contar cómo entre los turistas hay una pareja de enamorados que se desentiende del entorno, quizás lo único que busca es un lugar al resguardo de las miradas para darse un beso, una situación que al principio molesta al autor de Necrópolis".
Al final, el protagonista logra el milagro de trasladar la dimensión de muerte del campo de concentración a la dimensión del amor, vivida sin reparos por la pareja en un tiempo que no excluye, sino que sobrepone una imagen a otra, al igual que ese tú introducido por Pahor en el libro que habla en segunda persona, "quizás ese tú seamos nosotros".
© Mora Cordeu, Telam