Entrevista con Alejandro Horowicz, autor de "Las dictaduras argentinas"
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- Pablo Chacón
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En "Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional", el ensayista Alejandro Horowicz sostiene que hasta el 2003 la biografía política del país es imposible de entender sin estudiar la cultura que las clases dominantes construyeron de acuerdo a los contextos y a los intereses económicos de los grupos que ocuparon el poder. El libro, publicado por Edhasa, acaso sea el trabajo más exhaustivo de este analista político y docente que ya había marcado un hito con la publicación de "Los cuatro peronismos. Historia de una metamorfosis trágica", desde una perspectiva marxista heterodoxa que jamás despreció los aportes de ese movimiento a la política local. Nacido en 1949, Horowicz publicó, junto con el italiano Antonio Negri, "Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina", los dos volúmenes de "El país que estalló. Antecedentes para una historia argentina".
- Télam: ¿Por qué decís que las dictaduras son la "historia de una frustración nacional"?
- Horowicz: La sociedad argentina, en una proporción muy significativa, observó con mucha "empatía" los golpes de Estado. En 1930, en 1955, en 1966 y en 1976, los gobiernos militares contaron con un elevadísimo grado de aprobación. Ese capital inicial -de duración variable- comienza a disiparse, y el apoyo -según los casos- muta hasta la oposición encarnizada o el rechazo generalizado (al gobierno del general Bignone en l983). Lo que se inicia entre pitos y matracas termina, en la historia de los golpes militares, en frustración y rencor. Nada de lo que se esperaba termina sucediendo: las Fuerzas Armadas sólo han sido un instrumento eficaz del bloque de clases dominantes para ejecutar las "tareas sucias" que los gobiernos parlamentarios no pueden encarar.
- T: ¿Cómo entender esto cuando aclarás que la responsabilidad política y militar de la masacre que empieza en los 70 no fue compartida por toda la población?
- H: Nunca todos apoyan nada. Ni siquiera en el 76, que contó con el respaldo de todos los partidos parlamentarios, obtuvo ese horizonte inalcanzable. Se trata de una frustración nacional, ya que sólo puede ser la historia donde la mayoría es expropiada por una minoría, en su exclusivo beneficio, esto es, donde los únicos intereses legítimos -los que acceden al debate público en la prensa comercial- son precisamente los de esa minoría calificada, que no sólo usurpa el poder, sino que lo utiliza para que la política no sea otra cosa que la continuación de sus negocios por otros medios.
- T: Quienes se supone no tuvieron responsabilidades directas pero -por decirlo así- dejaron hacer, ¿dejaron hacer por estar dentro de un circuito discursivo que no dejaba otra opción?
- H: Una vez instalado el gobierno dictatorial, la capacidad de los distintos segmentos de la sociedad de influir sobre su curso varía. En el 55 y en el 76, la actividad sindical sufrió severos recortes. Si bien estas limitaciones también afectaban al sindicalismo empresario, a nadie se le escapa que parte de los "sancionados" habían compartido responsabilidades con el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz. Las responsabilidades directas pueden rastrearse en los
diarios. Las solicitadas de apoyo de la Sociedad Rural, por citar un ejemplo archiconocido, o las cartas de los lectores me eximen de mayores precisiones. Como la dictadura burguesa del 76 -basta leer la proclama del 24 de marzo- no admitía ninguna forma de oposición, ni armada ni desarmada, la posibilidad de evitar ese curso se volvió casi imposible, al menos, mientras el gobierno contó con el respaldo del bloque de clases dominantes. Es decir, hasta más o menos 1980.
- T: En un momento hablás de las Madres de Plaza de Mayo. Decís que para decir lo poco que decían tuvieron que adoptar un lenguaje (el delictivo) porque si no podrían estar dando la excusa para ser "levantadas" ellas también, cosa que igual sucedió. ¿Quiénes fueron los ideólogos de esta metodología? -
H: En un sistema sin lugar para una "oposición legal", todo el cuestionamiento, incluso la pregunta por el destino de un hijo, podía pasar por un sólo punto: la inocencia. Los hijos eran inocentes hasta que no se probara jurídicamente otra cosa. El discurso de la militancia opositora fue silenciado porque las palabras se punían con la misma violencia que los "hechos armados". Las Madres fueron empujadas hacia el liberalismo jurídico sin opción. Cualquier otro comportamiento las transformaba en un organismo de superficie de la guerrilla y, por tanto, podían ser tratadas como partisanos. Esto es, "aniquiladas" sin mayores trámites.
- T: ¿Cuál es el rasgo diferencial de la última dictadura respecto de las anteriores, sin contar los muertos ni la herencia, que de eso hablamos ahora?
- H: El estado de excepción explícito, la imposibilidad de cualquier alternativa que no fuera el apoyo ramplón, la complicidad de la compacta mayoría. Una regla de oro de las ciencias sociales no debe ser olvidada: nunca sucede nada que la compacta mayoría no desea que suceda. Esa gigantesca cacería solo podía llevarse a cabo
con el respaldo explícito de la mayoría.
- T: En tus libros anteriores te encargás de hacer análisis retroactivos de los fundamentos materiales que originaron los sucesivos gobiernos que ha tenido el país. Es como si -en algún punto- no abandonaras la idea de que las determinaciones económicas son la causa de los emergentes sociopolíticos. ¿Es así?
- H: Salvo para los que la política es un "puro discurso", la relación de imbricación entre las condiciones materiales de existencia y el orden político no admite demostración en contra. Por eso, aunque la "democracia" se recupera en el 83, el hilo que permite inteligir el orden político no varía. Tan es así, que los nombres de los funcionarios se repiten hasta el cansancio. Domingo Cavallo, por ejemplo, fue presidente del Banco Central que permitió que la deuda externa privada se transformara en pública. Asesoró en 1983 a Fernando de la Rúa en la interna radical, al tiempo que fue ministro de la convertibilidad con Carlos Menem y volvió a serlo en medio del estallido del 2001. Ese período de la historia política nacional no es otra cosa que la "democracia de la derrota". Es decir, un sistema cooptado donde se vote lo que se vote siempre los mismos hacen lo mismo.