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Adam Thirlwell: "La fama no se aplica a un escritor"

Periodista:
Javier Mattio
Publicada en:
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Tengo que terminar mi nueva novela para fin de año, no debería estar acá”, dice medio en broma y medio en serio Adam Thirlwell (Londres, Inglaterra, 1978), invitado al último Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires. Y es que el joven autor de Política y La huida (reeditada ahora por Anagrama) se apartó en los últimos años del formato novela para dedicarse a proyectos más experimentales como el lúdico libro de traducciones en cadena Multiple (que salió inicialmente en la revista literaria estadounidense McSweeney’s) o la nouvelle de diseño Kapow!, a la vez que también experimentó vivencias urbanas en mudanzas intermitentes por Berlín, París, Moscú y Nueva York.

 

“No tenía ni 30 años y ya había editado dos novelas y un libro de ensayos. Era demasiado. Así que pasé por una mini crisis y preferí concentrarme en proyectos más breves y poco convencionales. Pero ahora dije ‘Ok, soy feliz de nuevo, es turno de dedicarme a mi próxima novela’. Que, en este caso, está bastante más cercana a mi edad”, adelanta.

 

La aclaración viene a cuenta de que La huida (2009), su última novela “oficial”, tenía como protagonista al septuagenario judío libertino, amoral y divertido Raphael Haffner, un personaje etariamente disonante en épocas de aluvión autobiográfico.

 

En parte, La huida supone una reacción al desenfrenado retrato de la juventud de Política (2003), su primera novela, como un homenaje a los ancestros judíos de Thirlwell y a autores judeo-estadounidenses como Saul Bellow y Phillip Roth y centroeuropeos como Milan Kundera y Bohumil Hrabal. De hecho, La huida acontece en un idílico hotel en Los Alpes, allí donde Haffner va a tramitar la herencia que le deja su esposa Livia, a quien recuerda con ternura mientras alterna libidinosamente entre la veinteañera Zinka y la madura y desdichada Frau Tummel. Y, finalmente, un carpetazo farsesco al siglo 20, al que se evoca en un maremágnum elíptico. Thirlwell: “Odio los flashbacks, me parecen una técnica barata. Por eso quería saltar 20 o 30 años sin ser obvio. Hay una gran distancia entre el siglo 20 y el tiempo en que ocurre la historia, que son tres noches”.

 

La huida, el título, apunta a la que sea tal vez la preocupación existencial más recurrente del siglo 20, pero también al sesgo metaficcional de la novela, presente en ese narrador que habla de Haffner como si lo conociera de toda la vida: “En el siglo 20 la Historia te obligaba a pensar adónde escapar, había tantos desastres y catástrofes que la única respuesta era la huida. Pero bien profundo, la ‘huida’ refiere a la relación entre escritor y personaje, sobre hasta qué punto el personaje puede escapar del narrador. Me preocupa cuánto controla el escritor aquello que escribe”, dice Thirlwell.

 

“Estoy cada vez más interesado en la metaficción. En la tradición norteamericana, británica o francesa la tendencia es sólo un juego, se queda en el mero ejercicio intelectual. Pero por suerte también hay autores como Macedonio Fernández”, señala Thirlwell, responsable del prólogo a una reciente edición norteamericana de El museo de la novela eterna. “En Macedonio la metaficción está llena de tristeza, de tanto dolor, él está tratando genuinamente de cambiar la realidad, no es un juego. Y eso es lo que quise hacer cuando escribí La huida, aunque entonces no había leído aún a Macedonio”.

 

Mencionado dos veces por Granta como una de las máximas promesas de la literatura británica, Thirlwell es lo más cercano a una “celebridad”, aunque esté lejos de la exposición mediática de, digamos, un Alex Turner, el joven líder de los Arctic Monkeys. “El éxito de Política me hizo viajar un montón, pasé de tener una vida tranquila en Londres a hablar con periodistas de todo el mundo. Yo estaba aterrado, me dio miedo. Y obviamente que eso fue un cambio. Pero la fama no se aplica a un escritor. Si Martin Amis camina por la calle nadie lo va a parar. La fama del escritor es minúscula, no es un oficio glamoroso. Los festivales están bien, pero la vida de un escritor debería ser más salvaje, debería haber más rock n’ roll”, cierra.