"El Ejército de hoy nació con la represión a los carapintadas"
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A treinta años del retorno democrático, las referencias a la última dictadura militar continúan vigentes, como si se tratara de un punto de comparación ineludible. En estas décadas, se ha revisado el pasado reciente, sus efectos en la actualidad. Sin embargo, en paralelo, uno de los protagonistas de esa historia recibió una atención casi nula: la imagen actual de las Fuerzas Armadas (FF AA) es demasiado parecida a la que se guarda de la década del setenta, a pesar de que no queda casi nada de su viejo protagonismo político.
El investigador del CONICET, Máximo Badaró, acaba de publicar el libro Historias del Ejército Argentino (Editorial Edhasa), una investigación sobre la reconversión de esa institución desde 1990, el año del último levantamiento carapintada, hasta su situación en 2010, con la salida de Nilda Garré del Ministerio de Defensa. Las misiones internacionales de paz, la incorporación de las mujeres, la eliminación del Servicio Militar Obligatorio, las problemáticas salariales, la profesionalización y los cambios en los planes de estudios, señala Badaró, son algunos de los temas que explican al Ejército actual. Un Ejército que "se ciudadanizó", cambió su composición social y de a poco fue dejando atrás la mística de la actividad militar, pero que aún no encontró su lugar en democracia.
Aunque se suele pensar los cambios en las FF AA en relación con la atención o desatención del Estado, Badaró concluye que esa transformación se debió menos a las políticas de defensa, que a lo que sucedió con la sociedad argentina. Las crisis económicas fueron, en este sentido, los hitos más determinantes: "Las políticas en defensa fueron espasmódicas, contradictorias, cambiantes en sus direcciones. A mi juicio no se logró establecer un horizonte de cambio sostenido a lo largo del tiempo. Quedaron atadas a los intereses y particularidades de cada ministro. Pero terminaron integrándose a la sociedad por los achaques económicos, ahí se encontraron en un plano de igualdad con el resto. Se dieron cuenta que no estaban en un planeta aparte, que no eran una isla. La figura del Estado dentro del Estado ya no sirve para explicar el Ejército de los últimos veinte años", sostuvo Bodaró.
–¿No se puede plantear que, desde Carlos Menem hubo una intención común de disciplinar a las FF AA?
–Todos los presidentes, en mayor o menor medida, tuvieron como línea no prestarle atención a las FF AA. La única excepción fue la gestión de Nilda Garré, donde creo que sí hubo una atención, un esfuerzo por hacer una política sostenida de defensa. Esa desatención significó diferentes márgenes de autonomía. Por eso yo hablo de seducción con Menem, complicidad con Fernando de la Rúa y disciplinamiento con Néstor Kirchner. Todos querían que no molesten. Pero no es lo mismo la rienda suelta que dio De la Rúa a los recortes de Menem, que fueron en correspondencia con los que hizo al conjunto de la sociedad y el Estado. Menem hizo el juego de la zanahoria y el garrote, un clásico de las teorías de la motivación aplicadas a la política. Generó atractivos, pero al mismo tiempo, implementó una fuerte reducción presupuestaria. Desde ahí en adelante se logró, con muchos costos, entre ellos, los indultos, que el Estado establezca una agenda para las FF AA. En ese sentido, el Ejército de hoy empieza el día que se reprime el último levantamiento carapintada.
–¿Qué rol pueden tener las FF AA en democracia?
–Creo que debemos pasar de un enfoque que piensa a las FF AA en una relación antagónica con la democracia y diseña políticas para prevenir que sean una amenaza, a un enfoque que las piense como actores de la democracia. La defensa no como una política para frenar su autonomía, sino para contribuir a la sociedad. Creo que algunas cosas que se hicieron son interesantes. Las políticas de género son un ejemplo: intentan introducir en el ámbito de las instituciones del Estado y con políticas concretas, una reflexión interna vinculada a la igualdad. Democratizar las FF AA es parte de un proceso para democratizar al Estado.
–¿Pueden ser un actor del desarrollo industrial, como propone el Ministerio de Defensa?
-Depende. A priori, no me parece mal que las FFAA recuperen ese lugar clásico de la tradición peronista. Pero también hay que preguntarse por qué las FFAA tuvieron el poder que tuvieron en el siglo XX. En parte, porque eran parte de un complejo industrial, como sucede ahora en Estados Unidos. El riesgo con esa propuesta es que contribuyan a ensanchar los márgenes de autonomía inapropiada y que aumente el corporativismo. Si un coronel está a cargo de una fábrica de acero es un poder estatal dentro de un estado. En tanto sea el poder político el que esté al mando y pueda controlar ese proceso, no estoy en contra. Porque los militares tienen saberes técnicos y científicos que son importantes para la sociedad, vinculados a la física, la geografía, la geología, entre otros. Los saberes técnicos pueden ser una punta de articulación distinta entre FF AA y sociedad.
–Pensando en una cuestión geopolítica y en los posibles escenarios bélicos vinculados a los recursos naturales en América Latina, ¿se necesita un Ejército más profesional?
–Otra vez. Sí, si es política del Estado, y no un manotazo para darles algo que hacer a los militares. En las misiones internacionales hubo mucho de eso: los castigamos por un lado, y les damos esta ventaja por el otro. Implicaban plata, entrenamiento, recursos, contribuían a mejorar su imagen. Pero el inicio fue una especie de manotazo de ahogado. Lo mismo diría para la cuestión de los recursos naturales. Está bien, mientras no sea un modo de despertar la lógica de la amenaza interna. Que no contribuya a reactualizar viejas figuras, como sí pasó con la idea de narcoterrorismo en los noventa. Aunque finalmente no prosperó en acciones concretas, esa idea tuvo su lugar con Menem y De la Rúa y se cortó tajantemente con Kirchner.
–Nunca faltan propuestas para que se ocupe de la seguridad interna, ¿esa idea está en el horizonte del Ejército?
–No, mi experiencia es que no. Hubo un aprendizaje. Es una figura ambivalente y contradictoria. Porque los costos pueden ser muy altos. Incluso una figura como el general Ricardo Brinzoni se negó a sacar los militares a la calle frente al pedido de muchos en 2001.
–¿Qué costos?
–Ellos saben que no están preparados. Un artillero no está preparado para reprimir una manifestación o revisar un camión en la frontera en Villazón, o para entrar a la villa a ver si hay cocinas de paco. Además, tendría muchos costos en la imagen pública y se generaría un proceso autodestructivo. Los militares que se resistían a la intervención contra el narcotráfico argumentaban que iba a haber una exposición a la corrupción, tipos negociando con los narcos. Yo creo que hay un gran consenso en que son más los costos y riesgos que los beneficios en la reedición de las FF AA en el campo interno. A lo cual se agrega que legalmente eso está prohibido.
–El 90% de los integrantes ingresaron en democracia, ¿cuánta incidencia tiene el núcleo que sí participó en la dictadura?
–Ahí hay una cuestión generacional. En diez años, eso ya no va a ser así. Va a haber un recambio. Muchos de los altos oficiales de hoy empezaron sus estudios en el Colegio Militar en dictadura pero comenzaron su carrera como oficiales en democracia. Más allá de la participación que tuvieron quienes sí tenían responsabilidad, hay que tener en cuenta que durante esa época hubo un gran consenso antisubversivo. De un modo u otro, todos estaban de acuerdo con lo que hacía el Ejército, incluso el que estaba sentado en una máquina de escribir.
–¿Hay todavía una reivindicación de la actuación del Ejército en la dictadura?
–A nivel individual, en muchos casos sí. Pero eso no difiere de lo que podés escuchar en la calle, hablando con cualquier persona. Es una reivindicación no en el sentido de que estuvo bien, sino que "en ese momento hubo que hacer eso". Y también hay una victimización de la figura del militar. En el Ejército hoy nadie duda, por ejemplo, de la figura del desaparecido, que hubo un plan sistemático. No hay un cuestionamiento con esto, pero sí hay una queja por la invisibilización de la violencia de la guerrilla armada.
–¿Pero no hay una continuidad golpista? ¿Descartas la amenaza militar?
–Estas visiones sobre el pasado no implican la legitimidad del golpismo como práctica militar en la actualidad. La mentalidad golpista está desterrada del Ejército, porque también lo está en la sociedad argentina, salvo algunos casos muy particulares que de vez en cuando hacen ruido. Encuentro un fuerte consenso acerca de no volver a reeditar el rol de gobierno que ocupó el Ejército desde 1930. No hay legitimidad para eso. Lo que no quiere decir que no quieran tener más peso político y más esferas de acción y autonomía, porque es una corporación que, como cualquier corporación, siempre busca ampliar su poder corporativo. Pero en EE UU los militares tienen mil veces más poder corporativo que acá y no se considera la amenaza golpista. Si hay un tipo de capital que quieren aumentar las FF AA es el simbólico: quieren tener una mejor imagen en la sociedad. Eso pasa entre los grandes, pero también entre los jóvenes. Muchos militares muy jóvenes, suboficiales u oficiales recién egresados, tienen muy poco conocimiento de qué ocurrió en la dictadura, quién era Videla, Massera, etc. Son jóvenes de menos de 25 años que a veces son acusados de torturador o asesino cuando andan por la calle. Se los relaciona con una historia de la que ellos forman parte, porque pertenecen a la institución militar, pero de la que conocen poco.
Mujeres en las FFAA Ingreso: la incorporación de las mujeres al Ejército comenzó en 1981 y 1982, con su ingreso a los cuerpos profesionales de suboficiales y de oficiales. Sin embargo, la cuestión de género adquirió un rol protagónico a partir de la asunción de Nilda Garré. Vida familiar: la primera encuesta, realizada en 2006, mostró que el 46% estaba casada o en concubinato, y que el 64% tenía hijos. Sin embargo, las consultadas señalaron que la vida familiar representaba un obstáculo para el desarrollo profesional. Denuncias: el 40% de las denuncias que recibió la oficina de género del Ministerio de Defensa fue por abusos de autoridad. Le siguieron discriminación (20%) y situación laboral (20%). Violencia doméstica y acoso sexual sumaron 6% cada una.
Cumbia y zapatillas de lona
El Ejército argentino es otro no sólo por las transformaciones en su comportamiento político, sino por el cambio en el perfil de sus integrantes. El aspirante más representativo hoy es un joven varón, de entre 18 y 21 años, nacido en Capital Federal o alguna provincia central del país, de una familia de clase media empobrecida. Para la segunda mitad de la década del 2000, los cadetes cuyos padres habían terminado la primaria o tenían la secundaria incompleta, alcanzaban el 70%. Esto significó que el interés por la carrera militar estuviera menos asociado a una búsqueda de distinción moral que al encuentro de lo que pocas instituciones públicas hoy pueden ofrecer: un futuro. Aunque, según explica Badaró, nadie dice "entrar por dinero", este cambio fue llevando a la pérdida en la mística de la actividad militar y hoy muchos aspirantes piensan en el Ejército como "una burocracia estatal más". Parte de este cambio se explica por un componente bastante mundano: los recortes presupuestarios y salariales. En 2002, el 3,8% de los soldados voluntarios y suboficiales recibían ingresos iguales o menores a 324 pesos, quedando por debajo de la línea de indigencia. "Durante los años '90 y la primera mitad del 2000, el ‘yo vengo a dar mi vida por la patria’ tuvo que enfrentar la contradicción de tener que hacer, por ejemplo, horas suplementarias en una cochera un sábado a la noche para poder llegar a fin de mes con el sueldo. Ese desfasaje entre el mundo militar y la realidad, produjo un efecto de secularización de la mística militar. Para los más jóvenes el Ejército es una figura ambivalente. Ven un aviso con paracaídas, militares embarrados. Pero entran y pasan todo el día adentro de un aula. Es una institución que se parece a cualquier otra, que perdió el exotismo", comenta Badaró. Esto explica por qué en los primeros años de la década del 2000, casi un 60% consideraba el tema presupuestario como el más acuciante de las FF AA. La tensión moralidad-interés económico alcanzó su punto más álgido con los suplementos y las compensaciones salariales, que generaron fuertes desajustes y desigualdades internas. En 2009, había más de 5000 juicios de militares en actividad contra el estado por reclamos y alrededor de 3300 militares retirados cuyos reclamos para el blanqueo de haberes habían resultado favorables. "Los militares cobraban hasta el 70% de su salario en negro. Eso puso a la cuestión del interés económico en el centro del debate y el significado del ser militar. Hoy en día conviven una sacralización y una búsqueda de normalización de la figura del militar. Esto último está muy presente en las nuevas generaciones: quieren ser vistos como personas normales. Dicho así no parece algo raro, pero en el mundo militar lo es. Las personas se formaban para transformar la idea de sí mismo, moral y éticamente. Y ahora los más jóvenes te cuentan la misma anécdota: 'voy a una fiesta y me dicen, no parecés militar'. Porque escuchan cumbia y usan zapatillas de lona."
La autocrítica institucional
En 1994, el general Martín Balza adquirió notoriedad pública cuando pronunció una declaración televisiva en la que pidió disculpas institucionales por las acciones ilegales cometidas por el Ejército durante la última dictadura militar. Esta "autocrítica institucional" fue considerada un punto de inflexión en los antecedentes autoritarios del Ejército y sus relaciones con el Estado y la sociedad. El libro de Maximo Badaró menciona a Balza como el artífice de dos transformaciones centrales: las modificaciones del sistema educativo y la incorporación de mujeres a las actividades estrictamente militares. "De un Ejército de masas, en la que el conocimiento debía concentrarse en una élite, debíamos pasar a un Ejército altamente profesionalizado, en el que el conocimiento estuviera difundido entre todos sus miembros", evaluó el general.