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El cowboy filosófico

Periodista:
Martín Pérez
Publicada en:
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Aunque los hermanos Sisters no acostumbran ponerles nombres a sus caballos, sus nuevas monturas se llaman Barreño y Espabilado. Son los nombres que tenían antes de llegar a ellos, y Charlie y Eli han decidido conservárselos. Sus anteriores caballos habían muerto en el incendio de un establo durante un “encargo”, así que parte del pago del mismo terminaron siendo Barreño y Espabilado. Charlie no tiene problema con Espabilado, pero Eli no está conforme con Barreño. Debe castigarlo para que mantenga el paso durante las cabalgatas, y no le gusta ejercer una crueldad que considera gratuita. Además extraña al anterior. Por la noche lo asaltan pesadillas durante las cuales lo ve ardiendo en el establo.

 

Como su hermano pudo elegir el mejor caballo de los dos cuando se los entregaron, porque él estaba recuperándose de una herida en la pierna recibida durante el mismo encargo, Eli considera que lo justo es que también tenga un caballo con el que esté satisfecho. Por eso le ha propuesto a Charlie vender a Barreño, y compartir lo que haga falta agregar para conseguir un animal acorde con sus necesidades. Charlie primero estuvo de acuerdo, pero luego dijo que lo harían después del nuevo asunto que tienen entre manos. Para Eli es absurdo, porque Barreño los retrasará. ¿No sería lógico cambiarlo antes?

 

Ese es el problema de los caballos, con el que empieza Los hermanos Sisters, la segunda novela del canadiense Patrick deWitt, un curioso western ambientado a mediados del siglo XIX. Curioso porque, por un lado, deWitt no es lo que se dice un especialista en el género. Es más: cuando la novela fue sorpresivamente nominada en 2011 al prestigioso premio anual Man Booker británico, su autor explicó que jamás se le hubiese ocurrido escribir un western, hasta que se descubrió haciéndolo. Y que siempre pensó que era justamente un western para los que no leen westerns, hasta que escuchó que a los fanáticos del género les estaba gustando. ¿Quién era él para contradecirlos?

 

Pero también es un western curioso por las libertades que se ha tomado deWitt en la voz narrativa de Eli, un asesino a sueldo con problemas de conciencia, que además es capaz de expresar sus dudas con un vocabulario poco acorde con su época. Esas libertades se extienden a toda la trama de la novela, una suerte de picaresca del Oeste que acompaña a los particulares hermanos Sisters en una cabalgata hacia California, durante la cual se cruzarán –obviamente– con toda clase de personajes. Como han señalado las reseñas dedicadas al libro, Los hermanos Sisters es un western a la manera de los hermanos Coen, y también de Lucky Luke, la historieta de Morris y Goscinny. Tanto de unos como de los otros se podría esperar que un asesino a sueldo en camino de su próximo trabajo –y también de arrepentirse de su oficio– se cruce con un dentista y termine entusiasmándose con un nuevo invento llamado cepillo de dientes.

 

Durante toda la novela, Eli intentará convencer a Charlie de las bondades de la higiene bucal, y de la misma manera irá evolucionando su relación con Barreño, al que le terminará dispensando una inesperada fidelidad. Algo parecido sucede con la lectura de la novela, que en un principio se lee con algo de distancia a causa de su slapstick verbal y cierta autoconciencia narrativa, pero con el correr de sus páginas tanto Eli como Charlie van creciendo como personajes, y sus historias van revelándose y profundizándose.

 

A pesar de ser un western que duda de serlo para poder existir, Los hermanos Sisters no se priva de ninguno de los lugares clásicos, como una escena de duelo muy particular, pero también ajustada al género. Su cabalgata se inicia con una ceja permanentemente alzada, pero todo se encuentra felizmente en su lugar al llegar al corazón de su trama: San Francisco. Porque si deWitt ha confesado que la primera chispa que lo llevó hasta Los hermanos Sisters fue un diálogo irónico entre dos cowboys que escribió a modo de ensayo de estilo y luego dejó de lado, el fuego recién llegó cuando descubrió entre unos libros usados un volumen con fotos de la fiebre del oro californiana. “Lo que más me interesó del asunto fue cómo miles de hombres y mujeres abandonaron sus hogares y sus familias para perseguir un sueño que nunca antes habían sabido que tenían”, explicó deWitt. Barcos abandonados en el puerto sin descargar su carga porque los marineros fueron detrás del oro apenas tocaron tierra, comidas y hospedaje a un precio exorbitante, hoteles con artilugios nunca vistos como intercomunicadores para hablar con la recepción, todo es posible en San Francisco, el lugar donde termina el camino de los hermanos Sisters al promediar el libro, y comenzará su verdadero viaje.

 

Si Eli y Charlie se dirigen hacia California desde el comienzo de sus aventuras es porque su jefe, el Comodoro, quiere que se encarguen de Hermann Kermit Warm, un buscador de oro muy particular. Y tan particular será Warm, que terminará cambiando el destino de los Sisters, y también de una novela que alcanzará cierta melancolía y emotividad inesperable en sus primeras páginas. Pero ese cambio no es forzado sino que aparece naturalmente, paso a paso, con cada una de los encuentros y dudas de Eli, un cowboy con buen aliento, un asesino reflexivo, un viajero curioso que descubrirá que todo auténtico viaje sólo conduce de regreso al comienzo.