Homos en la carretera
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- Daniel Gigena
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William Burroughs (1914-1997) recién comenzó a escribir a los 35 años, interesado, según afirmó en una memorable entrevista de The Paris Review, en transcribir de una manera más o menos periodística su experiencia con los adictos y con las adicciones. Poco después publicó Yonqui, fruto narrativo de las experiencias de William Lee, alter ego del autor, con heroína, alucinógenos y anfetaminas en el submundo neoyorquino. En esa novela, publicada gracias a las gestiones de su amigo y amante Allen Ginsberg, la droga no es un medio para alcanzar estados de ansiedad o de beatitud, para estimular o para deprimir, sino que es lisa y llanamente una forma de vida. Tal predicción, desatendida aún por médicos, asistentes sociales y otras fuerzas estatales, cobra hoy una extraña racionalidad: no casualmente la primera experiencia con drogas del protagonista de Yonqui, cuando se inyecta morfina, transcurre durante la Segunda Guerra Mundial en un departamento mugriento de una ciudad retratada como un miserable campo de batalla. Mientras los soldados combaten en territorio extranjero, Lee organiza su supervivencia con métodos para conocer a dealers, desvalijar casas y persuadir a psiquiatras para que le firmen recetas. “Cuando una persona se hace adicta, los demás intereses pierden importancia. La vida queda enfocada hacia la droga, un fije y a esperar el siguiente, todo está lleno de ‘material’ y ‘recetas’ y ‘agujas’ y ‘cuentagotas’ y ‘cucharas’. A veces el adicto cree que lleva una vida normal y que la droga es algo accidental. Hasta que su provisión no se corta por alguna razón, no se da cuenta de lo que la droga significa para él.”
Luego de publicar la novela, perseguido por la policía antinarcóticos de Nueva York, Burroughs debió exiliarse en México con su familia (Joan Vollmer, su hija y el hijo de ambos), “donde era fácil conseguir drogas”, sobre todo alucinógenos. Allí, en un accidente involuntario en el que, borracho, trataba de emular a Guillermo Tell, mató de un tiro a su esposa, una de las pocas mujeres que formaron parte de la Generación Beat y que había sido esposa de Jack Kerouac años antes. Burroughs huye y se instala finalmente en Marruecos, en Tánger, adonde los artistas estadounidenses viajarán para reunirse con él como si fuera un gurú.
La muerte de Vollmer convirtió a Burroughs en un escritor. En Literary Outlaw, una biografía literaria, afirmó: “La muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, el Espíritu Feo, y me llevó a una vida de lucha en la que no tuve otra elección que abrirme camino escribiendo”. La guerra de las fuerzas humanas contra el Control (del que el poder es sólo una de sus formas), una de las figuras emblemáticas de su obra, no alcanza a diluir la melancolía de esa declaración.
Un marica con una Colt
Queer, novela acerca de sus experiencias homosexuales juveniles (que luego adquirieron el rango de otra forma de vida), fue compuesta inmediatamente después de Yonqui y antes de El almuerzo desnudo, obras con las que guarda cierta afinidad temática y tonal. Escrita en 1952, rechazada por los editores, se publicó tardíamente en 1985. La primera edición en español –de 1988, de Anagrama– fue bautizada (osadía nunca les faltó a los catalanes) como Marica. En su edición homenaje, Queer recupera título y status literario. Montaje de escenas eróticas, ansiosas y violentas, con aire de comic y delirio, pero sin llegar todavía al desarrollo pleno de la técnica del cut-up, la novela es una historia de amor entre William Lee y Gene Allerton. Breve, pero poblada de personajes y escenarios, la historia se vuelve mítica –no en vano en una escena Lee va al cine a ver Orfeo, de Jean Cocteau– cuando ambos recalan en Ecuador y en la Amazonia peruana. Nouvelle de tema “homosexual” narrada con un método “heterosexual” (cierta tradición objetivista), según el autor la novela hubiera tenido en su época más lectores que Yonqui, porque era “más sensacionalista”. Las actitudes agresivas de Lee, “un marica con una Colt, dispuesto a usarla”; sus epítetos reaccionarios y antisemitas sobre mexicanos, judíos y gays, incluso sus exabruptos imperialistas, parecen una puesta en voces del teatro del control y de la politización de la vida personal que el autor criticó y describió.
Burroughs escribió Queer como una respuesta a su relación frustrada con Lewis Marker, un estudiante de 21 años del Colegio de Ciudad de México a quien había abrumado con cartas para convencerlo de que viajara con él por Sudamérica (anhelo que sí se cumple en la ficción, en compañía de Allerton). “Escribí Queer para Marker”, le dijo a Ginsberg. Pasado el tiempo, tras los logros obtenidos por las luchas de las minorías, Queer interpela más por la calidad del experimento narrativo y la descripción de un estado amoroso enfermizo (así comienza la novela: “Una mañana de abril, Lee despertó un poco enfermo”) que por la adscripción a una tradición literaria gay de la que, al parecer, su autor tomaba distancia irónica. En la introducción escrita treinta años después por Burroughs, donde desestima que Queer sea una novela homosexual, ese sentido de “rareza”, situado en un texto a mitad de camino entre la autobiografía y el escarnio público, aumenta.
Burroughs para el siglo XXI
Admirada por David Cronenberg y Gus van Sant (Burroughs interpretó a un personaje secundario en Drugstore Cowboy, en 1989), por Lou Reed y Laurie Anderson (que convirtió en hit un lema del autor de Nova Express: “El lenguaje es un virus”), por New Order y Sonic Youth, por William Gibson y Clive Barker (autores centrales de la tradición cyberpunk), por Bob Dylan y el Indio Solari, por Bowie y Capusotto, la obra de Burroughs es un enlace permanente a las cuestiones morales, estéticas y sociales suscitadas por la globalización, esa invención tan similar a la Interzona, “donde vivir es colaborar”, que aparece en su obra maestra El almuerzo desnudo. La edición definitiva de Queer reivindica a un escritor central que, a través de teorías en apariencia poco convencionales sobre el sexo, la ciencia y la política, redefinió lo que llamamos realidad.
© Daniel Gigena, Página 12.