Ticio Escobar ha escrito un bello libro: bello no sólo en cuanto a sus formas expresivas, sino en cuanto a su verdad de vida, de profundo intercambio vital y cultural con ciertas etnias, muy especialmente la de los ishir del Chaco paraguayo.
La plasticidad, el ritmo y la transparencia de su escritura dejan adivinar la energía dinámica del diálogo interior entre la palabra etnia –fundada en la profundidad de sus representaciones rituales, visuales, en la densidad de su vida comunitaria- y la palabra del investigador, que se desnuda hasta el extremo del despojamiento de su propia formación cultural para incorporar, en sustitución, el lugar del otro, la palabra del otro, los distintos rostros del mito que trasparece en sus distintas mutaciones y metamorfosis.
El libro de Ticio Escobar se convierte así no en el testimonio de los antiguos buscadores de dioses, sino en una historia real cuya polifonía misteriosa no está dada para ser leída por lectores individuales; está dada más bien para ser contada en voz alta y, mejor aún, por la voz colectiva, la más baja y a la vez la más alta de todas.
Como autor de relatos de ficción –una forma degradada del mito- suelo concebir la vida de nuestra colectividad no en estado inmóvil, como fuera del tiempo, según la representan los psicólogos y sociólogos de la fijeza, sino como una perpetua masa en movimiento de peregrinaciones, cruzadas, romerías, éxodos; búsquedas desalentadas o fervorosas de los costados intocados de nuestra realidad geográfica, mítica, histórica, social y humana. Reconozco este fenómeno de peregrinación en los dominios de nuestra antropología cultural cuando con humildad ritual y sabiduría científica va en busca de los enigmas de nuestras culturas primigenias. Tal el mérito indiscutible de la obra de Ticio Escobar.