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A pesar de su desguace en los 90, a partir de 2006 la decisión política de relanzar el Plan Nuclear recuperó el sector

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El libro, publicado por la editorial Edhasa, subtitulado Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional (1945-2006), es una impecable muestra de historia de la ciencia en un país periférico, que no esquiva ni los temas más comprometidos.

Hurtado es doctor en Física por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y profesor titular de Historia de la Ciencia en la Universidad de San Martín (UNSAM). Es autor, entre otros libros, de La ciencia argentina, y editor de La física y los físicos argentinos, además de cantidad de artículos de su especialidad.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T: ¿Podrías explicar por qué razón la historia de la energía nuclear en la Argentina sería un caso paradigmático de una tecnología intensiva en un país emergente o de cierta capacidad industrial?

H: Al comienzo del libro trato de explicar por qué considero el desarrollo nuclear argentino como excepción. Esto no significa que no haya habido otros logros tecnológicos y científicos en nuestro país. Por el contrario, podría hacerse una extensísima lista de hitos de la tecnología y la ciencia argentinas. La idea de excepcionalidad del caso nuclear se refiere a la capacidad que tuvo este sector de articular procesos incrementales de aprendizaje, de desarrollar formas de organización originales, de ir moldeando una política tecnológica –que incluyó componentes de política exterior que defendieran estos logros en foros internacionales– capaz de sostener el crecimiento y la diversificación del sector nuclear. Y, finalmente, también se refiere a la notable habilidad de conectarse y enraizarse en otros sectores como el de la salud, el agro, la industria, o las universidades. Es decir, la excepcionalidad pasa por la capacidad de construir un entorno político, institucional y organizacional con características sistémicas, de creciente complejidad y conectado con otras áreas importantes de la economía nacional. El desmantelamiento del sector nuclear a mediados de los años noventa significó el intento de dilapidar más de cuatro décadas de inversiones y acumulación de todo tipo de capacidades, que son la riqueza más sólida y perdurable de un país. Sin embargo, una prueba del enraizamiento que se logró en este sector es que a pesar de su desguace en los noventa, a partir de 2006 la decisión política de relanzar el plan nuclear fue capaz de recuperar al sector y hoy la Argentina vuelve en pocos años a un lugar de relevancia con una proyección muy promisoria.

T: Si se piensa en políticas de estado, el de la energía nuclear, hasta que duró, pareciera que fue uno de esos casos. Pero si se piensa cómo terminó, suena tentadora la hipótesis de una conspiración contra cierto grado de autonomía. ¿Esto es así?

H: La Argentina es un país semi periférico, es decir, un país periférico con cierta capacidad industrial. Esto significa que, por un lado, mientras que los países centrales como Estados Unidos ven en la Argentina un codiciado comprador de tecnología, por otro lado, la Argentina aspira a producir su propia tecnología. En el caso particular de una tecnología capital intensiva como la nuclear, su mercado presenta una estructura oligopólica, es decir, es una tecnología considerada por los países centrales como componente importante de sus ventajas estratégicas y comerciales, lo que significa que no están dispuestos permitir la entrada al club de nuevos competidores. En este campo de fuerzas, que tendió a mostrar a la Argentina como país desestabilizador, pasa a ser clave la política nuclear, dispuesta a proteger este desarrollo, a la vez que el Estado argentino logra diseñar dinámicas de aprendizaje institucional, centradas en la Comisión Nacional de Energía Atómica, creada por Perón en 1950, proceso que va a lograr acumular capacidades humanas y materiales a lo largo de las décadas, a contracorriente de las innumerables y tenaces presiones internacionales que intentan distorsionar y bloquear por todos los medios, formales e informales, el crecimiento del sector nuclear argentino.

T: ¿Qué pasó en otros países periféricos que lograron desarrollar más a largo plazo esta tecnología? Pongamos, si te parece, el ejemplo de Brasil y su tan mentado empresariado nacionalista, si es que sirve al caso.

H: Brasil y la Argentina, por sus aspiraciones geopolíticas, se pensaron mutuamente durante décadas como vecinos rivales. Brasil, igual que la Argentina, también aspiró a desarrollar tecnología nuclear y a lograr cierto liderazgo regional. Según los cánones internacionales, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina y Brasil no podían más que ser rivales y su destino era competir por la hegemonía nuclear regional. Este juicio justificaba las iniciativas de bloqueo de sus programas nucleares, porque la supuesta posibilidad de una carrera nuclear entre la Argentina y Brasil podía desestabilizar la región. Contrariamente a esta concepción, la Argentina y Brasil lograron desarmar esta lógica mostrando que los desarrollos nucleares de ambos países podían ser complementarios y colaborativos. Ahora bien, no fue un proceso sencillo el que hizo posible construir este nuevo sentido geopolítico para la región, entre otras razones, porque el fortalecimiento de la posición de ambos países latinoamericanos significó el debilitamiento de las posiciones de las potencias nucleares en la región. Este proceso de acercamiento tiene un hito importante en la cumbre de los dos presidentes del retorno a la democracia, Raúl Alfonsín y José Sarney, en la cumbre de Foz de Iguazú, a mediados de los años ochenta. Desde ese momento, ambos países lograron construir una alianza estratégica en el área nuclear que, a la vez que logra desbaratar las presiones internacionales basadas en la supuesta rivalidad, y es hoy un ejemplo global de colaboración científico-tecnológica.

T: En el origen, ¿jugaron algún papel técnico algunos de los científicos nazis que habían encontrado refugio en el país o no jugaron ninguno?

H: Es una constante de los académicos y periodistas anglosajones que hablaron del desarrollo nuclear argentino la insistencia en destacar la influencia de científicos nazis en la Argentina y de lo poco que se menciona, por ejemplo, que el padre del plan espacial norteamericano, Wernher von Braun, fue miembro de las SS, utilizó trabajadores esclavizados en un campo de concentración para desarrollar la V-2 en sus laboratorios secretos en Peenemünde, o que esta arma se estima que mató alrededor de 20.000 personas. Por el contrario, von Braun es un héroe para los Estados Unidos. El gobierno de Perón, igual que muchos otros países, buscó atraer a todos los científicos y tecnólogos extranjeros que pudieran aportar know-how al proceso de industrialización y la ciencia alemana era enormemente codiciada a escala global. Los casos paradigmáticos que suelen usarse para mostrar las supuestas tendencias filonazis del peronismo fueron el equipo de ingenieros y técnicos aeronáuticos de Kurt Tank, que iban a desarrollar el Pulqui II, y Ronald Richter, un físico austriaco de segunda línea, que le prometió a Perón desarrollos que no cumplió. Sin embargo, se suele hablar poco de Walter Seelmann-Eggebert, un químico alemán que había trabajado con Otto Hahn, que llega a la Argentina en 1949 y que va a crear un grupo de químicos nucleares que abrirán una de las líneas más exitosas vinculada a la producción de radioisótopos para, por ejemplo, utilizar en medicina nuclear y agricultura. Es interesante notar que científicos francamente antiperonistas como los físicos Enrique Gaviola y el austriaco Guido Beck, que llegó al país en 1943 perseguido por el nazismo, no tuvieron prejuicios en invitar en 1947 a migrar a la Argentina a Werner Heisenberg, que había trabajado en el proyecto de bomba atómica nazi. Es decir, la valoración de la ciencia alemana no era algo propio del peronismo, sino que era un lugar común durante los años de posguerra y todo país que se interesaba por el desarrollo de su ciencia y su tecnología se esforzó por atraer científicos e ingenieros alemanes.

T: Dos preguntas en una: ¿qué mérito, si es que lo tuvo, fue el del gobierno de Frondizi; y si se trató, como todo indica, de mejorar la distribución energética en el país?

H: Como todo lo que ocurrió durante el gobierno semidemocrático de Frondizi, el desarrollo nuclear durante este período va a presentar claroscuros pronunciados. Por un lado, este gobierno declara la energía nuclear como área de alto interés nacional y por otro lado, como parte de las medidas de austeridad, reduce el presupuesto de la Comisión Nacional de Energía Atómica a la mitad. La apuesta de Frondizi estuvo en la apertura de la economía argentina a las inversiones extranjeras, que supuestamente iban a ser el vehículo de modernización tecnológica. Esta posición, especialmente en el área de petróleo, significó una traición a sus promesas electorales. Desde el sector nuclear, actores como Jorge Sabato, probablemente el tecnólogo más importante que tuvo la Argentina en la segunda mitad del siglo veinte, apostaron a la generación de procesos endógenos de desarrollo tecnológico e insistieron en la necesidad de alcanzar la autonomía tecnológica en áreas estratégicas. Con esta ideología, durante el gobierno de Frondizi, Sabato impulsa, por ejemplo, la creación del programa llamado Servicio de Asistencia a la Técnica a la Industria (SATI), para promover el crecimiento de una industria nuclear nacional. En síntesis, Frondizi no se opuso a estas iniciativas, pero no consideró entre sus prioridades políticas la necesidad de una política tecnológica.

T: ¿Nos deja algún aprendizaje el desarrollo nuclear?

H: Yo señalaría dos puntos muy relevantes. El primero es la importancia intrínseca de que la Argentina pueda consolidar su lugar de país exportador de tecnología nuclear, a la vez que diversificar su matriz energética, hoy algo desequilibrada hacia el componente de combustibles fósiles. El segundo punto importante, el más sutil y a la vez el más potente, se relaciona con el efecto de aprendizaje que puede significar el desarrollo nuclear para otros sectores como el espacial, el de telecomunicaciones, de transporte o el de energías hidroeléctrica, solar o eólica, entre muchos otros. Es decir, hay mucho que aprender del sector nuclear acerca de cómo gestionar tecnología, que es la gran debilidad histórica de los procesos de desarrollo económico de los países de la región. No es lo mismo gestionar tecnología orientada a objetivos, que gestionar actividad científica prestigiosa, aquella que tiene como principal producto las publicaciones en revistas internacionales de alto impacto. A mi juicio, la gran lección del sector nuclear es una lección en el terreno de las políticas tecnológicas: cómo impulsar la producción de conocimiento útil y contextualizado capaz de responder a las demandas de una política económica y de un proyecto de país. En el contexto de un capitalismo global como el actual no se trata de una cuestión sencilla. A la luz de estos aprendizajes, es difícil de calibrar el grado de ignorancia medieval y colonización cultural de los personajes que gobernaron la Argentina en los años noventa, momento en que se intentó en la Argentina el desguace del sector nuclear y el de otros sectores estratégicos. Llama la atención que economistas como Federico Sturzenegger o Prat Gay, los mejores alumnos de Cavallo, no hablen de tecnología o ciencia. En sus esquemas está absolutamente ausente el problema de la producción de conocimiento, que es el factor económico global hoy más relevante para las economías soberanas. La tecnología y la ciencia para estos economistas es parte del gasto público que debe recortarse. Como antídoto a este tipo de oscurantismo, es recomendable leer a Jorge Sabato, uno de los ideólogos del plan nuclear argentino y referente latinoamericano en cuestiones de política tecnológica. Sabato demuestra en los años setenta cómo es que la ausencia de una política tecnológica integrada a la política económica representa una forma de colonialismo.