La historia desconocida de la guerrila amazónica del Brasil
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- Nicolás Mavrakis
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Un viaje que abre un abanico de nuevas posibilidades para redescubrir el mundo en un país al otro lado del continente americano. Un pasado oculto que necesita salir de las sombras de la violencia para repensarse en el presente. Una familia atravesada por la historia reciente de su país, descifrando cómo elaborar una identidad que les permita ser libres y aun así no dejar atrás su origen. Azul cuervo (Edhasa, 2011), la última novela editada en castellano de Adriana Lisboa (Brasil, 1970) es un pequeño caleidoscopio hecho con algunos de los rasgos que mejor definen la obra de esta joven autora, ganadora del Premio José Saramago 2003 (Portugal) y finalista del Premio Jabuti (Brasil), entre otros muchos galardones.
“Cuando viví en Brasil, Río de Janeiro se convirtió en un personaje de mis libros. Cuando escribí sobre Japón, donde viví un tiempo, y ahora sobre los paisajes de los Estados Unidos, donde vivo, esos lugares también se hicieron muy presentes en mis reflexiones y en mi literatura”, cuenta Lisboa, de paso por Buenos Aires durante el reciente Festival Internacional de Literatura.
–¿Haber vivido en tantos lugares dificulta una identidad cultural?
–Tal vez mi identidad se defina por escribir en portugués esté donde esté, más allá de haber vivido los últimos cicno años en los Estados Unidos y nunca haber querido escribir en inglés. Aunque haya nacido en Brasil, vivido en Francia, viajado a Japón, y ahora viva en los EE UU, sigo siendo esa persona que nació en Brasil y escribe en portugués.
–¿Qué huellas dejó ese itinerario por el mundo?
–En Japón, por ejemplo, son muy distintos a como estaba acostumbrada en mi país. Y en Europa lo curioso es que me he sentido muchas veces discriminada porque se preguntan qué hago como brasileña en los EE UU, “el país enemigo”. En los EE UU, mi mayor dificultad fue el contacto físico. Me tuve que acostumbrar a marcar una distancia con la gente que no sólo es física sino también emocional. Eso aún es un problema para mí.
–¿Esas diferencias se te hacen presentes al escribir?
–En mi literatura trato de hacer algún retrato de esas distintas situaciones, pero sin una crítica. Cada pueblo es distinto y no me interesa definir qué es mejor. No se puede juzgar, y mi literatura intenta ser afectiva con todo.
–Azul cuervo trata la cuestión de la dictadura militar en Brasil. ¿Qué abordaje ha hecho tu generación del tema?
–Mi generación ha escrito poco, mientras que la anterior ha escrito mucho. Eso creó una curiosa distancia, como si esa parte de la historia no fuera nuestra. Y lo es: somos hijos del Brasil durante la dictadura. Sin embargo, el tema de la guerrilla en la zona del Amazonas nunca fue recogido por obras de ficción. Tomé el personaje de un guerrillero para hablar de algo que yo misma no conocía porque no se enseñaba en la escuela. Sólo conocía a la Guerrilla de Araguaia por su nombre. Sus miembros son desaparecidos hasta hoy. Los padres y las madres de los combatientes murieron sin saber qué pasó con ellos. Es una historia muy trágica y poco conocida en Brasil.
–La dictadura militar es un tema importante en la literatura argentina reciente. ¿Ves algún vínculo estético entre la Argentina y Brasil?
–Las tendencias literarias varían mucho entre los países latinoamericanos y tal vez depende más del proyecto particular de cada escritor que de algo nacional. Hay puntos de contacto que se repiten entre escritores, claro, pero no sé si hay un proyecto común. En Brasil hay una obsesión por hablar del presente sin acordarse del pasado reciente. Hacerlo no es algo que, hasta donde sepa, interese a otros escritores hoy en Brasil.
–¿Seguís la producción de los escritores argentinos de tu generación?
–Andrés Neumann es mi amigo y me gusta mucho su trabajo. También tuve la oportunidad de conocer a Gonzalo Garcés y a otros escritores latinoamericanos durante el Bogotá 39, hace unos años. Pero en Brasil estamos lejos del resto de América Latina. No sé si es por la lengua, pero la sensación es que falta más integración.