Civilizaciones paralelas
- Periodista:
- Margara Averbach
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En su última novela, Jonathan Coe combina tendencias modernas y posmodernas. En el primer caso, un evidente interés político por el momento actual del mundo y por lo que ese momento puede hacerle a los que lo están viviendo; en el segundo, cierto humor, en algunos casos grotesco; cierto deseo de mezclar y parodiar objetos culturales; el peso de las reflexiones metaliterarias, es decir las discusiones sobre las reglas de la narración misma.
En su lado más bien moderno, el libro La espantosa intimidad de Maxwell Sim describe una profunda crisis de identidad que podría tomarse como símbolo de lo que están sufriendo muchos individuos de clase media a comienzos del siglo XXI en Occidente. El narrador y protagonista vive en un clima de permanente amenaza económica y de autoestima que está directamente relacionado con un contexto de escasez general en el que la mayoría de los poderosos sigue derrochando riqueza.
La novela establece un paralelo entre el viaje terrestre de Maxwell Sim como vendedor de cepillos dentales de lujo y el viaje alrededor del mundo de un navegante solitario a principios del siglo XX. La navegación de aquel pionero terminó en desastre; este viaje, que atraviesa tormentas personales y mundiales tan poderosas como aquellas, va camino de lo mismo. En ambas, la soledad, la intimidad, es “espantosa”, tal como dice el título.
La civilización en la que vive Maxwell (no el navegante solitario, por supuesto, aunque en ese pasado está la semilla de este presente) es paradójica: la comunicación es constante pero la soledad sigue siendo terrible y la posibilidad de locura también. Maxwell Sim vive en una civilización basada en lo virtual, en la que, por ejemplo, las amistades (por Internet) se establecen con personas que no sabemos si existen; en la que viajamos a toda velocidad sin conocer un solo pueblo; en la que no tenemos raíces de ningún tipo; en la que usamos máscaras que nos deforman. En la que, en muchos sentidos, somos seres imaginarios.
En ese punto es donde se tocan lo moderno y lo posmoderno, o donde, mejor dicho, lo posmoderno (el juego con lo imaginario muy lejos del referente “realista”) se vuelve bastante moderno. Coe define lo que hace cuando un personaje escritor dice que “las cosas que escribo no son objetivamente ‘verdaderas’... (pero tienen) otra clase de verdad... más universal”.
Pero la novela tiene muchos rasgos “posmo”. Por ejemplo, hay cuatro finales. El último produce un giro completo que empieza con el número que encabeza el capítulo final: de “22”, los lectores pasan a “v-1”. Y lo cierto es que ese giro lo cambia todo, incluso la primera persona, de la que, bruscamente, podría dudarse.
Por otra parte, como corresponde a la intertextualidad posmoderna, Coe apela constantemente a elementos culturales de todos los niveles, desde comidas populares y marcas o aparatos tecnológicos como el GPS hasta los Cuatro Cuartetos de T. S. Eliot y se preocupa por insertar textos como cartas, cuentos y documentos históricos de principios de siglo XX.
El resultado de la combinación, el pastiche utilizado para hablar del mundo (no del pastiche mismo como pediría un posmodernismo estricto) es un libro extraño e interesante, provocador, capaz de apelar al humor típico de las novelas anglófonas de fines del siglo XX sin abandonar por eso el intento cuidadoso de presentar una consideración seria sobre la situación de Occidente, esa civilización que Europa (sobre todo Inglaterra) llevó a todo el mundo y que ahora está llevando al mundo al desastre.
© Margara Averbach, Revista Ñ, Clarín