La no ficción ataca de nuevo
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No estábamos errados al pensar que después de libros como "A sangre fría" de Truman Capote y "En el nombre del padre" de Gay Talese, sin olvidarnos de "La canción del verdugo", de Norman Mailer, ya era bastante difícil revolver y sacar algo en limpio de ese brebaje que Tom Wolfe dio en llamar "El Nuevo Periodismo". Hasta que apareció Emmanuel Carrère y atizó las cenizas del género.
Dos de sus mejores libros han sido publicados recientemente al castellano - ambos se consiguen en la región - lo que establece una cita ineludible con su literatura. Carrère es el hijo que Capote y Mailer probablemente nunca quisieron tener pero tuvieron y es nuestro turno de disfrutar de sus talentos.
"De vidas ajenas" y "Limónov" son dos libros espléndidos, definitivos, que ahondan más, mucho pero mucho más, en la llaga que abrieron a mediados de los 50 aquellos primeros periodistas que tendieron puentes entre el oficio y la novela. Después de leer un libro como "De vidas ajenas" uno no puede hacer otra cosa que exclamar un "¡bravo, bravísimo!" y exigir que el autor, donde quiera que se haya sentado, se pare y salude a su público. Justo cuando el lector ha imaginado que ya no hay más trucos en la galera, este autor francés se despacha con "Limónov" (menciono los libros en el orden en que fueron llegando a las librerías). Entonces las manos comienzan a enrojecerse y las lágrimas a escapar de un modo tímido pero constante.
¿Pero qué ha hecho este hombre? ¿Con qué prepotencia se inmiscuyó en los caminos de la no ficción para dejarnos anonadados y algo perdidos entre el mar de datos, palabras y frases bien dispuestas de su literatura personal?
La fotografía del autor en los libros de Anagrama no dice mucho de Carrère. Se observa a un hombre presumiblemente alto, delgado y, apostemos, inocente. De corazón inocente. Su trabajo no niega este tipo de presunciones. Sus ojos, juntos, mansos y penetrantes, revelan otra cosa: Carrére es un obsesivo. Un personaje terco que no se conforma con nada que no sea su propio destino. La vocación que se ha auto impuesto al principio de la tarea.
Porque tanto "De vidas ajenas" como "Limónov" son monumentales obras contemporáneas que le exigieron, sin duda alguna, concentración y meses o años de empecinamiento intelectual. Ambos trabajos están basados en la realidad. Desde este lugar inhóspito son retratados sus personajes. Sus señas, sus detalles, las investiduras que los representan. Carrère como Wolfe, como Capote pero sobre todo como Talese, mete las narices donde no lo llaman. Se arriesga a que como el gato la curiosidad lo termine traicionando y lo acabe de un sablazo.
En "De vidas ajenas" cuenta la odisea de un grupo de personas que despreocupadamente transcurre sus días en una paradisíaca playa de algún lugar de Oriente. Uno de esos paraísos que por un puñado de dólares se rinde a los pies de un nuevo tipo de turista el que en lugar de quedarse por unos días prefiere hacerlo por unos cuantos meses al año. Pero la vida, o el devenir, es caprichosa. Un tsunami bañará de terror la ingenuidad de estos habitantes de temporada. Este es apenas el comienzo de un libro completamente testimonial que se prolonga en la historia de dos jueces radicados en un pequeño pueblo de Francia. Dos personajes meticulosos, revolucionarios y enfrentados a los designios de las grandes corporaciones. Se trata de un libro delicioso.
En 2011 Carrère recibió el Prix Des Prix, el Premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa por un mismo libro: "Limónov". Si el propio escritor no nos lo advirtiera antes, uno sería dado a pensar que Limónov no existe, que es una figura inventada. Una suerte de oscuro Indiana Jones de la política y el arte que sólo es concebible en la mente de otro artista. Pero Limónov es real. El retrato que Carrère hace de su vida semeja una Odisea contemporánea. Una secuencia de corte cinematográfico que se expande ante nuestros ojos desde el papel hacia la pantalla grande. Aquí es cuando el lector puede preguntarse con justa causa ¿pero cómo nadie ha hecho una película de este hombre? Bueno, no importa. Carrère lo hizo bajo su propio designio, y lo hizo de nuevo firmando un libro excepcional. Es muy interesante terminar comprendiendo que tan lejos puede llevarlo a un hombre la suma de su voluntad, su osadía y sus talentos. Y esta reflexión vale tanto para Carrère como para Limónov puesto que ambos se han salido de la matriz. Ambos cruzaron las fronteras de lo permitido en busca de una esquiva gloria que vale mucho más que el dinero. Uno un mago, un ilusionista de sí mismo, un jugador. El otro un intelectual de clase media acomodada, llamado por el canto sensual de lo peligroso. Un burgués que prefiere pedir disculpas a pedir permiso. En tanto que Limónov: joven delincuente, guerrillero de causas fascistas, mozo de un millonario en Nueva York, político contracultural, figura pop en la Rusia del nuevo milenio.
Entre los dos componen un paisaje elástico. Esculpen a cuatro manos una puerta que se abre hacia un laberinto de palabras, sobre las cuales se refleja la sangre, la orina, el deseo y el arrebato de la existencia. O la vida en 3D.