Un espléndido trabajo
- Periodista:
- Kiko Amat
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En Bendito Atraso sucedió hace más de diez años con Like a Fiery Elephant, la estupenda vida de B.S. Johnson que recogió nuestro admirado Jonathan Coe, el perfecto acicate para adentrarnos en todas las novelas de BS (encontrando allí amigos para siempre, como La contabilidad privada de Christie Malry, ya comentada en esta sección).
Así, desde aquí les invitamos a entrar en el mundo de Edward Limónov a través de un libro de Emmanuel Carrère que no deja de cosechar premios: Limónov. A secas. O sea: la historia de uno de nuestros autores preferidos, inspiración primigenia (y confesa) de Cosas que hacen BUM y general faro en la oscuridad de nuestra existencia. Pero antes dejemos algo claro: esto, lo que les vamos a contar, va básicamente de Limónov. Su biógrafo ha realizado un espléndido trabajo, y la obra está repleta de párrafos emotivos, hilvanados con sencillez; por no decir que Carrère siente un verdadero afecto por nuestro Eddie (aunque, como nos sucede a nosotros, a veces le haya sumido en la perplejidad), y eso le honra. No es tan habitual, y mucha gente le odia a primera vista. Carrère, por el contrario, ha acertado al subrayar razones para amar a Limónov –razones que les recitaremos en un santiamén- y le ha descrito de manera inmejorable. Aún más: siendo congruente con el espíritu del protagonista, Carrère ha cruzado corajudo la línea de la Primera Persona, atreviéndose a hablar de su propia vida y entrecruzándola con la de su personaje. Cuando Carrère habla de sí mismo se torna tan valioso como el propio Edichka.
Pero, decíamos, esto va de Limónov. No se confundan. Porque Eddie, Eduard, Edichka, como aprenderán en breve, es uno de los autores más peculiares y excitantes de la literatura de todos los tiempos. A él le reservamos un afecto que en esta casa solo se le otorga a gente como John Fante (su hermano espiritual, en la distancia), Nik Cohn, Nelson Algren, Harry Crews o cualquier otro héroe de nuestro canon privado. Le queremos por su pasión, su obra, su espíritu, su coraje, su honestidad y por su (azarosa) biografía. Le queremos, en suma, porque:
1) Es un bocazas: Edichka, el bocachanclas. No hay escritor más petulante y chulo que él, hay que admitirlo. Pero a la vez –y como admite Carrère- Limónov es un tipo honesto, leal y muy generoso. No es un hipócrita, desde luego no es un cobarde y mucho menos un cínico, como insisten en repetir las críticas más superficiales de su obra. Eduard está lleno de empatía, y esta es -por definición- el perfecto opuesto del cinismo (y, por añadidura, de la posmodernidad). Limónov, mírenlo como gusten y a pesar de sus múltiples carencias, es un tipo decente. Decente, como apunta Carrère, en el sentido de common decency que usaba George Orwell y que está (le cito) “más extendida en el pueblo que en las clases superiores, que es sumamente rara en los intelectuales, y que consiste en una mezcla de honradez y sentido común, de desconfianza hacia las grandes palabras y de respeto a la palabra dada, de apreciación realista de la realidad y de atención al prójimo”. Edichka es un tipo honorable, como lo era Nelson Algren. Podrá arrearles un taburetazo, pero nunca por la espalda, y solo cuando realmente lo merezcan.
2) Es el Rey de la Primera Persona: El mejor automitólogo. Como Nik Cohn, Morrissey, Bukowski, Kim Fowley y tantos otros. Eduard convierte su vida en un mito, y toda su obra circula alrededor de ello. Es decir, de Él. Él-Él-Él-ÉL. “La única leyenda viva que le interesa es él”, sugiere Carrère, así como que “no le gustan los cultos profesados a otros”. Limónov es un egocéntrico loco que solo sabe hablar de sí mismo, pero lo hace con tal belleza, con tal humor, con tal patetismo, con tal éxtasis, que convierte cada batallita y episodio en un momento trascendente y lleno de emoción. Edichka es tan, pero tan, Primera Persona y vivencial, que eleva el género a un nuevo estadio. A su lado, Fante parece un desapegado cronista de vidas ajenas (es broma). Y Eddie no está nada loco, por cierto, aunque hace un momento le hayamos llamado así: hace lo que hace desde la más absoluta y espantosa cordura.
3) Es un romántico y un épico: Lo que implica que su Primera persona puede ser más o menos fiable dependiendo de lo contado. Como Nik Cohn, Limónov “no deja que la verdad se entrometa en una buena historia”, y ese es otro de sus grandes atributos. Mentiroso compulsivo, cuentacuentos supremo, amante de la visión romántica, la hipérbole y la exageración patológica (aunque sea, ojo, para dejarse peor a sí mismo), Edichka observa y explica su propia existencia desde el über-romanticismo de un poeta guerrero en plena epifanía bélico-mística. Importa poco si la viñeta narrada le deja como un superhombre o como un gusano asqueroso: lo crucial, entiéndanlo, es la elevación y el impulso. Lo superior. Llenar cada hecho de emoción, trascendencia, épica juvenil, punkedad. El naturalismo pastoral es para los tímidos de espíritu o para los pesaos. Edichka busca que gritemos de euforia en cada párrafo, que nos inundemos de amor a la belleza o de empatía por su gusanez. Si no lo hacemos, nos despreciará por blandengues y flojos y medias mierdas. Y tendrá toda la razón.
4) Está lleno de pasión: Podrán insultar a Eduard de muchas maneras, pero jamás podrán decir de él que es un aburrido. De todo menos tibio; y ser aburrido o quejica es el PEOR de los pecados. Repúgname, te lo imploro, pero no me dejes indiferente, maldita sea. Edichka “se lo toma todo demasiado a pecho” (afirma Carrère), y lo mismo hacen sus alter egos. Eso le asemeja, de nuevo, con el sosías de John Fante (Arturo Bandini), el de Knut Hamsun (Widel-Jarlsberg), también el maravillosamente odiable Sebastian Dangerfield de J.P. Donleavy en The Ginger Man. Sus múltiples Eddies ostentan la misma megalomanía tiznada de inseguridad, pasión-con-demonios, apocamiento que puede tornarse furia esquizoide, odio de clase (fácilmente reversible, dependiendo de cómo le pillen: también odia a los proletas, si se cruza) y hambre por la vida. Su voz, por consiguiente, está minada de monólogos grandilocuentes y tragicómicos, atiborrados de imperativos, amenazas y signos de admiración, que le sorprenden en plena rúe y que tanto nos recuerdan a Bandini y compañía.
5) Sabe beber: De hecho, como aduce su biógrafo, tiene “el hígado de acero”. Superviviente de innumerables zapoi (la curda al estilo ruso: longeva, muy longeva, salpicada de amanecidas, violencia, incontinencia, hospitales, desmayos y aventuras ominosas), Eddie es alguien con quien uno puede echar un trago. Los habitantes del Baix Llobregat, siempre prestos a admirar estas burradas superficiales, le saludamos por ello con respeto y gráficos gestos de fraternidad masculina.
6) Es un dandy: Esto solo puede interesar a los lechuguinos mods más locos de entre ustedes, pero en fin, para lo que pueda servir: Limónov ama la ropa. Siempre la ha amado, e incluso en sus inicios en Jártov alardeaba de ser un “sastre autónomo” que manufacturaba sus propios pantalones y trapitos. Les ahorraremos nuestro cansino rollazo de que amar la ropa es amar la belleza, bla-bla (para consignas de ese tipo diríjanse a números antiguos de La Escuela Moderna). Aunque hace años que Eduard solo maneja un inquietante look Trotsky (que no trotskista) + mosquetero facial combinado con tabardos negros circa URSS y pantalones de paraca, en el pasado lució acampanados blancos, trajes de tres piezas color malva (¡), cazadora de cuero con pajarita (ugh), botines puntiagudos, camisas de chorreras y otros atentados contra la salud mental. Durante años llevó encima a todas partes (guerras y cárceles incluidas) una foto suya en que se le ve de pie, con el pelo largo (estilo Ron Asheton), “triunfal, luciendo lo que él llama su chaqueta de héroe nacional, un patchwork de ciento catorce retales multicolores cosidos por él mismo”, a sus pies su novia de entonces, la glamurosa Elena, completamente desnuda. La foto, señala Carrère adecuadamente, es su amuleto. Edichka dice que “pase lo que pase, por bajo que caiga, hubo un día en que él fue este hombre. Tuvo a esta mujer”. Puro Limónov.
7) Es un punk-rocker: Y no solo porque en su etapa neoyorquina fuese fan de Ramones, Television y Talking Heads (cosa, por otra lado, extremadamente rara en los inmigrantes rusos de los 70’s) o porque en su juventud ciclostilara en solitario sus samizdat (equivalente ruso del fanzine DIY). Es un punk porque se limpia el trasero con el canon de la alta cultura, con los popes del establishment, y “no ama las peregrinaciones literarias ni a los barbudos del XIX”. Pero Limónov no se queda en una ventosidad en la cara de la academia, que sería lo fácil, sino que va más allá: se caga también en la contracultura y el underground. Se ríe de la bohemia de su Jártov natal, de sus chaquetas casposas, calcetines absurdos y reverencia pusilánime por los clásicos, así como rechaza categóricamente la idea underground del fracaso como acto noble. Así, Edichka difama y se mofa de Solhenitsyn y Brodsky, sí, pero (¡pecado entre los pecados!) también de Eroféiev, epítome de la rebeldía contracultural rusa[1]. Para Eduard, Eroféiev representa la vieja guardia, encaminada fatídica y borrachamente hacia el panteón disidente, y como tal le desprecia. Sin embargo existe otra razón, ya sugerida en el punto 3, y ella apunta a que Edichka no gusta de ser cola de león, y siempre sale rebotado de cualquier escena que no lidere él mismo. Lo que nos parece entrañable y perfectamente lógico, por supuesto.
8) Es un hombre con biografía: Ha vivido, en lugar de mostrarnos su maldita biblioteca con libros forrados en cuero. Ha vivido, y eso es fundamental para el tipo de escritor que defendemos en Bendito Atraso. Limónov desprecia la literatura para literatos, y en consecuencia su vida es la perfectamente opuesta a la de Nabókov, Martin Amis o, mismamente, Javier Marías. Lo leerán todo en Limónov, pero Edichka fue delincuente fallido en Jártov, airado dandy anti-underground del underground moscovita, punk ruso en NY que terminó siendo sodomizado por un homeless (¿Hacía falta que fuese un homeless, Eddie?), mayordomo de un multimillonario, celebridad literaria en París, voluntario en la guerra de los Balcanes (por el lado Serbio, alucinen), fundador del partido Nacional-Bolchevique, reo zej de varias cárceles (entre ellas la terrible Engels II), miliciano nasbol en Kazajstán, convicto por terrorismo y filo-fascista ocasional, entre muchas y terribles otras cosas. Quizás piensen que está como una chota (insistimos que no es así), pero es de los tipos más interesantes que llegarán a conocer jamás.
9) Es un gran autor: Nada de lo expuesto importaría, claro, si Eduard no hubiese sido capaz de transformar su existencia en superlativa prosa. Sus libros, en realidad memorias ficcionalizadas a base de romanticismo salvaje y bestia, son la monda: picaresca tragicómica, simple, directa y llena de vida. Ensamblada con un lenguaje duro, sencillo, crudo, elástico y forense donde nada sobra y se ahorran las filigranas. Nuestro favorito es It’s me Eddie (1983), pero también lo burlan Historia de un sirviente (1987), Autoretrato de un bandido adolescente (1983, también conocida como Memoir of a russian punk), Historia de un granuja (1993) y Diario de un fracasado (1982). Hay muchas más, de las cuales solo dos existen en castellano (en Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, pero pueden también pedirlos en La Central de Barcelona; me consta que conservan copias de ambos), unas diez están traducidas al francés, y el resto de su obra (que desearíamos leer, especialmente el Diario del agua y el Diario de los muertos) está solo en ruso. Se nos acumula la faena, ya lo ven.
© Kiko Amat, Bendito Atraso