El mercader de la muerte
- Autor: Löhr Hanns Christian , Pinciroli Gabriel
- Editor: Edhasa
- Colección: Otras obras
El domingo 3 de noviembre de 1940 un automóvil oscuro se detuvo frente a un museo parisino. Su único ocupante descendió para visitar una exhibición especial, montada exclusivamente para él. No era una muestra sobre un período determinado, o una retrospectiva sobre un artista; era el primer lote de obras de arte que los nazis habían robado a sus poseedores judíos. Quien bajó del auto fue Hermann Goering, y en los años siguientes viajaría una veintena de veces a París para apreciar y apoderarse de las nuevas piezas que se irían sumando a su colección.
Una colección que, sin embargo, no estaba hecha sólo de saqueos. También se nutría de pinturas que los empresarios alemanes le obsequiaban al Mariscal. Una muestra de generosidad, seguramente, y quizás de cálculo. No debería ser desdeñable contar con el aprecio de uno de los máximos jerarcas del nazismo, designado remplazante de Hitler en caso de que este muriera.
Este libro analiza la trama que le permitió a Goering construir una colección fabulosa, plagada de obras maestras y de pequeños tesoros. ¿Quiénes fueron los cómplices y los encubridores? ¿Qué galeristas lo ayudaron, dentro y fuera de Alemania, para conseguir las obras que quería? ¿A quienes extorsionó y sobornó? ¿Cuál fue la organización dentro del nazismo que le permitió robar en toda la Europa ocupada?
En El mercader de la muerte Hanns Christian Löhr descubre esta historia. Que no es una más dentro de la larga saga de expolios del nazismo. Fue uno de los cargos que se le imputaron a Goering en el Juicio de Núremberg, pues él estuvo en el centro de esta operación. La magnitud de este saqueo, concebido por un criminal con veleidades de coleccionista, aún nos persigue. Sus ecos llegan hasta hoy, y mantienen viva la funesta sombra del nazismo. Periódicamente aparecen herederos que reclaman por sus cuadros, y hay una larga lista de pinturas y objetos que parecen haberse perdido para siempre. Aunque seguramente adornan la pared de un bonito salón, o descansan en una bóveda, esperando a ser recuperados por su legítimos dueños.